DueÑos Del Juego

CAPÍTULO 8: LA DECISIÓN

Así terminaba un gran día en Vittoria. Entre reuniones, celebraciones y tensiones, el club parecía tomar forma, tanto en la cancha como en la sala de juntas. Pero la noche aún guardaba sorpresas.

Poco después de la llamada, Adriano se quedó mirando por la ventana, dejando que la luz de la ciudad se mezclara con sus dudas. La oferta de Giovanni Rinaldi había calado hondo. Federico, con todo su potencial y entrega, era vital para el proyecto de Vittoria; sin embargo, la inyección de capital que Torino FC prometía podría aliviar las crecientes tensiones financieras.

No pasó mucho tiempo antes de que Luca llamara a una reunión de emergencia en una sala privada de la sede. La atmósfera era densa y el ambiente, apenas iluminado, reflejaba la gravedad de la decisión que debían tomar. Allí se encontraban Luca, Adriano y Massimo Bellucci, el entrenador, cuya experiencia y sentido del fútbol siempre habían sido un faro para el club.

Luca abrió la conversación con voz pausada y segura: —Chicos, la oferta de Torino FC no es algo que podamos dejar pasar sin pensarlo bien. Federico ha sido el motor que nos ha impulsado, pero también es innegable que nuestra situación financiera pide soluciones urgentes.

Adriano, aún con el eco de la llamada resonando en su mente, intervino: —La propuesta es tentadora en términos económicos. Si aceptamos, podríamos invertir en fichajes y mejoras que quizá nos acerquen a la Serie A. Pero… ¿a qué precio? Federico no es una simple transacción; es parte fundamental de lo que estamos construyendo.

Bellucci, con la mirada fija en el horizonte a través de la ventana, aportó su punto de vista:
—En el vestuario y en la cancha, Federico es más que un jugador. Su actitud, su habilidad para inspirar a los compañeros… sin él, el equipo perdería esa chispa. El fútbol se gana con pasión y compromiso, no solo con números en una cuenta bancaria.

Luca suspiró y pasó la mirada entre sus compañeros: —Exactamente. Venderlo podría ayudarnos a solventar algunas deudas y darnos margen para renovar, pero también podría desestabilizar lo que tanto nos ha costado construir. Federico es esencial para nuestro proyecto de ascenso, y mi instinto me dice que no debemos desprendernos de él sin condiciones claras.

Adriano asintió, dejando que la tensión se disipara levemente en un murmullo de reflexión:
—Estamos en una encrucijada. Si aceptamos la oferta sin negociaciones, corremos el riesgo de perder la identidad del club. Pero, si nos aferramos a Federico a cualquier costo, podríamos ver agravarse la situación financiera.

Bellucci agregó, con tono sereno pero firme: —El éxito a largo plazo de Vittoria no se mide solo en resultados inmediatos. Es un equilibrio entre estabilidad económica y la pasión que llevamos dentro. Si Federico se va, no solo perdemos a un jugador; perdemos un pilar en el vestuario. Los muchachos lo sienten, y eso afecta la moral del equipo.

Luca tomó unos instantes para meditar, con la mirada perdida en los documentos sobre la mesa. Finalmente, habló con decisión: —Lo que propongo es lo siguiente: no responderemos a la oferta de inmediato. Necesitamos evaluar en profundidad una posible negociación, pero con condiciones muy claras. Si Federico va a ser parte de un eventual acuerdo, debemos asegurar que su futuro en el club –y, por extensión, el alma de Vittoria– permanezca intacto.

Adriano, con un brillo determinado en los ojos, concluyó: —Entonces, dejaremos la puerta abierta a Torino FC, pero solo en términos que protejan nuestra visión. Federico es nuestro futuro; cualquier trato deberá respetar eso.

Bellucci asintió y añadió: —Mientras tanto, el trabajo en el campo sigue. No podemos permitir que la incertidumbre perturbe el rendimiento diario. El vestuario debe saber que, pase lo que pase, la identidad de Vittoria sigue intacta.

La conversación dejó claro el dilema que enfrentaban. La posibilidad de vender a Federico era a la vez una solución inmediata y una amenaza a largo plazo. Y aunque la oferta de Giovanni seguía en el aire, lo que importaba era mantener el espíritu y la convicción que habían llevado a Vittoria a renacer.

En esa sala silenciosa, con la ciudad de Milán extendiéndose a lo lejos, Luca, Adriano y Bellucci sellaron un pacto tácito: negociarían desde la fortaleza de sus principios, sin ceder la esencia que hacía único al club. El futuro aún era incierto, pero, unidos, estaban dispuestos a forjarlo a su manera.

Después de que concluyó la reunión, Luca envió un mensaje a su hermano desde la sala de juntas:

—Voy a ir a Suecia a ver a Astrid. Quiero estar cerca de ella en estos días.

No tardó en recibir una respuesta en su teléfono:

—No te metas en líos, como en París. Recuerda lo que pasó.

Luca suspiró al leer esas palabras, consciente de que su hermano trataba de advertirle sin dejar de mostrar preocupación. Con su jet privado ya listo, se encaminó hacia el hangar y emprendió el viaje, dejando atrás el bullicio de Vittoria para dirigirse a Estocolmo.

A su llegada, Luca se desplazó sin demora a la sede donde Astrid estaba trabajando en sus asuntos musicales. Al entrar en el salón principal, la vio al instante: estaba revisando unos papeles, concentrada, pero con una mirada que reflejaba alivio. Al notar su presencia, sus ojos se iluminaron, sorprendidos y felices al mismo tiempo.

—Luca… —murmuró Astrid, dejando escapar una sonrisa sincera.




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