El día amaneció con una energía diferente en Vittoria. No era una jornada cualquiera. Hoy se definiría el rival en la semifinal de la Copa Italia, y todos sabían que no habría margen para la suerte. Luca, vestido con su traje impecable, se dirigió temprano a la sede de la liga para la ceremonia del sorteo. A su lado, otros presidentes y directivos de los equipos restantes esperaban con expectación.
El salón estaba lleno de periodistas, cámaras y murmullos contenidos. Inter de Milán, Roma, Fiorentina y Vittoria. Cuatro equipos con aspiraciones, cuatro caminos distintos, pero solo dos llegarían a la final. Luca se acomodó en su asiento, sabiendo que cualquier rival sería un desafío, pero en el fondo, tenía una sensación extraña. Algo le decía que el destino no iba a ser generoso con ellos.
El presentador hizo su espectáculo habitual, hablando de la emoción del torneo, del honor de estar entre los mejores. Pero Luca solo quería que sacaran las malditas bolas del sorteo y terminaran con la incertidumbre. Finalmente, llegó el momento. Se removieron los bombos, se sacó la primera bola.
—Inter de Milán.
Suspenso. Otra bola.
—Fiorentina.
Eso solo significaba una cosa.
—Roma contra Vittoria.
Luca apoyó la espalda en la silla y exhaló con una leve sonrisa de ironía. Roma. Un equipo consolidado, con experiencia, con historia. El rival más difícil posible.
Los murmullos en la sala confirmaban lo que todos pensaban: Vittoria lo tendría muy complicado. Pero Luca no estaba ahí para lamentarse. Estrechó la mano de algunos directivos, dio unas respuestas diplomáticas a la prensa y salió del edificio con el teléfono en la mano.
Mientras él lidiaba con los compromisos del sorteo, en el club llegaba una visitante inesperada.
Frente a la entrada principal del club, Chiara Bianchi ajustó la correa de su mochila deportiva, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza de lo normal.
No era miedo. Era algo más fuerte. Algo que la hacía sentir alerta.
A su lado, su padre y su hermano mayor observaban el imponente edificio con los colores del club, el escudo de Vittoria grabado en el cristal de la entrada.
Su padre, hombre de pocas palabras, pero mirada analítica, fue el primero en reaccionar.
—Hace años que no entraba a un club profesional. —Dijo con voz baja, con una nota de nostalgia. Luego, su mirada se endureció—. Aprovecha esto, Chiara. Las oportunidades no llegan dos veces.
Ella asintió con firmeza.
Junto a ellos, su hermano cruzó los brazos con aire tranquilo, aunque sus ojos delataban una curiosidad intensa. Él también soñaba con algo más grande.
Cuando cruzaron las puertas del club, un asistente del equipo los recibió con formalidad.
—Bienvenidos a Vittoria. ¿Tienen cita?
Chiara tragó saliva y dio un paso adelante.
—Sí. Vine a probarme para el equipo femenino.
El asistente asintió y revisó su tableta.
—Ah, sí. Chiara Bianchi.
Sus ojos pasaron fugazmente a su padre y hermano, pero no dijo nada.
—Vengan conmigo.
Los llevó a una sala de espera moderna, con sillones oscuros y una gran pantalla mostrando imágenes de partidos del equipo. En una esquina, una mesa con café y agua.
—El señor Moretti los recibirá en unos minutos.
El señor Moretti.
El título resonó en la mente de Chiara mientras se acomodaba en el sillón, tratando de disimular sus nervios.
—¿Crees que sea Luca? —murmuró a su hermano.
—No lo creo. —Él negó con la cabeza—. Dudo que el presidente pierda el tiempo recibiendo pruebas individuales.
Antes de que pudiera responder, una puerta se abrió y una figura apareció en el umbral.
—Pueden pasar.
Chiara se levantó de inmediato, su padre y hermano hicieron lo mismo.
Cuando cruzaron la puerta, lo vieron.
Adriano Moretti.
Su presencia era imponente. Vestía con elegancia, pero no era la ropa lo que imponía, sino su mirada fría, su postura rígida.
Los ojos de su padre se iluminaron con reconocimiento inmediato.
—Tú eres Adriano Moretti.
Adriano, acostumbrado a que lo reconocieran, apenas alzó una ceja.
—Última vez que lo comprobé, sí.
Su padre asintió con una leve sonrisa.
—Te vi jugar en el Milan. Siempre pensé que serías el sucesor de los grandes mediocampistas italianos.
Adriano mantuvo la expresión neutra.
—Yo también lo pensé. —Señaló las sillas frente a su escritorio—. Siéntense.
Chiara y su familia lo hicieron. Adriano no perdió tiempo.
—Voy a ser claro. Luca te vio jugar y cree que vales la pena. Pero no soy Luca.