AMELIA
El aire estaba helado. No era un frío normal:
era ese tipo de frío que se siente en los huesos, en los pulmones, en los pensamientos. Me llevaron por un pasillo subterráneo, sin ventanas, sin sonidos. Los hombres que me escoltaban no hablaban.
No respiraban fuerte. No temblaban. Eran máquinas..Humanas, pero máquinas. La puerta al final del corredor era enorme.
Metal pulido..Cerraduras digitales..Un código que ninguno de ellos tocó. Se abrió sola..La habitación era blanca..Demasiado blanca.
Parecía un laboratorio, un quirófano o una tumba.
—Sentate —ordenó uno.
Yo no me moví.
—No — susurré.
Las luces se atenuaron. Y una voz emergió de los parlantes..Suave. Amable. Despiadada.
—Amelia.
Mi sangre se heló.
—Sé bienvenida —continuó esa voz— Hemos esperado por vos desde antes de que nacieras.
Mi respiración se cortó.
—¿Quién… quién habla?
—Yo —respondió la voz— El líder.
No lo veía. Pero sentía su presencia..Su sombra. Su poder.
—¿Por qué estoy acá? —pregunté, intentando controlar el temblor en mi garganta.
La respuesta fue simple..Letal.
—Porque sos la última pieza que necesito.
Una pantalla se iluminó frente a mí. Me vi a mí misma..De niña..De bebé. De adolescente. Fotos que jamás debieron existir. Fotos de un pasado que nadie había sobrevivido.
—Tu padre —continuó él— intentó esconderte. Y lo pagó con su vida. Pero no pudo borrar lo que sos.
La pantalla cambió. Ahora mostraba un ADN..Un código genético resaltado. Mi código.
—Tu sangre contiene el acceso a la información final de la organización..El archivo que puede activarse una sola vez.
Con una sola persona.
Mis manos temblaron.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Porque tu padre —respondió el líder— trabajaba en la división más secreta. Y cuando quiso destruirnos creó una llave viviente.
Mi corazón golpeó con fuerza.
—Vos —concluyó él— sos esa llave.
Me quedé paralizada..No tenía voz. No tenía aire.
—¿Y qué querés de mí? —susurré finalmente.
El líder sonrió a través de la pantalla. Podía escucharlo aunque no lo viera.
—Tu cooperación. O… tu sacrificio.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—Alexander —murmuré.
Hubo un silencio. Luego, el líder habló más bajo.
—Tu Alexander vendrá. Lo sé. Lo contará todo para venir a rescatarte..Como lo entrené para hacer.
Mi estómago se retorció.
—Y cuando entre por esa puerta… —continuó él—.quedará atrapado para siempre bajo mis órdenes..Él es la jaula..Vos, la llave..Dos piezas perfectas para un mismo fin.
Mi voz se quebró.
—Él no va a obedecerte jamás…
El líder se rió.
—Todos obedecen cuando les quitás lo que aman.
Mis lágrimas cayeron.
—No lo vas a usar contra mí…
—¿Por qué no? —replicó él— Es su destino.
Y es el tuyo.
Mi respiración se volvió un gemido ahogado. Porque por primera vez entendí la magnitud de la tormenta que venía: Yo no era solo su objetivo. Era la razón. La raíz. El detonante.
Y Alexander…
Venía directo hacia una trampa que no podría esquivar.
ALEXANDEREl auto rugía entre los árboles como un animal herido. Adriel estaba a mi lado, con la mirada fija, la mandíbula tensa.
—No vas a entrar así como así —dijo él finalmente— Es una fortaleza. Tiene tres niveles, guardias elites, sensores térmicos…
—Voy a entrar igual —respondí sin mirarlo.
Adriel soltó un bufido.
—A veces olvido lo enfermo que estás.
—Es recíproco.
Lo observé por el rabillo del ojo. Tenía sangre seca en la sien. La camisa rota. Y una expresión que no había visto en él desde que éramos chicos: Conflicto.
—No estoy ayudándote por ella —dijo de pronto— Estoy ayudándote porque no sé quién soy sin vos.
Lo miré. Por un instante, vi al niño que dejaron encerrado en un sótano para hacerse fuerte. Al adolescente que usaron como experimento antes que a mí. Adriel también había sido víctima..Pero yo no podía perdonarlo.
—Después de esto —dije— no vuelvas a hablar de familia conmigo.
Él apretó los dientes.
—Bien. Mientras me dejes matar a un par, me alcanza.
No respondí. Porque en ese instante, el GPS satelital marcó el punto.
La Fortaleza 0.
Un edificio subterráneo enterrado bajo el bosque. Invisible desde afuera. Imposible de acceder. A menos que fueras yo.
—Amelia está ahí —murmuré.
Y mi corazón, por primera vez, dio un latido que me asustó. Porque era un latido vacío de humanidad. Adriel sacó un arma.
—¿Plan?
Pisé el freno. El auto derrapó.
—¿Plan? —repetí, mirando la entrada oculta entre árboles.
Sonreí. Oscuro. Cruel. Furioso.
—Entrar. Matar a todos. Y sacar a Amelia.
Adriel soltó una risa baja.
—Ese sí es mi hermano.
LA FORTALEZA 0 — INTERIORLos guardias se alinearon frente al líder.
—Señor… —dijo uno— Hay movimiento en el perímetro.
El líder no levantó la vista de los informes.
—¿Quién?
—Parece dos señales. Una coincide con Alexander Cain.
Silencio. Una sonrisa se curvó en el rostro del líder.
—Perfecto. Llévenlo al nivel inferior. La chica ya está lista.
—Pero, señor ¿y si logra entrar?
El líder apoyó el vaso, sin apresurarse.
—Déjenlo entrar. Quiero que me mire a los ojos antes de romperlo.
Y entonces, como si ya saboreara la victoria, añadió:
—Y tráiganme a la chica. Es hora de despertar la llave.
AMELIALos dos hombres la tomaron de los brazos. Yo intenté resistir.
—¡No! ¡Suéltenme!
Nada. No reaccionaban. No pestañeaban siquiera. Me llevaron hacia una puerta distinta. Más pequeña. Mucho más oscura. Mi corazón golpeaba tan fuerte que dolía.
—Alexander… —susurré— No llegues. No entres. No lo hagas…