DueÑos Del Juego

CAPÍTULO 15 – EL PRECIO DE LA GRANDEZA

El invierno en Italia se sentía distinto ese año. La ciudad de Vittoria aún vibraba con la energía del ascenso y los fichajes estrella, pero el verdadero desafío apenas comenzaba.

Luca Moretti, con la mirada puesta en el futuro, sabía que la grandeza no llegaba sin sacrificios. El club estaba en su mejor momento, pero fuera del campo, la vida seguía moviéndose con sus propias reglas.

Y nada cambiaría su mundo más que el nacimiento de su hijo.

La luz tenue del hospital privado iluminaba la habitación en la que Astrid descansaba. El sonido suave de la máquina que monitoreaba sus signos vitales se mezclaba con el ritmo pausado de la respiración de Luca, quien estaba sentado a su lado, con la mirada fija en la cuna donde descansaba su hijo.

Viggo Moretti.

Ese era su nombre. Un nombre fuerte, con raíces suecas en honor a la familia de Astrid, pero con la fuerza de los Moretti.

Luca apenas podía procesar lo que sentía. Había enfrentado rivales, negociado con multimillonarios y tomado decisiones que movían el destino de un club entero.

Pero nada, absolutamente nada, se comparaba con esto.

Astrid abrió los ojos lentamente, con una sonrisa débil pero radiante.

—¿Cómo está? —preguntó con voz suave.

Luca se giró hacia ella y esbozó una sonrisa, aunque aún parecía sumido en sus pensamientos.

—Perfecto —susurró.

Astrid extendió una mano y Luca la tomó con cuidado.

—¿En qué piensas?

Luca dejó escapar una leve risa.

—En muchas cosas.

Ella apretó su mano con cariño.

—Dime una.

Luca giró su mirada de nuevo hacia Viggo, que dormía plácidamente.

—Que no quiero fallarle.

Astrid lo observó en silencio, entendiendo la profundidad de sus palabras.

Luca siempre había sido un hombre de control, de planes bien estructurados. Pero un hijo… eso era un territorio desconocido para él.

Ella entrelazó sus dedos con los de él y sonrió.

—Ya eres un buen padre.

Luca la miró con una mezcla de incredulidad y gratitud.

—Apenas acaba de nacer.

—No importa. Lo veo en tus ojos.

Hubo un momento de silencio entre ellos, solo interrumpido por el leve suspiro del bebé.

Luca suspiró y besó la frente de Astrid.

—Gracias por darme este regalo.

Ella sonrió con cansancio y cerró los ojos de nuevo.

Luca, por su parte, se quedó despierto. No quería perderse ni un segundo de ese momento.

Porque la grandeza tenía un precio, pero algunas cosas no se podían comprar.

Mientras Luca vivía uno de los momentos más importantes de su vida, su sobrino Leo Moretti estaba metido en un problema completamente distinto.

El joven asistente del equipo había estado viendo en secreto a una de las jugadoras del equipo femenino: Sofia Eriksson.

Sofia, la mediocampista sueca, era conocida por su disciplina en la cancha y su carácter fuerte fuera de ella. No era alguien que se dejara impresionar fácilmente.

Pero Leo Moretti tenía una manera especial de meterse bajo la piel de la gente.

Aquella noche, después de un entrenamiento, los dos se encontraron en el estacionamiento del club.

—Llegaste tarde —dijo Sofia, apoyada contra su auto con los brazos cruzados.

Leo sonrió con esa arrogancia que lo caracterizaba.

—Tenía trabajo.

—¿Trabajo o estabas tratando de evitar que te vieran conmigo?

Leo levantó las manos en un gesto de defensa.

—Tú también dijiste que esto debía ser discreto.

Sofia rodó los ojos, pero una sonrisa juguetona apareció en sus labios.

—No significa que me guste.

Leo se acercó lentamente, apoyando una mano en la puerta de su auto.

—¿Y qué te gusta?

Ella lo miró con desafío.

—Que no te hagas el interesante.

Leo dejó escapar una risa.

—Eso es imposible.

Sofia suspiró y abrió la puerta de su auto.

—Tengo que irme.

Pero antes de que pudiera entrar, Leo la tomó de la cintura y la besó.

Fue un beso rápido, casi impulsivo, pero lo suficiente para hacer que el corazón de Sofia latiera más rápido de lo que le gustaría admitir.

Cuando se separaron, ella lo miró con una mezcla de reproche y diversión.

—Eres un idiota.

—Lo sé —dijo Leo con una sonrisa.

Ella sacudió la cabeza y subió al auto.




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