“Muchos honores y títulos, despersonalizan a la persona.
«Clemenceau»
—Bájate del auto, inmediatamente— le ordena el hombre. Andrómeda entorna los ojos y abre la puerta a mala gana. Antes de salir del auto, encara a Elliot.
—Muchas gracias por traerme, señor Cárter. No se preocupe por lo de la muñeca, yo le he lanzado la compresa así que...
—¡Dakarai!
—¡Ya voy, Horus! — responde igual de furiosa y agitada. Le sonríe, como si un hombre con gesto hostil no la estuviese esperando—. Estamos a mano—abre la puerta y baja de prisa. No entiende muy bien los cambios de ánimo que los dos se tienen mutuamente hacia el otro. El hombre es un idiota y no hay duda de ello. Pero cuando se disculpó, algo en ella se removió.
Andrómeda levanta el rostro preparándose mentalmente para lo que viene.
Ahí está él.
Uno de sus principales dolores de cabeza.
Su ceño está fruncido. Andrómeda se hubiese alarmado de no estarlo, ya que ese es siempre su semblante habitual. Su cabello rubio está desordenado, los músculos de su cara están tensos y su mandíbula está apretada.
—Camina, Horus. Hablemos en casa.
—No pienso moverme de aquí ¿Cuándo piensa bajarse del auto? ¿Quiere que lo baje yo mismo? —cuestiona. No suena enojado, pero cuán lejos se encuentra de estar sereno.
Pero su mente no se concentra en lo que puede estar pasando por la mente del hombre en ese instante o los sermones y el escándalo que le esperan al llegar a casa. No. Su mente está envuelta en la confusión y la sorpresa.
¿Elliot aún no se ha marchado?
Como si el universo quisiera responderle, escucha un sonido proveniente del auto. Que la hubiese tranquilizado si hubiese provenido del motor o de los neumáticos, pero no lo fue, fue un sonido de una puerta abrir y cerrarse lo que habían escuchado sus oídos.
Volteo para asegurarse de que no son alucinaciones auditivas, y se espanta al ver a Elliot acercarse a ellos.
«Esto no es nada bueno, ¿Por qué no solo encendió su delicado auto y se largó?»
Pero esa era una respuesta, que ni el mismísimo autor de los hechos, sabía.
Cuando Elliot vio como Andrómeda le sonreía para luego salir de su auto, sintió unas terribles ganas de... ¡quién sabe qué!
¡Ella no le podía sonreír así!
¡Era inaudito que con tan solo una sonrisa la mujer lo haya hecho sentir culpable!
Porque es eso lo que siente; culpabilidad cada vez que la ve. No pudo evitar sentirse enojado cuando escuchó como ese hombre le ordenaba que saliera del auto como si de su dueño se tratase, no iba a mentir, le alegraba la idea de que alguien controlara a esa bestia salvaje de piel oscura, lo que no le agradaba...
Era quién lo hacía.
Como si se tratara de un duelo de miradas, Horus y Elliot no despegan la mirada del otro, los dos con aire despreocupados, pero con un fuego arrebatador en ambos pares de ojos. Llega a la conclusión de que aquel hombre es algo importante en la vida de la mujer que había en medio.
Horus sonríe, mostrándole toda una hilera de perfectos dientes y soltando una carcajada.
«Ay no. Se ha carcajeado»— se lamenta Andrómeda. Va a castrar a Elliot.
—¡Pero si eres nada más y nada menos que Elliot Carter! — exclama sonriente.
— Ese soy yo— afirma Elliot con una sonrisa—. Un placer señor...
Horus iba a dar un paso, pero Andrómeda lo detiene y coloca una mano en su pecho.
—Horus...—lo mira suplicante—. No hagas esto...
—No seas descortés y deja que me presente con el señor—aparta su mano, Andrómeda suelta un suspiro y se hace a un lado, resignada.
Aun no entiende porqué Elliot no se ha marchado. Un doloroso nudo en la garganta. Podía irse olvidando de la versión del señor Cárter.
—Mucho gusto, señor cárter. Por fin nos conocemos, Soy Horus Allister, presidente administrativo de Angel Falls—Andrómeda cierra sus ojos y se lamenta al escucharlo. Elliot no muestra signos de sorpresa, solo sube sus cejas levemente y le sonríe con cortesía.
—¿El presidente?
—No parece sorprendido, pero intuyo que lo está. Dígame algo, ¿mi hermana le dijo algo acerca de un proyecto? ¿tiene ganas de invertir en él?
—Horus...
—Silencio, Andrómeda. Hablarás cuando yo te lo diga—la señala.
Andrómeda se encoge de hombros, aprieta sus labios y se cruza de brazos, descontenta. Elliot la mira con atención.
¿Qué paso con esa chica altanera que había contorneado sus caderas luego de aventarle una compresa?
No la entiende. Por un momento se mostraba ante él como una mujer fuerte y llena de poder, pero solo bastaba algo, una mínima cosa para que aquella mujer desapareciera por una más frágil. Comienza detestar al motivo de su cambio radical. Horus Allister.
No sabe lo que está ocurriendo. Si ella es la presidenta o no, es lo que menos le importa ahora ya que es un alivio y tiene más lógica que resulte haber sido una mentirosa, a que sea la dueña de una empresa tan poderosa a tan corta edad. No obstante, no tolera el trato de su hermano hacia ella, muy a pesar de —contradictoriamente— que es lo que esperaban que le hicieran a esa mujer.
—Me ha comentado acerca de un proyecto, sí.
—¿Va a aceptar la propuesta sin saber de qué trata? —lo mira incrédulo—. ¿Por qué? ¿La razón tiene que ver con que haya traído a mi hermana al día siguiente?
—¡Horus! —le reprocha Andrómeda—. Es suficiente, estás rebasando el límite. Señor Cárter...
—No se preocupe— la ignora a ella y se dirige a Horus—. Su...hermana, no me ha ofrecido nada más si a eso se refiere. Y aunque así fuera, créame que ella no es mi tipo.
Extrañamente, escucharlo decir eso le hiere un poco.
—¿Estás diciendo que mi hermana no es lo suficiente para ti? — inquiere, conociendo la fama del hombre.
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Editado: 26.03.2022