DueÑos Del Juego

CAPÍTULO 16: DECISIONES Y CONSECUENCIAS

Los Moretti no eran solo una familia de empresarios. Eran una dinastía. Y como toda gran dinastía, tenían una historia tejida con poder, ambición y secretos.

Enzo Moretti era la cara visible del imperio, el hombre de los negocios legales, el estratega calculador que había llevado a la familia a consolidarse como una de las más influyentes de Italia. Pero en la sombra, existía otro Moretti.

Su hermano menor, Alfonso Moretti.

Alfonso nunca mostró interés en el mundo corporativo. Mientras sus hermanos se formaban en universidades prestigiosas y asistían a reuniones de alto nivel, él creció en las calles, aprendiendo el arte de la supervivencia en un mundo donde las reglas eran otras. No se movía entre oficinas y accionistas, sino entre apuestas clandestinas, acuerdos bajo la mesa y favores que siempre tenían un precio.

Era un hombre de instinto. Mientras Enzo construía un imperio con números y estrategias, Alfonso lo hacía con lealtades, amenazas y silencios comprados. Nunca ocupó un cargo oficial en Moretti Enterprises, pero todos sabían que su influencia podía inclinar la balanza cuando la diplomacia fallaba.

El Equilibrio del Poder

La relación entre Enzo y Alfonso siempre fue un equilibrio peligroso. Enzo representaba el orden, la estabilidad, la expansión calculada del apellido Moretti. Alfonso, en cambio, era la respuesta cuando las reglas convencionales no bastaban.

No eran aliados en el sentido tradicional, pero tampoco enemigos. Su relación era pragmática, basada en la necesidad. Alfonso no cuestionaba las decisiones de Enzo en los negocios, siempre y cuando este entendiera que, en ciertos asuntos, su presencia era imprescindible.

Cuando las negociaciones con otras familias se tensaban, cuando alguien debía desaparecer sin dejar rastro o cuando una amenaza externa intentaba desafiar el poder de los Moretti, Alfonso era el primero en moverse. No pedía permiso. No necesitaba justificación.

Y aunque Enzo nunca aprobó del todo su manera de actuar, nunca lo detuvo.

Porque cada dinastía necesita a alguien dispuesto a ensuciarse las manos.

Y en los Moretti, ese era Alfonso.

Los Moretti Están Por Encima

La mansión de los Romano era imponente, pero Alfonso Moretti caminaba por sus pasillos con la arrogancia de quien no consideraba a nadie su igual. No había prisa en sus pasos, solo una seguridad helada que impregnaba cada movimiento.

Lo esperaba en un salón privado el hombre al que todos llamaban Il Padrino de la familia Romano. Un veterano de la vieja escuela, con décadas de poder acumulado en las sombras de Italia. Pero hoy, no estaba en una posición de ventaja.

Alfonso se sentó frente a él sin decir una palabra, encendiendo un cigarro con la calma de quien ya había tomado una decisión.

—¿Para qué tanta formalidad, Alfonso? —dijo el padrino de los Romano, sirviéndose un vaso de whisky con un pulso firme—. Somos aliados, ¿o no?

Alfonso lo miró con una sonrisa seca.

—Aliados —repitió con sorna, exhalando el humo lentamente—. Eso es gracioso, porque un aliado no arrastra a mi hermano a su guerra sin avisarme.

El aire en la habitación se volvió denso.

El padrino de los Romano dejó el vaso sobre la mesa con un leve clic.

—Tu hermano es un hombre de negocios. A veces los negocios se complican.

—Sí —Alfonso asintió, acomodándose en su asiento—. Y a veces, los negocios se pagan con sangre. Pero en este caso, los problemas fueron tuyos, y la sangre que se derramó no fue la tuya.

Los guardias de Romano en la habitación se tensaron, listos para cualquier señal. Alfonso ni siquiera los miró.

—No soy Enzo —continuó, con un tono tranquilo, casi decepcionado—. Mi hermano es un hombre civilizado. Habla, negocia, razona. Yo, en cambio…

Alzó la vista y sostuvo la mirada del padrino.

—Yo no pido. Yo tomo.

El padrino Romano respiró hondo, tratando de mantener la compostura.

—Moretti, te respeto. Y respeto a tu familia. Pero lo que hicimos fue necesario. Gracias a ello, tomamos el control de los negocios de los Cilicianos, y créeme, hay suficiente para todos.

Alfonso sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Exactamente —dijo, inclinándose levemente hacia adelante—. Hay suficiente para todos. Pero lo que hay no te pertenece solo a ti.

El padrino Romano apretó la mandíbula, entendiendo finalmente hacia dónde iba la conversación.

—¿Qué quieres?

—Un tributo —respondió Alfonso, sin dudar—. Porque sin los Moretti, no habrías ganado esta guerra. Sin nosotros, ahora estarías recogiendo los pedazos de tu honor en la calle, rezando para que los Cilicianos no volvieran a cortarte el cuello.

Dejó caer la ceniza de su cigarro en el cenicero de cristal con un gesto indiferente.

—Quiero el treinta por ciento de todo lo que le arrebataste a los Cilicianos. Desde los casinos hasta el tráfico de mercancías en el puerto. Cada euro que pase por tus manos tiene que reconocer que los Moretti están por encima.




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