Dueño De Mi Silencio

La llave que jamás quiso ser

ALEXANDER

El mundo no se detuvo. Me detuve yo. Las palabras del líder quedaron suspendidas en el aire como un veneno que se niega a disiparse.

La verdadera llave es tu sangre, Alexander.

Sentí algo dentro de mí romperse. Algo que no tenía nombre. Amelia estaba detrás del cristal, con los ojos abiertos de par en par, temblando, tratando de entender por qué la máquina la había rechazado. Por qué el líder hablaba como si yo fuera una pieza que él había estado esperando toda su vida.

Yo la miré. Y encontré en sus ojos algo que me desgarró: No miedo por ella misma. No miedo por lo que habían querido hacerle. Miedo por mí. Por lo que acababa de descubrir. Por lo que podía transformarme.

Mi pecho ardió con un fuego oscuro. Visceral. Inhumano.

—Decime que es mentira —le gruñí al guardia más cercano.

Él retrocedió, temblando.

—Es… es lo que dicen los archivos, señor. Su sangre contiene el código..La organización lo creó así.

—¡NO ME CREÓ NADIE! —rugí, estrellando mi mano contra la pared metálica.

La pared se abolló bajo mis dedos. Las luces titilaron. Un zumbido recorrió el piso. Los guardias se encogieron. Adriel dio un paso atrás. Y Amelia…

Amelia presionó las manos contra el cristal.

—Alexander… —susurró— No dejés que te controlen. No dejés que esto sea verdad. Vos no sos eso no sos…

Pero sus palabras murieron cuando el líder volvió a hablar desde la pantalla.

—Oh, Amelia. Él siempre fue eso. La organización lo diseñó. Lo preparó. Lo empujó hasta quebrarlo. Y ahora es exactamente lo que necesitamos.

Sentí una punzada detrás de los ojos. Como si algo dentro de mí intentara activarse con solo escuchar su voz. Un ardor frío recorrió mis venas. Mis huesos. Mi respiración. Mi sombra se deformó en el piso.

No.

No.

NO.

—No vas a tenerme —dije entre dientes—Jamás.

El líder rio bajo.

—¿Y cómo vas a evitarlo? No podés escapar de lo que sos. Podés negar tu infancia, tus cicatrices, tu origen pero tu sangre no miente.

Mi visión se nubló por un instante. Vi luces.
Destellos. Símbolos que nunca había visto pero que mi mente reconocía. Era como si el código estuviera en mis huesos. Dormido.
Esperando. Amelia golpeó el cristal con fuerza.

—¡Alexander! ¡Mírame! ¡NO SOS UN EXPERIMENTO! ¡SOS UN HOMBRE! ¡SOS MI HOMBRE! ¡Y NADIE PUEDE USARTE!

Esa frase me frenó. Me ancló. Me sostuvo al borde de un precipicio que estaba a milímetros de tragarme. Respiré hondo. Muy hondo. Y dije:

—Abrí la puerta.

Adriel tragó saliva.

—Alex no creo que puedan.

El guardia tembló.

—La puerta solo se abre desde el panel central. Del otro lado…

—¿Del otro lado qué? —gruñí.

El guardia tragó saliva.

—Del otro lado está el líder.

Se hizo un silencio tan cruel que dolió.vMi mandíbula se tensó.

—Entonces —dije despacio— voy a ir por él.

Los guardias intentaron alejarse, pero no llegaron lejos. Yo ya había avanzado. Pasé por el corredor sin pensarlo. Empujé a dos guardias que volaron contra la pared. Uno intentó levantar el arma. Se la quité. La doblé. La tiré al piso. Adriel me siguió, respirando rápido.

—Alexander… calmate..Estás entrando en...

—En lo que me hicieron ser —escupí. Giré hacia él. —¿Lo sabías? ¿Lo supiste siempre?

Adriel abrió la boca, pero no hubo respuesta. Y eso fue suficiente.

—Te odio —le dije.

Adriel cerró los ojos. Su rostro se endureció.

—Lo sé.

Seguí avanzando. Cada paso hacía retumbar el pasillo metálico. Como si mi cuerpo pesara más. Como si mis huesos se volvieran acero. Como si el código dentro de mí despertara. Pero Amelia… Ella era la única que podía detenerme.

—¡Alexander, volvé! —gritó detrás del cristal—
¡No vayas! ¡Es una trampa!

Me detuve por un segundo. Solo un segundo. La miré. Sus lágrimas caían sin control. Sus dedos pedían que me acercara.
Que no me perdiera. Y ese segundo ese único segundo.fue suficiente para que el líder hablara de nuevo:

—Ella lo entiende. Vos no.

Me di vuelta hacia la pantalla. Y mi voz se quebró.

—Si le tocás un cabello…

El líder sonrió.

—¿Qué vas a hacer, llave?

Algo dentro de mí se rompió. Algo definitivo.

—Voy a romperte a vos.

SALA CENTRAL

La puerta se abrió con un chasquido metálico. Entré. El líder estaba sentado. Calmo. Como si esto fuera un encuentro social.

—Llegaste —dijo con suavidad— Y mirá cómo brillan tus ojos. Exactamente como esperábamos.

Yo cerré los puños. Un zumbido recorrió mis brazos. Mis dedos hormiguearon.

—No me llames así —gruñí.

—¿Llave? Es lo que sos. La pieza final. La que puede abrir el archivo que destruirá o salvará al mundo.

—No me importa tu mundo —escupí— Solo quiero a Amelia.

El líder suspiró.

—Entonces estás a tiempo. Si cooperás…
ella vive.

Mi corazón se detuvo. Literalmente. Se detuvo.

—¿Y si no? —pregunté.

El líder sonrió.

—Entonces muere. Y vos con ella. Porque tu código está ligado al suyo.

Sentí un golpe en el pecho. Adriel entró detrás de mí, jadeando.

—Alexander no escuches.....

—Callate —le gruñí.

No era a él a quien hablaba. Era a mi propio cerebro. A mi propio código. A esa parte de mí que quería activarse aunque yo no lo permitiera. El líder extendió la mano hacia un dispositivo.

—Solo necesito una gota de tu sangre.

Yo sonreí. Oscuro. Letal. Puro veneno.

—Venite a buscarla.

El líder dejó de sonreír.

—Sabía que ibas a decir eso.

Apagó las luces. El piso vibró. Puertas metálicas se deslizaron. Y de las sombras empezaron a salir hombres con máscaras negras. Armas. Implantes. Movimiento perfecto. Una docena. No. Más. Muchos más. Adriel maldijo entre dientes.




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