"Dios no juega a los dados".
«Albert Einstein».
—Eso ha sonado espléndido, Elisabeth.
—¿Tú crees?— inquiere la joven, ilusionada.
—Por supuesto, tienes un gran talento.
Elisabeth sonríe, emocionada.
Andrómeda la observa con detenimiento, notando el gran parecido que tiene con su abuela, la madre de Elliot.
En ocasiones se preguntaba, ¿quién era su madre?
¿ Elliot tuvo verdaderos sentimientos por ella?
¿Qué ocurrió entre ellos?
Intentaba no pensar en lo que no le incumbía.
—Eso que no has escuchado a papá— comenta distraída la joven mientras toca teclas al azar.
—¿Tu papá...toca el piano?
—Como los dioses— responde orgullosa —. El me enseñó todo lo que sé, pero le insistí para que me instruyera un verdadero profesional. Debiste ver la cara que puso— entorna los ojos. Andrómeda ríe.
—Eso es muy bonito de su parte. Debió ser muy difícil para el.
—Ni que lo digas, es la única cosa que me ha dejado hacer, por eso voy a escondidas a tu fundación. Si él se enterara...
—Estarías en problemas.
—Sí— dice temerosa—. No solo eso, si se entera que mantengo una amistad contigo, estaría en muchos aprietos— Andromeda sonríe triste mientras toca las teclas al al ritmo se Frédéric Chopin de manera despreocupada.
—De mi boca no saldrá ni una sola palabra— Elisabeth suelta una risilla y comienza a seguir la composición que Andromeda tocaba.
No puede explicarlo, pero esa niña la llena de paz y tranquilidad.
—¿Así, mami?— preguntaba la niña mientras tocaba.
—Suena espléndido cariño— le responde mientras cierra los ojos gozando de la música.
Cuando termina de tocar, unas cuantas teclas tenían pequeñas gotas saladas.
—Andrómeda,¿que te ocurre?— su respiración se acelera. Niega una y otra vez.
—Nada...nada.... Es solo que esto me trae muchos recuerdos.
—Oye, se que puede hacerte sentir bien, papá me tocaba esta canción cuando estaba triste, es su favorita y poco a poco se fue convirtiendo en la mía. Escucha— Las teclas comienzan a entonar las notas.
La combinación de tonos altos y bajos convierten la composición, en una hermosa melodía que Andrómeda reconoce de inmediato.
Se paraliza.
Pronto se escuchan los pasos apresurados de la señora Ruperts, quien se encontraba haciendo galletas con chispas de chocolate para sus dos pupilas preferidas, va a detener a Elisabeth.Andrómeda logra reaccionar y logra detenerla a tiempo, haciéndole ver que se encuentra bien.
No es cierto, pero necesita escucharla.
La interpreta tan limpiamente, no solo llena de notas sino de sentimientos, Andromeda sonríe, conteniendo sus lágrimas. Cuando termina de tocar la ultima nota, voltea para ver a Andrómeda quien no le dio oportunidad de observarla, pues la aprisiona entre sus brazos antes.
—¿Te ha gustado? Es "Sueño de amor" ¿La conoces?— inquiera Elisabeth
—La conozco— se aparta y deja un beso en su frente—. Fue una gran interpretación.
—Es la obra musical favorita de Andromeda, pequeña — comenta Ruperts.
—¡¿En serio?! ¡Qué coincidencia!— exclama.
—¿Te importa si la tocamos juntas?
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—Señora Sarah ¿Cómo ha estado?.
—Muy bien joven, señorita Allister— la mujer le sonríe.
Andrómeda no puede evitar pensar en la pequeña Elisabeth, cada una le recuerda a la otra.
Sarah Nicols se ve mucho mas repuesta desde que inició su tratamiento hace dos meses.
Sus ojos aún se ven tristes pero ha avanzado considerablemente.
Al principio no deseaba comer y ni siquiera hablaba. Ahora, lo mas preocupante era su aislamiento en sí misma. Andromeda veía esa como la principal razón de su buena relación: Ambas eran parecidas. Aunque no era psiquiatra, como paciente la comprendía y por eso siempre estaba dispuesta a ayudarla y a aconsejarle.
Andromeda ve las placas del cerebro de la mujer, mientras ella está sentada con las manos entrelazadas.
—Todo va muy bien, has avanzado muy rápido.
—¿En serio?
—Sí. Desde el momento en que la vi, supe que era una mujer fuerte. Sólo necesitaba recordarlo— los ojos de la mujer se nublaron.
—Nunca voy a terminar de agradecerle.
—Le he dicho que solo hacia mi trabajo— le sonrió —. A veces la gente ve lo que hacemos como algo esplendido, sin embargo, ese es nuestro día a día.
—No me refiero a eso. Yo no deseaba vivir— sus palabras la estremecen—. Pero usted, el doctor Lincoln y la doctora Allister, me han ayudado a salir de ese hoyo en el que había caído. Fue la única persona que pudo comprenderme, todos me veían con lastima o con asco por lo que hice, ustedes,nunca me han visto de esa manera, y aunque ellos me traten con mucho profesionalismo, usted me ha tratado como una amiga— le sonrió triste—. Veo la misma pena en ti— Andromeda se enderezó —. Creo que los iguales pueden reconocerse uno al otro— ella no tuvo ninguna respuesta para eso, sole le sonrió y se separo de ella bruscamente para dirigirse a su escritorio tratando de no lucir afectada.
—La próxima consulta será en diez días — dice, viendo su agenda, la mujer de cabello azabache, con una que otra hebra de cabello gris, se levanta de la silla.
—De acuerdo— le sonríe. Sara no intentaba escrudiñar en su vida, sobre todo porque ella siempre había respetado la suya. Abrie la puerta del consultorio y se despide de ella.
—¡Andromeda!— Sarah entorna los ojos al oír la voz de su sobrino.
Scott cruza la puerta del consultorio muy alegre. Andromeda soltaba sonríe por su acostumbrado derroche de alegría.
—No molestes a la doctora Allister. Tiene mas pacientes que atender.
—Ellos pueden esperar, este primor no. Seré breve— dice despreocupado. Sarah alza su mano para darle un manotazo y este se cubre, temerozo.
—Cómportate.
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Editado: 26.03.2022