Dueño De Mi Silencio

El hogar que encontramos

AMELIA

El tiempo no sanó nuestras heridas. Nos sanamos nosotros. Un día después del incendio, la mansión de Alexander dejó de sentirse como un lugar intimidante y enorme y comenzó a sentirse como un hogar.

El jardín volvió a florecer. La brisa de las mañanas traía olor a té y pan tostado. Las noches eran silenciosas, cálidas, nuestras. Yo solía despertar antes que él..Y siempre lo encontraba mirándome. No de forma intensa ni peligrosa. De forma tranquila. Como si cada día confirmara que yo no era un sueño que podría evaporarse.

—Buenos días, cielo —me decía, rozándome la frente con los labios.

Y yo sonreía, porque ya no quedaba rastro del hombre consumido por la oscuridad. Seguía siendo fuerte, dominante, protector…
pero ahora también era libre. Libre para amar.Libre para sentir. Libre para ser mío.

ALEXANDER

Nunca imaginé tener un futuro. No uno real. Pero Amelia lo construyó conmigo sin siquiera proponérselo. Con su risa en la cocina. Con sus pies descalzos en el piso de mármol. Con su forma dulce de abrazarme desde atrás cuando yo leía. Con la costumbre de quedarse dormida sobre mi pecho todas las noches. Ella convirtió mi mansión en una casa. Y mi vida en un propósito.

Hubo días en los que desperté agitado, recordando sombras de mi pasado. Pero ella siempre estaba ahí. Una palma cálida en mi mejilla. Un susurro en mi oído.

—Ya pasó. Ya estás conmigo.

Y eso era suficiente. Más que suficiente.

JARDÍN — SEIS MESES DESPUÉS

Adriel vino a visitarnos. Estaba distinto: más relajado, con ojeras menos pronunciadas y una vida lejos de la organización.

—No puedo creerlo —dijo mirando la casa— El monstruo tiene flores ahora.

Amelia rió y le dio un abrazo..Yo solo lo miré, cruzado de brazos.

—¿Y vos? —pregunté— ¿Sos una persona decente ahora?

Adriel sonrió con esa ironía clásica de él.

—Estoy en proceso —respondió—.Pero te diré algo, hermano no sabía que la felicidad te quedaba tan bien.

Se fue después de una hora, prometiendo volver. Amelia y yo nos quedamos en el jardín, mirando el atardecer. Ella se acercó y entrelazó sus dedos con los míos.

—¿Pensás en todo lo que pasamos? —preguntó.

—Pienso en que me habría perdido sin vos —respondí sin dudar— Y en que quiero pasar el resto de mi vida asegurándome de que seas feliz.

Ella sonrió. Una sonrisa suave, de esas que guardan significado.

—¿Resto de tu vida? —repitió, levantando una ceja.

Yo la tomé por la cintura y la acerqué a mí.

—Sí —dije contra su boca— Resto de mi vida.

Ella me besó. Lento. Dulce. Con esa forma suya de convertir cualquier cosa en luz. Y en ese momento lo supe con absoluta claridad: Había encontrado a mi hogar. Y había sobrevivido para vivirlo.

VISTA AL MAR — UN AÑO DESPUÉS

Viajamos a la costa. La playa estaba desierta al amanecer. El mar parecía un espejo inmenso. Amelia llevaba un vestido blanco que se movía con el viento, como si también él se inclinara para adorarla. Yo me acerqué por detrás y puse mis manos en su cintura.

—Tenemos una vida nueva —le dije.

—La hicimos juntos —respondió ella.

La giré suavemente. Y ahí, con las olas rompiendo como aplausos lejanos, me arrodillé frente a ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Amelia —susurré— Quiero que seas mi esposa. Mi futuro. Mi siempre.

Su voz salió entrecortada.

—Sí….sí, Alexander….sí.

La levanté en mis brazos y ella rió, una risa tan hermosa que el mar entero pareció callar para escucharla..Nos besamos bajo el sol naciente. El mundo era simple otra vez. Era nuestro. Era paz..Era amor.

Alexander Cain, el hombre que vivió rodeado de oscuridad, encontró luz. Amelia, la mujer que sobrevivió al miedo, encontró libertad..Ambos encontraron algo más:

Un amor que no intenta salvar, sino acompañar. Un amor que no hiere, sino reconstruye. Un amor que no quema, sino abriga.

El pasado quedó enterrado en cenizas. Y de esas cenizas, nació su futuro. Juntos. Siempre.

FIN




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