Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 40

"L' amor che muove il sole e i'altre stelle. (El amor que mueve el sol y las demás estrellas)"

《Dante Alighieri》.

Luego de haberle dado el alta, Andrómeda regresó a su casa sin ningún otro percance.

Elliot le había dicho en el hospital que luego hablarían de su "relación". Sin embargo, él no ha mencionado nada al respecto.

Su corazón palpita con fuerza al recordar sus palabras.

Ella le importaba.

No obstante, está tan acostumbrada a los cambios bruscos de Elliot, que no está segura de poder soportar otro desplante si él vuelve a tener un ataque de culpabilidad por tener sentimientos por una negra y que luego se retracte.

Ya en el auto de vuelta a casa, Elisabeth no para de contarle todo lo que desea hacer el día de su cumpleaños. De pronto, siente como su mano se entrelaza con los dedos cálidos de Elliot. Sorprendida por la acción, se fija en él, pero este finge estar igual de ensimismado en la conversación de Elisabeth. Vuelve a bajar la mirada al sentir como él gira su mano. Su corazón se detiene al ver el anillo que le había obsequiado en su dedo anular.

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Al llegar a la habitación, esa pequeña esperanza que había nacido al ver el anillo en su mano se marchitó al darse cuenta que pasaría la noche como muchas de las anteriores en esa casa; sola.

Se mentiría a sí misma si negara que no desea con vehemencia que él le pidiera dormir en su habitación o que tan siquiera varias de sus cosas hubieran sido trasladadas al cuarto de Elliot como un mensaje subliminal que intentara decir  "Quiero que duermas conmigo"

Nada de eso ocurrió.

Se ducha y se coloca una camisa de su banda favorita. Era tres veces más grande que su talla normal. Evidentemente no era suya, Isaac se la había regalado luego de perder una apuesta con ella. Parecía poseído al perder una de sus camisas favoritas, le había ofrecido hasta su auto, todo menos la camisa, que, para aumentar su martirio, también estaba firmada por toda la banda.

Sonríe al recordar ese día. Había sido uno de los días más felices de su vida pues se había sentido libre cantando a todo pulmón en aquel concierto.

Con ese recuerdo en mente se dirige a su cama. Su cabeza está hecha un lío así que decide leer un libro para despejarla un poco. Un ruido la pone en alerta. Deja el libro a su costado y mira hacia la puerta, temerosa. Un suspiro escapa de sus labios al ver a Elliot entrar con naturalidad a su habitación, acostarse a su lado, golpear un poco la almohada, recostar su cabeza y cerrar los ojos después de soltar un suspiro.

Andrómeda lo mira extrañada y perpleja.

— No deberías estar despiertas a estas horas Andrómeda ¿Por qué no vienes aquí y descansas? —extendió su brazo, aún con los ojos cerrados.

—¿Qué crees que estás haciendo, Elliot?

—Intento dormir.

—Sabes a lo que me refiero.

—No, no sé a qué te refieres. Solo estoy durmiendo con mi esposa. Es lo que los esposos hacen, Andrómeda.

—Elliot, no estoy —Él sujeta su muñeca y la atrae hacia él. Cuando la tiene cerca, la cobija con sus brazos, intentando conmoverla lo suficiente para que no huya de él, pero Andrómeda está demasiado conmocionada para hacerlo.

Están muy cerca uno del otro, Elliot mantiene los ojos cerrados, como si no hubiese crispado los nervios de Andrómeda con tan solo su tacto. Disfruta estar así con ella después de mucho y sonríe a boca cerrada.

—Deja de mirarme y duérmete. Es tarde. Pude sentir que entornaste los ojos.

—No lo hice.

Elliot abre sus ojos y sonríe. Besa su frente y la estrecha con sumo cuidado.

—¿No vas a dormirte?

—No tengo sueño.

—En ese caso, ¿qué te parece si superamos algunos miedos hoy?

Andrómeda no comprende a lo que se refiere hasta que siente que extiende su mano. En un instante la habitación queda completamente a oscuras y su pulso se dispara. Por inercia, se acurruca contra su pecho y oculta su rostro, cerrando sus ojos con fuerza y empuñando sus manos en la camiseta de su esposo.

—Elliot, enciéndela, por favor.

Él acaricia su cabello, pero su intención de calmarla está fracasando. Andrómeda está temblando y se aferra a él como si su vida dependiera de ello. No puede evitar recordar cosas horribles.

—Confía en mí, Andrómeda. Y confía en ti. Nada va a pasarte. Estamos juntos.

No puedo hacerlo.

—Piensa en otra cosa. Te contaré una historia, bueno no es una historia en sí, es algo que me ha ocurrido —Carraspea exageradamente—. Estoy enamorado y no sé cómo ocurrió ni desde cuándo —Andrómeda deja de temblar al escucharlo—. ¿Lo ves?, eso funciona. Bien, entonces sigamos. Es una mujer hermosa, aunque, si te soy sincero no creo que haya sido esa la razón por la cual me enamoré, tal vez influyó un poco, pero no lo suficiente —Andrómeda ha olvidado la falta de luz en la habitación y ahora escucha con atención a Elliot, con el corazón en vilo —, creo que sus ojos fueron los que más influyeron. Desde que los vi no hice otra cosa más que pensar en ellos. Al principio me decía que eran repugnantes, oscuros, sucios y aberrantes. Pero luego me veía comparando los ojos de cualquier mujer con los de ella, ninguno tenía ese brillo tan peculiar que tenían los suyos y al enojarse toman un brillo de tono rojizo, lo juro. Aunque. me gustan más cuando está feliz. Resplandecen, logran cegarte e hipnotizarte..., deseas perderte en ellos. Luego fue su voz. Oh..., su voz. Había días en los que me desesperaba no oírla, buscaba cualquier excusa para pelear con ella y escucharla, y su risa..., esa es harina de otro costal, creo que nunca antes me había sentido tan vivo al escuchar tan solo una risa. Ni hablar de su personalidad. Es dulce, generosa, tierna, testaruda y muy ruda, una extraña combinación, si me permites opinar. Piensas que no saldrá nada bueno de eso hasta que la conoces a ella. Me di cuenta que estaba jodido en todos los sentidos, digo, no creo que sea normal agradecerle a la casualidad o al destino que una persona haya estropeado tu carro solo para tener la oportunidad de conocerla, o estar feliz por haber recibido un puñetazo en la nariz de su parte. Creo que eso solo lo haría alguien verdaderamente jodido, ¿no lo crees?




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