El fútbol no se detenía, y así como Vittoria cerraba un capítulo con la venta de Federico, otro se abría en París. La vida seguía en movimiento, y para algunos, los cambios llegaban como una oportunidad… o como un desafío.
Un Nuevo Comienzo
Federico Moretti siempre había sabido que su talento lo llevaría lejos. Pero ahora que estaba en París, vistiendo la camiseta del PSG, la sensación era distinta.
Había dejado atrás la comodidad de Vittoria, el club que lo vio crecer, su familia, sus amigos y, sobre todo, la vida que había construido en Italia. Ahora, se encontraba en una ciudad nueva, rodeado de jugadores que antes solo veía en televisión, con un contrato millonario sobre la mesa y la presión de demostrar que valía cada centavo que habían pagado por él.
Desde el momento en que aterrizó en París, todo fue un torbellino. La presentación oficial, las sesiones de fotos, las entrevistas… Todo giraba en torno a él. Era la nueva joya del equipo, el refuerzo estelar, la apuesta del PSG para dominar la liga y hacer historia en Europa.
Pero Federico no se engañaba.
Sabía que, en este mundo, nada era casualidad.
Si el PSG había decidido apostar por él, era porque esperaban resultados inmediatos. Y si no los daba, se lo harían saber de la peor manera posible.
El fútbol era así. No había tiempo para adaptaciones ni excusas.
Era ahora o nunca.
Federico Moretti no solo llevaba en su espalda el peso de su talento, sino también el de su apellido. Su conexión con los Moretti siempre había sido motivo de debate, porque aunque su padre, Riccardo Moretti, era hermano de Enzo y Alfonso, su vida siempre había seguido un camino distinto.
Riccardo nunca se involucró en los negocios familiares. A diferencia de sus hermanos, que encontraron su lugar en los hilos de poder y en las sombras, él se alejó de todo desde joven. En su juventud, decidió perseguir una vida más tranquila y estable, lejos de las guerras de influencia que dominaban la familia Moretti. Su refugio fue el fútbol, pero no desde el campo, sino desde los escritorios. Se convirtió en agente deportivo, con la idea de moverse en un mundo más limpio… aunque con el tiempo comprendió que, en realidad, todo estaba manchado.
Durante sus años en Rusia, donde trabajaba gestionando jóvenes promesas del fútbol europeo, conoció a Ekaterina Volkov, una mujer de carácter fuerte, mirada gélida y una belleza intimidante. Ekaterina provenía de una familia de empresarios con conexiones profundas en el mundo de la política y el comercio ruso. No era una mujer común, y Riccardo lo supo desde el momento en que la conoció. Se casaron poco después, y de esa unión nació Federico.
Desde pequeño, Federico creció entre dos mundos. Su madre le inculcó la disciplina y la mentalidad de hierro de los rusos, mientras que su padre intentó que tuviera una infancia normal, sin que el apellido Moretti dictara su destino. Pero eso era imposible.
Los Moretti eran más que un nombre. Eran una dinastía.
Aunque Riccardo se mantenía al margen, Federico nunca pudo escapar del peso de la sangre que corría por sus venas. Creció viendo cómo sus primos, Luca y Adriano, tomaban caminos distintos: uno construyendo su imperio en el fútbol, el otro perdido en el caos de la familia. Veía a su tío Enzo moverse con la elegancia de un empresario, pero con la ferocidad de alguien que jamás perdía. Y a su otro tío, Alfonso, al que pocos se atrevían a desafiar.
Federico siempre sintió que estaba en el medio.
Quería triunfar por su propio mérito, pero el mundo no le permitía olvidar quién era. Y ahora, en París, tenía que demostrar que su apellido no era lo que lo definía… sino su talento en la cancha.
Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para Federico. Se instaló en su nueva residencia, un moderno departamento en el corazón de París, con vistas privilegiadas a la ciudad. La soledad del lugar contrastaba con el bullicio de la capital francesa. Para distraerse, pasaba horas en videollamadas con su madre, Ekaterina Ivanova, y su abuelo materno, Viktor Ivanov.
—Mi hijo, ¿cómo te estás adaptando? —preguntó Ekaterina con su marcado acento ruso. Su cabello rubio y sus ojos celestes siempre le daban un aire elegante, pero su tono maternal lo reconfortaba.
—Todo bien, mamá. Solo es cuestión de acostumbrarse.
—No olvides tus clases particulares —le recordó su abuelo, Viktor, con su voz grave—. El fútbol es importante, pero la educación es lo que te hará realmente fuerte.
Federico asintió, aunque en el fondo le costaba concentrarse en otra cosa que no fuera el fútbol. Desde pequeño, su madre había insistido en que tomara clases de historia, literatura y francés, para asegurarse de que tuviera un futuro más allá del deporte.
—Lo sé, abuelo. No te preocupes.
Al día siguiente, llegó el momento de presentarse en las instalaciones del Paris Saint-Germain y conocer al cuerpo técnico y a sus compañeros. Cuando ingresó al centro de entrenamiento, fue recibido por el entrenador del equipo, Thierry Beaumont, un exjugador francés con una presencia imponente y una mirada afilada.
—Ah, voilà! El ragazzo italiano! —exclamó con un acento marcadamente francés, sonriendo con confianza—. Bienvenu à Paris, Federico.
Federico estrechó su mano con firmeza.
—Grazie, mister. Estoy feliz de estar aquí.
Thierry asintió con una sonrisa.
—Aquí trabajamos duro, pero también nos divertimos. Espero que estés listo para eso.
A su lado, el asistente técnico, Laurent Moreau, intervino con una actitud más meticulosa.
—Hemos analizado tu estilo de juego. Queremos potenciar tus habilidades y hacer que encajes en nuestro esquema lo antes posible.
Federico asintió, notando la diferencia en el tono de ambos entrenadores. Thierry era más expresivo, con ese carácter francés extrovertido, mientras que Laurent tenía una manera más metódica de hablar.