Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 34

"Jugar con el amor es inútil. Siempre saldrás derrotado".

《...》

Isaac sonríe ante su comentario. No se traga el cuento de esa relación repentina. Menos con ese hombre, pero no piensa hacerle pasar un mal rato a Andrómeda ahora que finalmente está compartiendo de nuevo con su familia. Además, Katherine, la hermana de Andrómeda, lo está amenazando de muerte con sus ojos centelleantes. No quiere hacer nada que la descontente. Ya de por sí le ha costado acercarse a esa fiera. Pero no puede evitar incordiarlo con pequeñas puntas. Después de todo, es su mejor amiga.

—Me alivia que sepa lo afortunado que es, presidente Cárter. Aunque no es difícil notar lo extraordinaria y hermosa que es Andrómeda. Todos los hombres a su alrededor lo saben.

—¿Debería preocuparme que halague

de esa manera a mi esposa? —cuestiona, intentando sonar desenfadado.

—No lo creo, lo que debería preocuparte es tratarla de la mejor manera posible, de lo contrario, ninguno de tus doscientos seis huesos estará a salvo— replica en tono de broma. Elliot sonríe.

—Isaac...— le advierte Andrómeda.

—Descuida, cariño. No pasa nada. No es el primero que me lo dice. Me temo que tendría que hacer fila y esperar turno si eso llegase a pasar, porque otras seis personas ya me han dicho lo mismo—Andrómeda muerde su labio para evitar sonreír.

—Oh no, no pensaba ponerme en esa fila, solo le advertía porque sé que es muy larga— sonríe—. Yo pensaba ponerme en primer lugar en la fila de consuelo si eso llega a ocurrir. Soy muy bueno consolando.

El rostro de Elliot se endureció. Isaac sonrió victorioso. Andrómeda lo miró, perpleja, sabiendo que solo lo estaba provocando.

—Bien, vayamos al comedor o la cena se enfriará— dijo Andrómeda, interrumpiendo la tensión entre ambos. Tomó a Elliot del brazo, no sin antes volver a mirar amenazante a su mejor amigo.

Isaac sonríe con picardía y le guiña un ojo. Andrómeda pone su atención en su hermana y esta de inmediato le da una mirada fulminante a Isaac. La sonrisa del doctor se borra de inmediato y recupera la compostura.

No hubo ningún inconveniente después de ese encuentro aparentemente cordial. La cena había salido de maravilla a pesar de los comentarios mordaces que Elliot e Isaac se decían. Del resto, todo fue viento en popa. Andrómeda no se podía encontrar más satisfecha.

Elliot llevaba muchos años sin saber lo que se sentía pasar un rato en familia y también estaba complacido de volver a experimentar esa sensación.

Después de la cena, todos se reunieron en la sala de la casa esperando a que amaneciera para abrir los regalos de navidad. Los niños ya se habían retirado a las habitaciones de huéspedes a descansar un poco, y sus padres, minutos después, siguieron el mismo camino. Richard y su esposa se retiraron, alegando que estarían allí a la mañana siguiente.

Los que quedaron, conversaron amenamente. Todos menos Isaac y Elliot, que no dejaban de transmitirse odio mutuo.

—Señores— la voz de la señora Allister, los saca de su silencioso duelo de miradas—. Se ven muy agotados ¿Por qué no se van a descansar? Mañana será otro día.

—No te preocupes, Ayanita. Andrómeda y yo siempre hacemos guardias nocturnas juntos así que estamos acostumbrados, ¿no es cierto, Andrómeda? — la susodicha asintió, sin notar que los ojos de Elliot casi se salían de sus órbitas.

¿Le dijo «Ayanita» a su suegra?

¿Guardias nocturnas?

¿Qué los médicos no tenían una habitación donde compartían la cama en las jornadas nocturnas o algo así?

¿Dormían juntos en esos turnos?

El alcohol lo estaba haciendo divagar demasiado.

Elliot quería hacerlo dormir con sus propias manos, y no con canciones de cuna precisamente, sabía lo que ese doctorcito tramaba; estaba esperando a que él subiera a descansar para acercarse a su esposa y hacer de las suyas.

En sus malditos sueños iba a permitir que le pusiera un dedo encima a su Andrómeda.

Desde que supo que era el hijo de Richard Lincoln todo comenzó a encajar.

«Andrómeda es como una hija para mí»

Claro, la consideraba como una hija porque quería arrebatársela para casarla con su hijo y hacerla parte de su familia.

Richard tenía que empezar a hacerse a la idea de que eso jamás iba a ocurrir. Andrómeda era demasiado para ese flacucho bronceado.

—Descuide, suegra. He tenido que aguantar noches en desvelos por juntas internacionales a altas horas de la madrugada, que me desvele al lado de mi esposa no es un sacrificio para mí— toma la mano de Andrómeda, haciendo que se atragantara con la bebida por el gesto.

Elliot bebe una copa de vino. Isaac lo imita y el rubio vuelve a repetir su acción en respuesta, llenando su copa con algo más fuerte y bebiéndosela de un trago.

Después de varias horas haciendo lo mismo, ambos ya no pueden soportarlo más. Sus párpados le pesan y les es imposible emitir una sola palabra sin evitar bostezar o arrastrar las palabras. Isaac cabecea y se va para atrás, con la boca abierta, luego se despierta desorientado y mira hacia todos lados para ver si alguien lo había notado. Lo hace una y otra vez.

Elliot se burla, pero no dura demasiado regodeándose de ello porque está igual o peor que él.

Mientras tanto, las mujeres parecen más animadas que nunca, lucen como si la noche las rejuveneciera y elevara sus energías, llenas de más ímpetu que nunca. Los dos hombres no dejan de preguntarse qué clase de pacto han hecho con el diablo para estar igual o hasta más parlanchinas que antes, mientras ellos, ¡apenas y podían pestañear sin dormirse en el intento!

Y los grados de alcohol no los ayudaban.

Ambos estaban borrachos del sueño y de los tragos, pero no pensaban darse por vencidos. Andrómeda se aproxima, mortificada por el pésimo aspecto que ambos tienen.

—¿Se encuentran bien? No han dejado de beber desde la media noche y ya van a ser las tres de la mañana.




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