Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 2

"Aequam memento rebus un arduis servare mentem (acuérdate de conservar en los acontecimientos graves, la mente serena)".  

«Horacio». 

  

 —Creí que venía a reunirme con personas de negocios—expuso ella con seriedad—. Díganme de una vez si esto es una burla para ustedes, y yo me retiraré—sus palabras no concuerdan con su sonrisa excesivamente dulce y los suaves gestos de su rostro, parece más un consejo que un reproche. 

A pesar de lo que ha dicho, Elliot no puede dejar de verla con desprecio. La detesta, pues la mujer reúne todo lo que le disgusta en una sola persona. 

—Disculpe, señorita Allister, es solo que—el hombre que está sentado al lado de Elliot, calla y medita lo que dirá a continuación—. Usted...es muy joven. 

—Y soy mujer—repone con una sonrisa—. ¿Han cambiado la impresión que tienen de mi empresa por mi edad y género, o también por mi color? 

—Está muy a la defensiva—replica Elliot. 

—¿No debería estarlo? Después de todo, usted me faltó el respeto frente a todos ¿Cómo podría comportarme? 

—Andrómeda...—Lincoln la mira, condescendiente. Ella respira profundo y cierra sus ojos, intentando calmarse. Esa es una de las razones por la que nunca aparecía en esas reuniones. Las odiaba. Ella prefería que el doctor Lincoln se hiciese cargo. 

—Creo que no estamos aquí para discutir acerca de mí—dice, más calmada—. Hablemos ya de negocios, aunque si se sienten intimidados por mi presencia, puedo retirarme para que conversen con el señor Lincoln.

—De ninguna manera estamos intimidados por ti—expuso Elliot mirándola con cierta intensidad. 

—En ese caso, comencemos ya. 

Elliot le sonríe, con hipocresía. Se levanta del asiento y coloca sus manos detrás de su cintura, un claro gesto de intimidación, que surte efecto en Andrómeda, pero que no demuestra. Lincoln la observa, nervioso por las reacciones que ella pueda tener y sonríe con alivio al ver que está tranquila y atenta. 

— Iré al grano. Su vicepresidente me ha manifestado que usted quiere que mi empresa invierta en un proyecto que sale por completo de mi zona empresarial y que es nuevo e innovador, según palabras suyas.  

—Así es, por eso he venido aquí personalmente.  

—Y de qué trata el proyecto. 

—No puedo decirle. 

Los murmullos no se hicieron esperar al escuchar su respuesta. Elliot sonríe, incrédulo. 

—¿Por qué invertiría en un producto que no conozco y del que corro posibilidades de perder toda mi inversión? Es ridículo. 

—Tengo entendido que usted tiene interés en la industria farmacéutica. Yo le ofrezco un tercio de mis acciones personales  en la empresa y le aseguro que recuperará el dinero de la inversión que le pido en un período de dos años. Es un contrato tentador. 

—Y muy arriesgado también. 

—La mayoría de ustedes no, todos ustedes, llegaron aquí por tomar, aunque sea, una decisión arriesgada. Su problema, es que luego de tenerlo todo, se van por las riendas más segura, las que no les quiten sus riquezas ¿Qué puede perder con lo que le estoy ofreciendo? No le aseguro que obtendrá usted una ganancia en la inversión de mi proyecto, de hecho, pueden llegar a ser nulas, pero le estoy ofreciendo un tercio de las acciones más codiciadas en el mercado con la posibilidad de triplicar el capital que me dará ahora. 

El silencio reina en todo el lugar. Todos miran a Elliot, esperando su respuesta. Sin embargo, su mirada está fija en ella, estudiándola; sus labios eran medianamente gruesos y su piel era oscura, una tez que despreciaba y aborrecía. Su cara está ansiosa puede jurar que suplicante. 

 ¿Cuál sería ese proyecto? ¿Podía confiar en la palabra de aquella mujer? De por sí su propuesta era sospechosa ¿Por qué pedirle capital a él cuando ella poseía el dinero suficiente? ¿Por qué darle el tercio de sus acciones? 

—Te avisaremos. 

Los ojos de Andrómeda se iluminan, como si su respuesta hubiese sido un sí.  

Siente algo muy extraño al verla así. Camina, incómodo, apartando la mirada y endureciendo el gesto. 

—De acuerdo— Andrómeda se levanta, con un semblante más fresco al como había entrado—. Una cosa más. Mi identidad y todo lo conversado, es estrictamente confidencial. 

—Eso ni siquiera es necesario resaltarse, está muy claro. 

El señor Lincoln se levanta para retirarse junto con ella. Andrómeda no vuelve a mirar a ninguno de los hombres y abandona la sala de juntas. No es sino hasta que llega al lugar donde ha dejado estacionado su auto, que saca todo el nerviosismo que acumulado en un chillido agudo.

—¿Cómo lo hice, Richard? —el hombre le sonríe y despeina su cabello. 

—Lo hiciste muy bien para ser tu primera reunión como presidenta. 

—¿No crees que lo estropeé? Llegué tarde, despeinada...

—Por supuesto que no. Fuiste segura y firme, tu oferta es demasiado tentadora y él es un ávaro, así que debes tener fe en qué aceptará. 

—No me hables de fe, háblame de hechos ¿Crees que aceptará luego de que le haya dado un puñetazo en la nariz? 

—¡¿Le diste un puñetazo en la nariz?! 

—Lo merecía. 

—Con ese nuevo dato, no puedo darte una respuesta certera.  

—Es la última opción que me queda, Richard, si él no acepta... 

—Aceptará, quédate tranquila, no pienses demasiado en ello y tampoco te obsesiones. Él aceptará. Sólo esperemos su respuesta. 

 

Pero la ansiada respuesta jamás llegó. 

Habían pasado cinco días desde que Andrómeda se había reunido con el presidente de« The Golden company» 

Fue perdiendo la paciencia día tras día.

 ¿Acaso le costaba tanto llamarla y decirle que no estaban interesados?  Prefería que la desilucionaran de una vez a mantener sus esperanzas vivas. Era muy cruel.

 Ya había recibido muchos rechazos de distintas empresas que alegaban que no era rentable invertir en un proyecto del cual no sabían nada del mismo ni de la identidad del creador. Admitía que tenían razón, pero no podía arriesgarse de esa manera, no sabía que podía pasar y si se llegara a descubrir su identidad, no volvería a tener una vida normal. 




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