Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 32

“El odio y el amor se originan en la misma área del cerebro, así que entre ambos apenas y hay una línea, como dicen. Sin embargo lo que diferencia al amor del odio, es que este último tiene demasiadas formas. Es silencio y, sobre todo, es de valientes. Todo el mundo puede sentir amor, sin importar su forma. Pero no todo el mundo puede enfrentarlo”

...

La navidad comienza a palparse en el ambiente. El centro comercial es un espectáculo de tonos rojos y verdes, los villancicos se pueden escuchar en cada lugar que se pise y la sonrisa en los rostros de la gente es un gesto innegable de la felicidad que los embarga.

Andrómeda ama la navidad tanto como la nieve. Es la única época del año donde verdaderamente se siente feliz.

O se sentía.

Ahora, en vez de sentir una profunda algarabía como era de costumbre, una tristeza cala en su corazón. Los colores y los villancicos, además de los regalos y adornos de navidad, solo sirven para recordarle que no pasará la navidad al lado de su familia.

A pesar de eso, hace todo lo posible para no lucir afectada. Entierra su amargura y pesar yendo de una tienda a otra para comprar los regalos de navidad para Elisabeth, la nana y todo el personal de la casa. Se extiende en sus anécdotas familiares mientras compran los ingredientes para la cena, mareando a Elliot con el árbol genealógico de su familia.

—¿Recuerdas a mis tíos en Gambia? —Elliot asiente. Eso le recuerda que debe llamar a Scott para ver cómo marchan las cosas en Gambia—. Mi tío es el hermano mayor de mi madre, siempre ha sido como un padre para mi ella, incluso armó un escándalo cuando se enteró que mamá se casaría con un gringo—comentó, divertida—. Yo no había nacido pero mi madre me lo contó y te juro que cuando lo hizo sentí como si hubiese estado allí, aunque no estuve allí, obviamente, pero...—suspiró, viendo con nostalgia la imagen familiar que tenía la caja de vinos que habían comprado—, me hubiese encantado estar ahí para verlo...

Elliot intuye que algo anda mal. Desde que la conoce, Andrómeda no ha sido tan extendida en conversaciones y parece más entusiasmada de lo normal, ocupándose siempre, como si intentara callar su mente y distraerse.

—¿Qué te parece si compramos chocolate caliente y vamos al parque? — inquiere. Andrómeda lo mira confundida.

—Pero aún faltan cosas por comprar.

—Creo que todas estas compras están bien por hoy—alega, alzando su brazo lleno de bolsas y señalando las que ella sujeta. No espera su respuesta y la toma de la mano—. Ahora vamos,

—¿No íbamos a volver a tu casa luego de esto? Ya es tarde, podemos tomar el chocolate allá.

—No te preocupes por eso, nunca dejo salir a Elisabeth cuando neva para que no enferme— mira el reloj de su muñeca—. En este preciso momento, ella y mi nana deben estar disfrutando de nuestra ausencia—Andrómeda sonríe, sintiendo su mejilla calentarse.

Hay muchos parques en Boston. Sin embargo, el favorito de Elliot era el Christopher Columbus Waterfront Park. Sus paisajes son deslumbrantes en esa época del año y la nieve sólo acentúan la belleza de los árboles y los túneles naturales, alumbrados con luces navideñas.

Los dos caminan debajo de las luces azules guindadas desde el techo como gotas de lluvia. Caminan juntos y en silencio, con el vaso de chocolate caliente entre sus manos. El ambiente logra aliviar en parte la amargura de Andrómeda. Hay demasiadas cosas en su cabeza, y en su mayoría, son cosas que aún no desea enfrentar. No puede escapar para siempre, eso es cierto. Pero al menos, puede escapar por un rato. De vez en cuando no está mal dejar a un lado los problemas y detenerse a disfrutar un poco de sí misma. Observa a Elliot de reojo y luego mira el vaso de su chocolate caliente, nerviosa.

—¿No te molesta que Elisabeth haga cosas que tú le prohíbas a tus espaldas? —inquiere—. Quiero decir, le prohibiste salir mientras nevaba y sabes muy bien que lo hará en tu ausencia ¿No te molesta que haga esas cosas...a tus espaldas?

Elliot no aparta la mirada hacia al frente. Sonríe y toma un sorbo de su chocolate caliente.

—Me enoja muchísimo—contesta. Andrómeda se detiene—. Pero no voy a durarle toda la vida, Andrómeda. Los padres también se equivocan e incluso le restringimos cosas a nuestros hijos para protegerlos, pero también debemos encargarnos de enseñarles a tomar sus propias decisiones. He hecho todo lo posible por enseñarle a Elisabeth lo que pienso que está bien y mal, pero sólo ella podrá discernir en ello—Andrómeda agacha la cabeza, recordando a sus padres y sus hermanos. Había muchas cosas en las que creía que se equivocaban. Ella también quería tomar sus propias decisiones. Ellos no son dueño de la verdad absoluta

—Comprendo lo que dices, pero ¿qué pasaría si Elisabeth hiciera algo a tus espaldas que fuera en contra de lo que le has enseñado? Si ella…

—¿Se escabullera a cierta fundación cuando tendría que estar recibiendo clases de piano?

—¿Desde cuándo lo sabes? —inquiere, estupefacta.

— Desde siempre—responde, con una sonrisa ladina— ¿De verdad crees que permitiría que mi hija vague sola por la ciudad y estuviese en un lugar desconocido sin ningún tipo de vigilancia o protección? La señora Rupert parece ser una señora confiable, pero ya debes saber que no me fio de nadie. Mucho menos cuando se trata de mi hija.

Andrómeda balbucea, sin saber qué decirle. No había nada que pudiera justificar que le haya ocultado las andanzas de Elisabeth y el contacto que ambas habían mantenido. Además, nunca pasó por su cabeza que él estuviera al tanto y lo permitiera.

—¿No estás enojado?

—¿Te parezco enojado?

—No. Pero tú le dijiste que—

—Sé lo que le dije—musita, dando un paso hacia ella—. Sí, al principio estaba tan molesto con ella y quise ir a tu casa y exigirte que no te acercaras a mi hija—admite, con una severidad fugaz que es reemplazada por una sonrisa cálida y comprensiva —. Pero después de todo de nuestros desencuentros, seguías tratando a Elisabeth con comprensión a pesar de saber que era mi hija. Y ella lucía muy feliz, así que eso me bastaba y.…no lo sé— acaricia su mejilla—, podría darte muchas más excusas, pero simplemente tenía esa extraña...sensación, de no querer que esa relación entre ustedes fuese destruida a causa mía— Andrómeda no pudo sentir más embelesada por su tacto, cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones. Elliot cae en cuenta de lo que ha dicho y lo que está haciendo. Se aparta y carraspea—. Deberíamos... tomarnos el chocolate antes de que se enfríe




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