Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 39

"Amantium irae amoris integratioest. (Los desdenes de los enamorados reavivan el amor)" 

《Terencio》 

—¡MALDITA SEA, ¡BÁJAME! —no deja de gritar mientras golpea con fuerza la espalda baja de Sonnike—. ¡Te juro que cuando me bajes de aquí voy a golpearte! ¡DEJAME IR! 

—No deberías hablarle así a tu futuro esposo, Charlie—comenta él lleno de burla y haciéndola enervar. 

—¡¿Disfrutas mucho verme sufrir?! — inquiere, siendo garrafalmente ignorada por el hombre que la llevaba a cuestas. Su pecho se oprimió al ver el pasillo que daba a la habitación de la que se había escapado. Un sollozo escapa de sus labios—. Te odio. 

Se sentía devastada. Su sentimiento era similar al de aquellos condenados que iban directo a su ejecución; el miedo, la impotencia de no saber qué ocurrirá después, si habrá algo luego de eso o si simplemente… 

Todo sería un completo infierno. 

Sonnike la baja, pero no tiene oportunidad de hablar con ella. Las matronas llegan escandalizadas, y lo sacan de la habitación. Antes de cerrar la puerta, ambos se observan, con la misma tristeza impresa en sus ojos.  

Después de lo ocurrido la boda no tuvo más inconvenientes, todo marchó según lo planeado y los novios ya se habían convertido en marido y mujer, La gente los despidió con sonrisas y gozo. Era la primera boda aceptada por la iglesia católica de Guayana entre un hombre de color y una mujer de la aristocracia blanca, una estrategia que les daría puntos a el ejército del general Charles Nicols—tío, y ahora suegro, de Sonnike—, ganándose el apoyo y respeto entre ejércitos liberales de las provincias principales del país. 

Luego de que su padre le explicó todo aquello cuando iban camino al altar, la afirmación de Sonnike cobraba sentido para ella. 

«...la mujer que en verdad quiero…, eres tú, Charlotte». 

Era a ella a quien quería, no por amor, sino por interés político. 

Luego de varias horas en carruaje había llegado a su nuevo hogar. La que sería su casa era extraordinariamente grande, no solo en estructura, las fronteras de la propiedad se perdían en la lejanía y las áreas verdes, con miles de sembradíos aguacate, cacao y mango abarcaban la hacienda, haciéndola lucir como un paraíso terrenal. 

¿Cómo Sonnike había conseguido un lugar tan maravilloso como ese? 

Su padre es influyente, pero no demasiado. Es tan fuerte su incertidumbre que termina por preguntarle. Cuando lo hace, Sonnike la mira, extrañado. 

—¿Tu padre nunca te lo dijo? — cuestiona él, con el ceño fruncido. 

—De haberlo hecho, mi señor, no me tomaría la molestia de preguntarle—responde de mala gana. 

Sonnike alza sus cejas e inclina su torso hacia ella. Charlotte hunde sus dedos en el carril del carruaje, sintiendo como su pulso se acelera. 

—¿Ahora me tratas con títulos? — le pregunta incrédulo. 

—Lo trato como una esposa de la aristocracia debe tratar a su esposo, mi señor—responde sin mirarlo 

  

Sonnike ríe con amargura, sin dejar de mirarla. —No soy de la aristocracia. 

—Pero yo sí—afirma ella, tajante. 

El ambiente que ya de por sí era tenso, se torna aún peor. Esa mujer que deseó con todo su ser— cuando apenas y estaba descubriendo qué era lo que el deseo significaba—, ahora era su esposa. Y lo odiaba, con justa razón. 

—Respondiendo a tu pregunta, Charlie— expresa, haciendo hincapié en su sobrenombre—, el enemigo poco a poco va retrocediendo y con ellos todos los que gobernaron estas tierras. El Brigadier* y futuro presidente de la nueva república va dejando a cargo a una nueva persona que gobierne de forma sensata, esta persona es elegida democráticamente por el pueblo. 

—¿Han elegido a mi padre? 

—Me han elegido a mi—Charlotte abre su boca, atónita—. Es por esa razón que no pude asistir a los días de cortejo. Lo siento mucho Charlie. 

Su corazón retumba al ver sus ojos arrepentidos. Sin embargo, los recuerdos turbulentos de su relación clandestina vuelven con fuerza y logran que haga de tripas el corazón. 

—Preferiría que se dirija hacia mí con más respeto. Soy su esposa, no una fulana—dictamina, sin saber qué más decir o hacer para poner una brecha entre ellos. 

—Te trataré como me apetezca—replica él, con un tono suave y que no desea confrontaciones—. Después de todo, ahora eres mía. Me perteneces, Charlie. 

  

Lo mira, fulminante. Apenas el carruaje se detiene baja de él y ordena que la lleven a sus aposentos. Sólo allí se permite tomar un respiro. Está exhausta y se ha negado a recorrer la propiedad ese día. Han sido demasiados sentimientos encontrados y necesita reponerse.  

Sin embargo, al ver a las doncellas entrar a su alcoba para prepararla, le hizo caer en la dura realidad. 

Había olvidado la noche de bodas. 

Una ola de calor abarca todo su cuerpo. Las doncellas ya se han retirado de la habitación. Está sentada en la cama, sin saber qué hacer. Los nervios se apoderan de ella, sus manos comienzan a temblar y sus ojos se nublan. Las emociones comienzan a hacer mella en ella. Por un lado, le aterra la idea de volver a estar con él. Por el otro, su corazón comienza a marchitarse al ver que la puerta que conecta ambas alcobas aún no se ha abierto. 




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