“El sexo se convierte en una actividad capaz de producir placer y al mismo tiempo, de desencadenar ansiedad, de generar amor y de impulsar odio, de ser valorado como una liberación o de ser esgrimido como un arma represiva”.
«Enciclopedia de la psicología».
Cuando siente como su boca se acopla a la suya, es su completa perdición. Sus labios eran como engranajes que se amoldaban uno al otro. El beso comienza lento y pausado, como si necesitasen saborear todo dentro de sus bocas y grabar cada sensación para guardarlas para siempre en sus mentes.
Andrómeda tiembla entre sus brazos al sentir como intensifica su agarre, acercándola a él como si fuese la pieza del rompecabezas que le falta a su cuerpo. Un suspiro entrecortado sale de sus labios al sentir el deseo palpitante de él pegar contra su pelvis.
Elliot reparte cálidos y húmedos besos por su cuello, acaricia todo el contorno de sus caderas y muslos, haciéndola estremecer con sus toques sutiles cargados de deseo contenido.
No saben cómo han llegado a esta situación, los dos se han adentrado un mundo donde sólo habitan sus sentidos, donde no hay épocas, raza, distinción o recuerdos dolorosos. No saben que sucede con ellos, como si hubiesen emprendido un viaje por el tiempo a mil años luz; sintiéndose a la deriva en un lugar tan grande e interminable.
Elliot la toma de los mulos. Sabiendo lo que trata de hacer, ella se alza y enrolla las piernas en sus caderas, sin dejar de acariciar su cabello y sostener su rostro para besarlo en cada rincón, con una devoción que logra estremecerlo y avivar aún más sus sentidos.
Busca la cama con urgencia y la deja sobre el colchón con total delicadeza, pero con la necesidad de devorarla y hacerla suya arraigado en sus intensos ojos color esmeralda. Andrómeda está nerviosa, pero el deseo irrefrenable por sentir sus caricias en todo su cuerpo opaca cualquier pensamiento racional. Mete las manos por debajo de su blusón de seda y le agradece al cielo que solo lleve puesto eso. La acarició tanto como puede, disfrutando de la sensación de tenerla solo para él ella.
Andrómeda arquea la espalda, sin poder contenerse más, entreabre sus labios y enreda sus dedos en su cabello rubio.
La despoja de su blusón, ansiando admirar todo eso que tocó. Se toma su tiempo para escudriñarla y su rostro se oscurece a medida que sus ojos la barren por completo. Andrómeda nota como frunce el ceño cuando su vista se detiene en un lugar específico y es allí cuando vuelve a caer en sus cinco sentidos.
Está desnuda frente a él.
Está viendo su cicatriz.
Dominada por el miedo y por el temor de ser rechazada— o de tal vez recibir una de las oraciones hirientes de parte de él— no le da tiempo de reaccionar por completo y lo toma de los hombros para estrecharlo entre sus brazos.
Elliot se tensa, perplejo por su reacción. Había estado con muchas mujeres. Sin embargo...
¡Un abrazo!
¡Un abrazo ha revolucionado todo su cuerpo por completo!
Puede sentir su piel desnuda pegada a la suya y la sola sensación que lo llena de tanto placer y encanto, que, aunque se oiga ridículo; quiere permanecer ahí, pegado a ella y alejado de la realidad, separándose solo para poseerla por completo, luego largarse y alejarse de esas sensaciones que le generaban tanto terror.
—Dijiste que no nos conoceríamos— musita, casi inaudible—. Finge que eso no está ahí, por favor— acaricia su espalda. Elliot solo la atrae más hacia él, rozando su nariz con la piel de ella y aspirando su aroma. No le interesaba la cicatriz, sólo puede pensar en su cercanía —. Tampoco sé qué me pasa contigo y como hemos llegado a esto— toma una gran bocanada de aire—, pero quiero estar contigo esta noche. Quiero ser tuya— sus palabras fueron como un detonante para Elliot. En un abrir y cerrar de ojos, vuelve a poseer sus labios como si la vida se le fuese en ello.
Un universo entero de pasiones y sensaciones se posó sobre ellos, siendo su odios y diferencias vencidos...
¿Por el deseo?
Cuando despierta, frenética y atemorizada gira su rostro para ver el crepúsculo a través del balcón. Mira a un lado de su cama y, como si lo hubiese esperado, sonríe con tristeza.
El lugar está vacío.
No se lamenta ni mucho menos, ella había aceptado estar con él sabiendo que era solo una noche y ahora debe enfrentar la consecuencia de sus actos. Levanto la sabana para ver su entrepierna ensangrentada y llora; porque no está arrepentida, y porque no fue Sonnike quien le hizo sentir esas sensaciones. Es estúpido pensar en él en un momento como ese cuando la noche anterior no lo había recordado. Pero ahora, sola después de un acto tan significativo para ella, la culpa y el malestar le invaden.
Se levanta de la cama. No tiene caso meditar demasiado en lo que ocurrió. Sólo fue una noche. Debe volver a su vida cotidiana y olvidarse de lo sucedido.
Tiene un vuelo que tomar en una hora.
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—¿Habla en serio? — Angie, su asistente, la mira dudosa.
—Sí, yo misma llevare los papeles.
— ¿Está segura? ¿Este no fue el idiota del restaurante? Puedo llevarlos yo, no tengo problema.
Había pasado una semana luego del viaje, una semana desde que no tenía contacto con el presidente desde que pisó Massachusetts. Cuando se había marchado de Gambia este tampoco había dejado ni siquiera un mensaje de despedida. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Eso no la hacía sentir mejor. Aún podía recordar perfectamente sus caricias ¿Era porque había sido la primera vez? Tal vez para él no había significado nada, pero ella aún se estaba recuperando de aquel encuentro que se había salido de sus manos.
Había llegado el día de entregarle el contrato firmado de la ciudad universitaria, y aunque eran sus abogados quienes siempre se encargaban del asunto, esta vez quería hacerlo ella.
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Editado: 26.03.2022