Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 3

“Fear the most unwise, the most unjust, and the most cruel of all counsellors (El miedo es el más ignorante, el más injusto y el más cruel de los consejeros)”. 

«Edmund Burke» 

  

  

Andrómeda está en el auto, con las manos sobre las rodillas y el rostro sereno. No sabía muy bien que hacia allí y el silencio la estaba incomodando. 

Elliot estaba callado, con una mano sostenía el volante con fuerza y con la otra agarraba el puente de su nariz, cerrando los ojos llenos de impotencia. Ahora no tenía la menor idea de cómo proceder ante esa situación 

 ¡Como odiaba que nada le saliera de acuerdo a lo planeado! 

¡Y todo por culpa de esa bruja! 

  

—Así que... tú... eres doctora. Y atendiste a la...señorita Nicols. 

—A su madre, sí—sonríe, incómoda—. A veces la vida tiene casualidades muy peculiares ¿No lo cree? 

—No quiero que nadie se entere de esto— dijo, ignorando la pregunta que le había hecho—. Nadie puede saber que esa mujer y yo tenemos un parentesco. A menos que el hospital quiera recibir una demanda— no se atreve a dirigirle la mirada mientras se lo exige, el solo hecho de tenerla en su auto le da asco. La quiere lejos ¡Muy lejos! 

Ella solo mira su perfil, atenta a todas sus expresiones, que son casi nulas. Es guapo. Su rostro se acerca a lo perfecto. Nariz perfilada, labios medianamente delgados y sonrosados, ojos azul intenso y cabello rubio. Es similar las pinturas de ángeles del renacimiento, con aquellos rizos dorados y rasgos angelicales, suaves, sin perder su aspecto varonil. Quién pensaría que el hombre es todo un imbécil. 

Sin embargo, no es todo eso lo que la tienta a mirarlo y estudiarlo de esa forma. Quiere averiguar la razón del desprecio que ese hombre le tiene a la mujer a la que ha salvado y ha resultado ser su madre. Nunca se ha considerado entrometida, pero el hecho de que aquella pobre mujer haya intentado suicidarse, y que su hijo en vez de estar a su lado, pague para desentenderse de ella, es algo que intriga hasta a la persona más discreta y prudente del mundo. 

  

—¿Tenemos que hablar de esto en su auto? Podemos ir a mi consultorio, o si gusta, a mi oficina. 

—No quiero que nadie me vea contigo o me relacione con esa mujer ¿No comprendes? —espeta, mirándola finalmente. Bufa y golpea el volante —. Se suponía que mi asistente pagaría por tu silencio y el de todos los involucrados—dijo frustrado para sí mismo. 

—Señor cárter, nuestro profesionalismo nos impide divulgar cualquier información de nuestros pacientes, la confidencialidad es algo que— 

—En cuanto sepan que la señorita Nicols es madre de unos de los hombres más adinerados y poderosos de América y que ha intentado suicidarse, la confidencialidad se irá a la mierda. 

—No estoy de acuerdo. De seguro usted no es su único familiar. Ella... ¿no tiene una pareja? —pregunta con calma—. Le aseguro que si se llegasen a enterar de su— 

—¡NADIE PUEDE SABER QUE ELLA ES MI MADRE! ¡¿NO LO ENTIENDES?!—Andrómeda salta del asiento al escucharlo, espantada, al ver el rostro asustado de la mujer, nota que el estrés lo ha rebasado. Suspira y restriega su rostro—. Sé muy bien que no te puedo dar dinero. Ni siquiera entiendo por qué diablos trabajas aquí, pero puedo firmar tu contrato a cambio de tu silencio—Andrómeda se ha encogido en el asiento, sus ojos están llenos de lágrimas acumuladas, luce como una niña indefensa que aborrece la idea de ser reprendida. El dolor de cabeza se intensifica, sumado a un pitido incesante—. Aceptaré invertir en tu proyecto sin preguntar nada acerca de él. Sólo si te encargas de que esto no salga a la luz. 

Pero Andrómeda hace mucho que ha dejado de escucharlo, tal vez si le hubiese prestado atención, hubiese podido notar el tono desesperado de Elliot en cada palabra dicha, pero el pitido aumentaba, incesante, junto con un dolor que la aleja cada vez más de la realidad, la arrastra hacia un abismo oscuro, profundo, lleno de dolor y... 

¿Recuerdos? 

Grita, llena de pavor. 

El pitido cesa. 

Ahora, solo puede escuchar las llamas abrasadoras, quemándolo todo. 

—Mátenme y humíllenme. Pero por lo que más quieran, no les hagan daño a ellos—musita, desesperada, se arrodilla y toma sus pies—. ¡POR LO QUE MAS QUIERAN! —solloza—. ¡Se los ruego! 

La palma del hombre impacta contra su cara con tanta fuerza que logra girar todo su rostro. Escupe la sangre, junto con dos dientes. 

—¡Cállate maldita zorra traicionera! —la toma del cabello y la alza. Le escupe en la cara—. Eres una puta traicionera. 

Llora. Puede sentir el calor de las llamas, puede como su rostro palpita y arde por el puñetazo. Siente la angustia, la desesperación carcomer sus huesos, el miedo a la muerte de ellos, el terror que le causa la idea de perderlos. Pero el pensamiento que domina por completo su mente, es una incógnita 

«¿Dónde estás? ¿Por qué no has venido por nosotros?» 

—¿Estas bien? ¿Te encuentras bien? ¿Te llevo al hospital? — escucha esa voz que le es familiar, pero no puede reconocer. 

Elliot se comienza a preocupar. Andrómeda sostiene su cabeza con fuerza, murmurando incoherencias, mientras las lágrimas salen a borbotones de sus ojos. Intenta concentrarse en aquella voz que tal vez puede sacarla de esa pesadilla. 

—¿Te sientes muy mal? —escucha, casi como un eco lejano. 

—Llévame a casa, por favor.... Llévame a casa—le ruega en un murmullo. Cierra sus ojos con fuerza, sin dejar de llorar. 

Elliot asiente y enciende el auto. Nota que no tiene ni la menor idea de dónde queda su casa. 

—Dime la dirección de tu casa—la mujer continúa con los ojos cerrados, como si intentara escapar de algo—. Bien, conduciré hasta la avenida principal. De seguro estarás más calmada y me podrás dar tu dirección—comenta, más para él que para ella. 




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