Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 9

“Une larme en dit plus que tu n’en pourrais dire; une larme a son prix: c’ est la soeur d’un sourire (una lágrima dice más de lo que tú pudieras decir. La lágrima tiene un gran valor: es la hermana de la sonrisa)”.

«Alfred de Musset»

Cuando Andrómeda llega a las puertas del restaurante, un temor surge en ella. Todos los hombres y mujeres visten tan formales y elegantes que se siente como una andrajosa comparada con ellos. A pesar de eso, continúa caminando y se dirige a la anfitriona, que sonríe mientras lee el libro de reservaciones y le da la bienvenida a los comensales.

—Buenas noches— trata de sonar segura y le sale con éxito. Sin disimulo alguno, la mujer la mira de hito en hito para luego sonreirle.

—Lo siento, pero se necesita reservación para entrar— le dice con demasiada dulzura.

—Lo sé. Tengo una.

—¿A nombre de quién?

—Elliot Carter.

La mujer la mira, sin disimular los nervios que le ocasiona escuchar su nombre, sonríe con dificultad.

—Señorita, me temo que eso es imposible—dice finalmente la anfitriona.

—¿Cómo dice?— pregunta confundida.

— Que eso no es cierto, ahora le pido que se retire.

—Señorita, le he dicho que tengo una reservación ¿Por qué habría de mentirle? Por favor, verifíquelo y déjeme pasar.

—No la tiene.

—Ni siquiera ha visto el libro—lo señala.

—Tampoco está vestida acordemente—comienza a perder la paciencia.

—Comuníqueme con su gerente, por favor.

—Me temo que no puedo hacer eso.

Resopla, intenta pasar pero la mujer la detiene.

— Ya le dije que no pasará, este restaurante se reserva el derecho de admisión y aunque tuviese reservación no puede entrar con esa vestimenta, ya se lo dije.

Todos lo que estaban detrás de ella esperando comenzaron a murmurar.

—Ya largo de aquí chusma, vete a comer en un restaurant de tu poca talla— escucha una voz femenina que reía y todos rieron con ella.

—¿Quién te crees, negra?— escucha risas.

—No puedes entrar vistiendo así. Que desfachatez la de esta.

Aprieta sus labios y cierra sus ojos, intentando calmarse y soportar. Los abre para barrer el restaurant con la mirada, intentando encontrar entre las mesas al hombre.

«Tal vez él venga y solucione esto» — se dice así misma para no pensar lo peor.

Sus esperanzas mueren al ver al susodicho en una mesa acompañado de dos hombres y dos damas. Todas las piezas caen en su sitio al ver a Elliot mirar a la entrada, reírse con sorna y levantar su copa en forma de brindis.

Se está desquitando.

Es un vil y simple juego para burlarse y gozar de su humillación.

Todas sus expectativas se desmoronan. Sus sueños, la felicidad que sentía todo se había ido. Empuña sus manos. La decepción se hace paso en su torrente y se convierte en enojo.

¿Vas a permitir que ese idiota te humilles así? No seas estúpida. Ve y demuéstrale que se ha metido con la persona equivocada.

El primero en romper el juego de miradas es él, que se suma a la conversación de los otros como si nada hubiese ocurrido.

—Apártese— espeta por mera educación, pues ya la ha hecho a un lado para entrar.

—¡Señorita!

Elliot ve como Andrómeda se acerca él y la ignora, con el enojo haciendo mella en su ser. Es lo que merece. Ella se detiene frente a la mesa, haciendo que todos los que acompañaban al hombre callaran abruptamente. Reconoce a uno de los hombres que está sentado junto a él. Él había estado en el hospital junto con la esposa de quien fuese la madre de Elliot.

—Buenas noches—saluda con normalidad, ocultando toda la rabia que la consume. Scott frunce el ceño al verla ¿Qué hace la doctora de su tía ahí?

La joven anfitriona se acerca a paso apresurado y moviendo sus manos con nerviosismo.

—Señor, lo lamento mucho, la señorita ha entrado diciendo que usted la conoce y….

—¿Usted cree que yo puedo conocer a una mujer así?— cuestiona frío.

—No señor pero ella—

—Has dejado pasar a esta mujer a mi restaurante, que no cumple con ningún código de vestimenta. Es inadmisible — se limpia la comisura de sus labios con la servilleta de tela —.Estás despedida

La jovencita abrió sus ojos, desmesurados —.Pero señor…

—No lo repetiré.

La mujer mira a Andrómeda con tristeza— quien también se encuentra impactada— y se marcha restregando sus ojos debido al llanto contenido.

—Tu también, largo.

«No merece ni respirar el mismo aire que respiras tú, humíllalo»

Esa voz, esa conciencia que siempre se empeña encadenar en lo más profundo de su psique hace de las suyas y la incita, pero mantiene la calma.

«Yo no hago escándalos, siempre paso desapercibida, siempre contengo la calma. Yo no hago escándalos, siempre paso desapercibida, siempre contengo la calma» — se repite, batallando consigo misma para no hacer un escándalo, peleando contra sus propias emociones negativas.

—¿Por qué ha hecho esto?— pregunta calmada.

—No sé de qué hablas. Ahora, lar-go.

—Ya vete.

—No vengas a armar un escandalo para poder entrar aquí. Largo — le gritan.

Elliot aprieta levemente su copa, se supone que debería sentirse bien por lo que le está haciendo, pero al escuchar al resto de los comensales, no puede evitar sentirse enojado.

¿Por qué se siente de esa forma tan contradictoria que lo lleva atormentando desde que la conoció? ¿Por qué duda y medita cada acción dirigida a ella?

Andrómeda no se mueve, se mantiene allí, mirándolo e intentando descifrar el motivo de su actuar. Quiere llorar ¡Pero como detesta hacerlo! Estaba tan feliz y optimista ese día que parecía ella de nuevo, alzo su cabeza para tratar de contener sus lágrimas, pero unas cuantas habían escapado, soltó una risa amarga y se va.




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