Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 21

"Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta"
 

«Miguel de Cervantes»

Andrómeda lo nota. De inmediato, siente que había cometido el peor error de su vida al ir a esa cena. Quiere esfumarse.

Mientras tanto,  la reciben con amabilidad y júbilo, apartándola de forma disimulada de los ojos enojados de Elliot Cárter.

—¿Quién ha llegado? 


Sara baja las escaleras. Su andar es lento y pausado. En cuanto ve a Elliot se detiene de golpe. Su semblante, su postura, todo cambia por completo. Sus ojos se iluminan, una sonrisa abarca todo su rostro y su mano se va a  su pecho.

—Elliot— susurra, con las lágrimas asomadas en sus ojos —. Hijo mío…

 Corre como puede y lo abraza como si su vida dependiera de ello, y así es. El rechazo de su hijo, la culpabilidad y la tristeza de no conocer a su otra hija, fue lo que la llevó al borde de la depresión. Eliott y Elisabeth— aunque esta última la vio cuando sólo era una recién nacida— son su vida entera. Lo que más ama en su vida.

Había cometido muchos errores, pero era una niña temerosa y asustada por la responsabilidad de ser madre. Comprendía que eso no borraba las heridas de su hijo, pero no podía soportar sus desplantes y la culpabilidad terminó de consumirla.

 Desesperada, sin recibir noticias de su hijo, solo desplante y ofensas por su decisión, sumándole la negativa que le había dado los tribunales para ver a su hija, fue un claro detonante que la dirigió directo a un pozo sin fondo.

Elliot se muestra reticente y frío ante su muestra de afecto, pero la verdad es que le afecta. 

Ama a su madre, pero lo que le había hecho a él y a su hermana, es un error que para él es imperdonable.

No se abandona a la familia.

 Si ha asistido, ha sido  por la insistencia de Scott y,  porque muy en el fondo, necesitaba ver a su progenitora y asegurarse que se encontraba bien.

Su semblante se endurece  al ver como Andrómeda sonríe conmovida por la escena. La aparta.

—¿Cómo te encuentras, Sarah?

La dureza con la que pregunta hace que la sonrisa en los labios de Andrómeda se esfume, más aún cuando la ha visto con algo de hostilidad. Se siente como una intrusa. Fija su mirada en otro lado.

—Bien ahora que te veo, hijo mío—acaricia su rostro —. Mira lo grande que estás ¿Cómo está Eli…?

—No es momento para hablar de eso. Hay desconocidos aquí— le dirige una mirada furtiva a Andrómeda.

 Aprieta sus labios al ver que esta se ha apartado y conversa con uno de sus primos con naturalidad.

Sarah no había notado su presencia, pero cuando la ve, su sonrisa se ensancha.

—¡Oh!¡Doctora Allister!— camina hasta ella para tomarla de la mano, mientras con la otra toma la de elliot—. Déjeme presentarle a mi hijo. Él es Elliot.

 Sarah mira a su hijo, suplicándole con la mirada que se comporte con ella. 

Andrómeda entiende cada gesto. No quiere ser motivo de incomodidades en lo que sabe es un encuentro emotivo e importante para Sarah. Quiere lárgarse y no sabe cómo.


—Un gusto, soy Andrómeda Allister. Sarah me ha hablado mucho de ti — intenta lucir despreocupada. Extiende su mano. Elliot la observa y no la toma, sólo le da un asentamiento de cabeza en respuesta. 

—Un gusto, señorita Allister— casi puede escucharse el suspiro de alivio que todos dan al escucharlo. Al menos no le hizo un desplante—.Scott, necesito hablar contigo. En privado — el hombre asiente. 

Minutos después, Sarah los sigue y el silencio sepulcral junto con la fría tensión se marchan de golpe junto con ellos.

La familia entera se acerca a Andrómeda.

—¡Hasta que se fue!— exclama una jovencita. Una mujer parecida a ella le reprocha con la mirada—.Un placer conocerte— dice una joven similar a elliot a excepción de su color de cabello— Soy Cristine, no te preocupes por ese hombre que viste, ninguno es como el aquí — le sonríe.

—¡Christine!— la regaño la misma mujer.

—¡Es verdad, mamá! Es un soso mimado.

—¡Ya calla, christine!— la regaña su madre—. Perdona a mi hija, a esta edad son muy indiscretos.

—Pero si es la verdad, el tío Elliot es un— 

—¡Christine!— escucha la voz de un tercero. Un hombre de unos cincuenta y tantos ve severo a la pelinegra—. Respeta — miro a Andrómeda y le sonríe.

—Soy Marcus, hermano de Sarah. Es un placer conocerla por fin— le tiende la mano. Lo acepta, gustosa—. Todos estamos muy agradecidos por lo que hizo ¡Fue como un milagro! De seguro también influenció en su carrera.

Sonríe, avergonzada—. Es una cirugía muy complicada, sí. No sólo fui yo quien ayudó, sólo asistí hasta que el especialista llegó.

—Hubiese muerto sino lo hubiese hecho. Gracias.

—Sólo hacía mi trabajo. No fue nada.

Segundos después cuatro niños comenzaron a corretear alrededor de Andrómeda. 

—¡Vengan aquí, pequeños demonios!

—¡Rachel no persigas a los niños!— grita Christine.

—¡Pero han tomado mi teléfono!

—Rachel Nicols, no me alces la voz jovencita— la mujer de cuerpo voluptuoso salía de lo que al parecer, era la cocina pues llevaba puesto un delantal y el olor a pollo y especias se había impregnado en la ropa de la misma—. Perdona este alboroto, Soy Abigail, sobrina de Sarah, un gusto. No te doy la mano porque están llenas de aceite y es un asco. Te ofrezco mi brazo— Andrómeda ríe y hace lo que le dice, pero antes la mujer le da un abrazo y un beso que la ponen nerviosa—.¡Que tanto formalismo! ¡Mejor un abrazo y un beso!

Andrómeda se carcajea al oírla. Sus nervios desaparecen al notar que son una familia como otra cualquiera. Se siente a gusto.

Los miembros fueron presentándose poco a poco. Eran muchos, muy alegres y conversadores en su mayoría.

Sentía una emoción y satisfacción inexplicable al ver a toda una familia reunida y llena de amor, tanto, que unas profundas ganas de llorar le invadieron, no de tristeza, su familia era lo mejor del mundo y también estaban llenos de mucho amor, era más bien de alegría, un gozo sin justificación.




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