" A los hombres se les valora no por lo que son, sino por lo que parecen"
«E. Litton»
Antes de que pueda salir el sol, él se levanta y camina hacia el baño. Luego de darse una ducha, va a su vestidor. Todos sus trajes están ordenados por cada día de la semana en el que los utilizará. Es muy estricto en cuanto a eso y su asistente se encarga— cada domingo— de ordenarle los trajes de ese modo.
Miércoles.
El traje de hoy tiene que ser impecable y denotar poder. No todos los días tienes una reunión con el «inaccesible Lincoln» Era uno de los hombres más poderosos del estado ¿Cómo no, si era uno de los principales accionistas de una de las empresas más importante del continente?
Claro, él hubiese preferido reunirse con el mismísimo presidente, pero debía conformarse con reunirse con el hombre que le seguía en autoridad. Por ahora.
Nunca lo había visto, en realidad casi nadie—para no decir nadie—había tenido la oportunidad de conocerlo. Él, que tenía casi todo el dinero del mundo, con poder en cada rincón del planeta, no había tenido la «dicha» de conocerlo.
¿Era un golpe para su ego no ser recibido por él? Por supuesto que sí, pero negocios eran negocios.
•••••≈•••••
El trafico era un asco en la ciudad. Su reunión comenzaba en menos de una hora y el aún estaba atorado en ese mar de vehículos. Hizo una llamada rápida.
— Dígame, señor Cárter.
—Tom, llegaré un poco tarde a la junta. Avísale a los inversionistas, de inmediato.
—De acuerdo, señor—colgó.
Luego de estar— en lo que le pareció la hora más larga de su vida—en el tráfico, al fin había llegado a la compañía. La gran obra arquitectónica con un gran «The Golden Companys» en la cima, era un edificio majestuoso que gritaba lujo por todas partes.
Estaba a punto de estacionar cuando sintió un fuerte golpe en la parte trasera de su auto.
«¿Qué demonios...?»
¡Un jeep ha chocado su auto!
Baja del auto, echo una furia.
¡¿Por qué le hacían perder el tiempo de esa manera?!
Simultáneamente con él, la otra persona que conducía el auto sale rápidamente.
Una chica de ojos pardos, con el cabello hecho trenzas gruesas, de tez oscura, ve con preocupación lo que acaba de causar.
¡Había chocado un auto!
¡JUSTO LO QUE FALTABA!
Vio como aquel hombre se bajaba, no muy contento. Lo había reconocido al instante. Su cabello rubio, su barba perfectamente afeitada y su cuerpo muy bien cuidado, nunca pasaba desapercibido en los medios. Al principio ella les rogó a las fuerzas de la naturaleza que no fuera él y que solo fuera un hombre muy bien parecido. Pero no, era él. Estaba segura de eso. Era el presidente de esa compañía.
«La suerte me acompaña»
Traga grueso.
Esa mirada no auguraba nada bueno.
—Yo... de verdad.... Lo siento mucho no fue ni intención. Juro que—
—¿Tienes alguna idea de lo que hiciste? —Inquiere él. Su mirada no mostraba ningún sentimiento—. Dios...Mujer tenías que ser.
Lo mira, incrédula—. Tu absurdo y machista comentario no viene al caso. Solo fue un accidente, que, por cierto, fue culpa de los dos.
—¡¿De los dos?!— repitió el incrédulo—. ¿Acaso fui yo el que se abalanzó hacia tu auto?
—¿Acaso fui yo la que se estacionó en un lugar que no debería? — contraataca ella con el mismo tono.
¿En serio acababa de decirle eso? ¿Acaso no sabía quién era? Era el dueño de la compañía ¡Podía estacionarse donde quisiera!
—Además—continuó ella—, no tiene por qué preocuparse, yo me haré cargo de los gastos.
La mira de arriba hacia abajo. Era una negra mal vestida. Vaqueros rotos, botas desgastadas y un reloj de cuero viejo, muy anticuado. Con suerte y podía pagar la renta de su departamento y llegar viva al mes.
—¿Que lo vas a pagar, dices? — inquiere burlón.
—¿Es usted sordo o le gusta repetir las preguntas porque no las comprende? Pagaré los daños. Fue mi culpa según usted ¿no? — el enojo de Elliot aumenta
—No estoy sordo ¿Estás viendo mi auto? Ni con todo tu sueldo, liquidación y jubilación juntas, podrías pagar el daño—le dijo con desdén, conservando su gesto estoico—. Mejor ya vete, yo me encargaré de reparar los daños de mi auto tu encargarte de los de tu carcacha. Ya me hiciste perder mucho tiempo.
Lo poco que le queda de paciencia y amabilidad a la mujer, se esfuma al oírlo.
—¿Acaso cree que es el único con cosas importantes qué hacer, señor soy-el centro-del mundo? ¡Mi auto recibió el peor daño! Y aunque en parte fue mi culpa, no pierdo la calma. Además, no entiendo su enojo, si tanto dinero tiene solo tenía que dejarme su tarjeta y dejar que otros lo arreglen. No tenía por qué bajarse de su trono para discutir con una «plebeya»—espeta—. No perdía el tiempo usted y no lo perdía yo—le da la espalda para volverse a montar en su auto.
—Tiene razón, usted también perdió tiempo a causa de esto— se detiene al escucharlo. Queda desorientada por un momento ¿Se disculpaba? —. Pero no creo que unos cuantos clientes perdidos en la porquería donde trabaja, valgan más que los millones que yo pierdo por cada segundo que hablo con uste—
No le dio tiempo siquiera para terminar la frase. Un puño había sido estampado en su cara y un crujir lo alerto posiblemente de una nariz rota.
¡Qué mierda!
Toca su nariz y luego mira su mano. Está sangrando. Mira las pequeñas gotas, aun asimilando lo que acaba de pasar. Las personas que transitan por la calle ven la situación y murmuran. Su semblante de indiferencia desaparece. Ahora está enojado.
De verdad enojado.
Pero Andrómeda no se queda atrás, está igual de enojada y no se arrepiente. Es un gran mal nacido que se merece eso y mucho más.
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Editado: 26.03.2022