Dueño De Mi Silencio

La mansión donde mi cuerpo aprende tu nombre

AMELIA

El amanecer entró por los ventanales como un hilo dorado que se posó sobre mi piel desnuda. Me desperté lentamente, envuelta en el calor del cuerpo de Alexander, su brazo rodeándome la cintura, su respiración rozándome la nuca. No recordaba la última vez que había dormido tan profundamente.
O que me había sentido tan segura.nGiré apenas el rostro. Él aún dormía. Y verlo dormir fue una experiencia distinta a todo.

Era hermoso. Pero no el tipo de belleza que se presume. Era una belleza silenciosa, peligrosa, íntima. La belleza de un hombre que sobrevivió a la oscuridad y aún así sabía abrazar. Su mano, grande y tibia, reposaba sobre mi vientre.nCasi como si su cuerpo quisiera asegurarse de que yo no desapareciera mientras soñaba. Me di vuelta despacio, quedando frente a él. Sus cejas se relajaron. Sus labios se entreabrieron apenas. Lo toqué con la punta de mis dedos.

—Alexander —vsusurré.

No se despertó aún, pero su mano me apretó con suavidad, como si mi nombre hubiera sido pronunciado dentro de su sueño. Me acomodé más cerca, hundiendo mi rostro en su cuello. Y el perfume de su piel, mezclado con la noche anterior, me hizo sonrojar. Ese hombre ese hombre había incendiado el mundo por mí. Y ahora me abrazaba como si yo fuera su mundo.

ALEXANDER

Desperté con la sensación de que alguien me estaba mirando. Abrí los ojos. Y ahí estaba. Mi mañana. Mi calma. Mi amor. Amelia apoyada sobre mi pecho, con el cabello desordenado, la piel suave, la boca aún enrojecida por los besos de la noche anterior. Mi mano se movió sola hacia su cintura.

—Buenos días —murmuré, mi voz raspada por el sueño.

Ella sonrió. Esa sonrisa valía más que cualquier tesoro.

—Dormiste mucho —dijo.

—Dormí con vos —respondí— Eso lo explica todo.

Me miró con un leve rubor en las mejillas, y ese pequeño gesto hizo que todo mi cuerpo despertara de una manera distinta. Me acerqué hasta rozar su nariz con la mía.

—Estás hermosa —susurré— Y es una tortura…

Ella arqueó una ceja.

—¿Qué cosa?

—Querer besarte tanto y no saber por dónde empezar.

Amelia se rió, un sonido suave, musical, íntimo. Me tomó del rostro.

—Empezá donde quieras —dijo, rozando mi labio con el pulgar— Soy toda tuya.

Mi corazón dio un latido fuerte. Muy fuerte. La atraje sobre mi pecho, sentándola sobre mí. Mi mano recorrió su espalda lentamente, sin prisa, como si su piel fuera una oración que necesitaba leer de nuevo. La besé. Despacio al principio. Lento. Profundo. Luego, más hambriento. Más intenso. Los dedos de Amelia se enredaron en mi cabello y me atrajo más cerca, como si la distancia fuera un crimen.

—Podemos quedarnos en la cama todo el día —susurré contra su hombro— No quiero que nada del mundo te toque excepto yo.

—Entonces hacé que pase —respondió ella, poniéndose colorada.

Mis labios recorrieron su cuello. Su respiración se aceleró. Mis manos descendieron por su cintura, suaves, conectadas, firmes. No había prisa. No había desesperación. Solo deseo lento, dulce, ardiente. Dos cuerpos que se reconocían en la quietud después de haber sobrevivido a una guerra. Amelia dejó caer su frente contra la mía.

—Te amo —dijo.

Y yo sentí que esas dos palabras eran más poderosas que cualquier organización, cualquier código, cualquier arma.

—Y yo a vos —respondí, besándola de nuevo— De una forma que todavía estoy aprendiendo a manejar.

EL BAÑO

Más tarde mucho más tarde me tomó de la mano y me llevó al baño principal de la mansión. Una bañera enorme de mármol blanco. Vapor suave ascendiendo. Luz cálida filtrándose entre cortinas translúcidas. Era como entrar en un santuario. Amelia se metió primero. El agua caliente cubrió su piel como un abrazo líquido. Me miró por encima del hombro.

—¿Vas a quedarte mirándome?

—Probablemente —dije sin vergüenza.

Ella rodó los ojos y salpicó agua hacia mí.

—Entrá ya.

No necesité más invitaciones. Me deslicé en la bañera detrás de ella, envolviéndola entre mis piernas. Su espalda se apoyó en mi pecho. Su cabeza descansó contra mi clavícula. El agua se movía suavemente con nuestros cuerpos, cálida, susurrante.

Mis manos se hundieron en el agua para tomar su cintura. Ella cerró los ojos, relajándose completamente encima de mí.

—Acá —susurré contra su oído — Así me siento vivo.

—¿Y antes no? — preguntó ella.

—No como ahora.

Mis labios recorrieron su cuello húmedo. Ella suspiró, inclinando la cabeza para darme más espacio. Era un sonido dulce. Un sonido que me atravesó el pecho. Mis manos subieron despacio, recorriendo la línea de su abdomen, su costado, su pecho descubierto apenas por el agua. Cada suspiro suyo era fuego líquido. Cada movimiento mío era oración.

—Soy feliz —dijo ella de pronto, como si el pensamiento le hubiera salido del alma sin filtros.

Yo apoyé la frente contra la suya, envolviéndola más fuerte.

—Yo también. Y no sabía que podía serlo.

Nos quedamos así, sumergidos en el agua tibia, piel contra piel, respirando juntos. Un paréntesis perfecto hecho de vapor, ternura y deseo.

EL DESAYUNO

Más tarde, ya vestidos, bajamos a la cocina. El mundo seguía en silencio afuera, pero aquí adentro el aire se sentía lleno de vida.

Amelia preparó café. Yo la miraba desde la mesa, con una fascinación que no intenté disimular.

—¿Qué pasa? —preguntó sirviendo la taza.

—Estoy pensando —respondí.

—¿En qué?

—En que no sé cómo sobreviví tantos años sin vos.

Ella quedó quieta. Luego apoyó la taza y se acercó lentamente. Tomó mi rostro con ambas manos.

—No tenés que sobrevivir más —susurró—
Ahora vamos a vivir.

Mi pecho se apretó de una manera hermosa. La atraje hacia mí y la besé allí mismo, entre café, luz de mañana y olor a pan tostado..Un beso cálido. Un beso que prometía futuro. Un beso que unió todo lo roto y lo volvió nuevo.




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