ALEXANDER
El sonido del comunicador aún vibraba en la habitación cuando lo escuché:
—Traigan a la chica.
Mi mundo se quebró. No en silencio..No en tristeza. Se quebró en rabia. Rabia pura. Rabia caliente. Rabia que me quemó la garganta y me apagó el juicio. Mis manos temblaron sobre los brazos del sillón, pero no de miedo.
De furia homicida. El líder sonrió como si hubiera ganado una partida de ajedrez.
—Ya está hecho —dijo, alzando su vaso—
Ella estará aquí en menos de cinco minutos.
Y vos vas a hacer lo que siempre debiste hacer obedecer.
Entonces me vio la expresión. Y su sonrisa se deshizo. Mi voz salió baja. Oscura. Inhumana.
—Si la tocan no quedará piedra sobre piedra en este edificio.
El líder abrió la boca para responder. Nunca llegó a hacerlo. Yo ya había cruzado la habitación como un rayo y lo tenía del cuello contra la pared. Sus pies dejaron el suelo. Su respiración se volvió un jadeo sordo.
—¿Creés que voy a servirte después de esto? —susurré— ¿Creés que voy a arrodillarme frente a vos como cuando tenía diez años?
¿Creés que la vas a usar contra mí?
Sus ojos se agrandaron. No por soberbia. Por por primera vez sentir miedo real.
—Alexander….No seas estúpido…
Apreté más.
—La estupidez es pensar que soy tu arma —dije con voz ronca— Cuando soy la bomba.
Lo solté de golpe..El líder cayó al suelo, tosiendo, arrastrándose hacia atrás como una rata vieja. Me di vuelta para correr hacia la salida…
Pero algo me congeló.
AMELIAEl auto estaba frío. La noche, también. Me había pasado la última hora respirando el perfume de la campera de Alexander, intentando acallar el temblor de mis manos.
Tenía miedo. Sí. Pero más que miedo tenía una certeza: Alexander iba a volver. Porque él siempre vuelve. Siempre vuelve por mí. Acaricié el volante como si pudiera transmitirle algo de calma a mi propio cuerpo.
—Dale, amor —susurré— Salí ya.
Fue entonces cuando los faroles de la calle parpadearon.
Uno.
Dos.
Tres veces.
Y la oscuridad cayó de golpe. El motor del auto se apagó. Todo quedó en silencio. Un silencio tan absoluto que se me metió en los huesos. Algo… algo estaba muy mal. Agarré el teléfono.
Sin señal.
Mi respiración se aceleró. Miré hacia el parabrisas. Una sombra pasó entre los árboles. Luego otra. Y otra.
—No —susurré— No, por favor…
Me incliné hacia el asiento de atrás para tomar el bolso..Pero cuando mis dedos apenas tocaron la tela sentí la presencia. Justo detrás de mí. Una voz suave, demasiado suave para el horror que traía:
—Amelia.
Me di vuelta lentamente. Muy lentamente. Y lo vi. Un hombre de traje, ojos fríos, guantes negros. Sonrió apenas.
—El señor te está esperando.
Mi corazón se detuvo.
—No —murmuré, encogiéndome hacia el asiento— No voy con ustedes.
El hombre ladeó la cabeza.
—No es una invitación.
La puerta del auto se abrió sola. No por fuerza. Por programación. La habían hackeado. Dos hombres más aparecieron por los costados. Yo respiré hondo, temblando.
—Alexander va a venir —susurré.
El hombre sonrió sin humor.
— Contamos con eso.
Me tomó del brazo. Yo luché. Grité. Mordí. No importó. Me arrastraron hacia la oscuridad entre los árboles. El frío me caló hasta el alma.
Alexander… por favor… apurate…
ALEXANDERCorrí. No pensé..No respiré. No existí más que como un latido rabioso dentro de un cuerpo que solo quería una cosa: llegar a Amelia antes que ellos..La noche parecía más larga. El aire más espeso..La gravedad más pesada. Cada paso se sentía como arrancarme el alma. Cuando llegué al punto donde ella debía estar… El auto estaba vacío. La puerta, abierta. El motor, muerto. Y en el asiento su bufanda.
La tomé con la mano. Temblaba. Yo temblaba. Un rugido salió de mi pecho. Un rugido que no pertenecía a un humano.
—¡¡NOO!!
Golpeé el auto con tal fuerza que la chapa se hundió. La bufanda quedó aplastada entre mis dedos.
Amelia.
Amelia.
Mi Amelia.
No.
No podían.
No debían.
No había universo en el que yo la perdiera. Me llevé las manos al cabello. Mi respiración era un cuchillo clavándose.
—Te la llevaron —dijo una voz a mis espaldas.
Me giré. Y allí estaba él.
ADRIEL.
Saliendo de entre los árboles. Con el traje arrugado. La mirada perdida.El orgullo hecho cenizas. Parecía destruido.
—Se la llevaron —repitió, acercándose despacio— Los escuché desde el pasillo cuando escapaba.
Yo lo miré con una mezcla mortal de odio y desesperación.
—¿Dónde? —escupí.
Él negó.
—No lo sé.
Lo tomé por el cuello y lo estrellé contra el auto.
—¡DECIME DÓNDE SE LA LLEVARON!
Adriel me miró con algo que nunca había visto en él: culpa.
—No querían matarla —susurró— Querían obligarte.
Mi respiración se cortó.
—¿A qué?
Adriel tragó saliva.
—A ocupar el lugar del líder.
Mi sangre hirvió. Ese viejo hijo de perra.
Esclavizarme.
Romperme.
Usar a Amelia como garantía.
—Pero hay algo más —agregó Adriel en voz baja.
—¿Qué?
Él me miró fijamente.
—Alexander no la quieren solo como rehén.
La quieren porque su padre escondió algo…
algo que solo ella puede activar.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Qué cosa?
Adriel respiró hondo. Y dijo:
—Una clave genética. Un código dentro de su ADN que abre el archivo final de la organización.
Me congelé. Literalmente. La respiración se detuvo.
—¿Decís que Amelia?
Adriel asintió.
—Ella es la llave, Alexander. Y vos sos la jaula.
Si te tienen a vos, ella coopera. Y si la tienen a ella vos te entregás.
Mis manos aflojaron el agarre. No por él. Por el terror..El terror más puro que un hombre puede sentir: