Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 42

"El mejor maestro siempre será la experiencia"

Andrómeda contiene las ganas de llorar mientras maneja. Su corazón está herido y su enojo apenas le permite pensar algo coherente a favor de Elliot. No habían podido disfrutar de los hot dogs así que decidió pasar por un local de comida rápida para comprar un café para ella y un postre para Elisabeth. Ahora se encontraban de camino a casa.

—¡Es un…! —calla al recordar que Elisabeth está a su lado. La mira, avergonzada.

—Adelante, no te detengas por mí.

—Lo siento. Este de seguro ha sido el peor cumpleaños de todos. No fue mi intención reaccionar así, pero fue un irrespetuoso ¿Cómo puede tratar a las personas como si fuesen unos insectos inferiores a él? Pensé que había cambiado o que al menos estaba haciendo el intento de hacerlo.

—El temperamento de papá es duro e inflexible. No será fácil que cambie. Puede que contigo lo haya hecho porque te ama, pero aún debe trabajar con su entorno.

Andrómeda suspira, sintiendo una pesadez en el pecho—. A veces dudo de que esto pueda funcionar...—Murmura—. Deberíamos volver. No se llevó su teléfono o su billetera. —Baja la velocidad al ver unas sirenas reflejarse en el retrovisor—. Qué raro, no íbamos a alta velocidad.

Detiene el auto y espera pacientemente a que el oficial se acerque. Baja la ventanilla al ver al policía y le sonríe.

—Identificación, por favor. —Andrómeda la saca de la guantera y se la tiende. El policía mira de reojo a Elisabeth y endurece su gesto—. ¿Es su hija?

—Mi hijastra. —Contesta—. ¿Hay algún problema, oficial? Que yo sepa, no estaba manejando a alta velocidad.

—Una empleada del restaurante donde pidió el servicio en el auto me informó de una mujer negra acompañada de una niña caucásica. —Andrómeda sonríe con amargura, sabiendo lo que se avecina—. ¿Este es su auto?

—Sí, oficial, puedo enseñarle los papeles si gusta.

—Le pido que salga del auto.

—No voy a salir de mi auto a menos que tenga una orden para sacarme. —Espeta. El hombre no se molesta en mirarla y se dirigió a la niña.

—Pequeña, ¿esta mujer es realmente tu madrastra? —Elisabeth asiente, cohibida. No por Andrómeda, sino por lo insistente que parecía ser el hombre, a tal punto de incomodar a su madrastra—. Cariño, si esta mujer te tiene amenazada o algo parecido, puedes decirme.

Andrómeda respira profundo y niega, cansina—. Bajaré del auto, pero deje de hacerles esas preguntas a mi hija.

—Estoy en el deber de hacérselas.

—No, no lo está. No hay ninguna orden en mi contra, estoy colaborando y mis papeles están en regla. No tiene ningún motivo para incomodarla. —Salió del auto y azotó la puerta.

—La niña también debe bajar.

—No lo hará. Si quiere buscar en el sistema mi nombre, hágalo, pero no se la llevará.

—Quiera o no. La niña debe venir conmigo. Debo asegurarme que lo que dice es cierto.

—Puede asegurarse ahora mismo sin necesidad de hacer que baje. —Puntualiza, perdiendo la paciencia.

—¿Me está alzando la voz?

—Estoy siendo clara.

El policía la miró, grave e intentando lucir amenazante. Andrómeda no se inmutó.

—Usted y la niña me acompañarán a la comisaría. A menos que quieras que haga esto a la fuerza.

—Si intenta ponerme una mano encima, lo demandaré. Conozco mis derechos. —El hombre ríe.

—Sucia negra…

Andrómeda entrecerró sus ojos, sin poder disimular su gesto amenazante.

—¿Cómo acabas de decirme?

—¿Se cree muy ruda?

—¿Y usted se cree muy osado? —Replica—. Respeto a la autoridad real. Si usted me mueve de aquí sin una razón coherente, habrá problemas, eso se lo aseguro. Ni mi hija ni yo nos moveremos de aquí.

 

 

 

—No me sorprende en lo absoluto que vivas en la parte más acaudalada de Boston. —Comenta el hombre mientras maneja—. Ahora sí estoy considerando atracarte.

—¡Michael!

—Es broma, cariño.

Elliot sonríe y niega. Agita el muñeco frente al rostro del niño que se encuentra a su lado, sentado en su silla de bebé. El pequeño suelta una risotada, intentando alcanzar el juguete. Elliot lo aparta antes de que lo haga y el niño vuelve a carcajearse.

—¿La pequeña cumpleañera es su única hija? —Pregunta Michael mientras maneja.

—No, mi esposa está embarazada. Pero ella aún no lo sabe.

—¡Felicitaciones! —dice la pareja al unísono.

— Es extraño que el esposo lo sepa antes que la esposa. Suele ser al revés. —Dice la mujer.

—Fue una jugarreta del destino. Estoy esperando a que se entere por sí sola.

—Ese es un interesante cambio de roles —Alega Michael—. Los felicito a ambos. Un hijo es el mejor obsequio de todos. Disfrutas cada instante a su lado, aprendes de ellos y eres feliz una vez que los ves crecer.

—Aunque limpiar su trasero es horroroso.

Elliot ríe y asiente. La pareja ha resultado ser agradable y su hijo parece llevarse bien con él a pesar de que fue un cretino. Se siente mal por haberse comportado de la forma en que lo hizo. Le debe una gran disculpa a Andrómeda. Solo espera que eso no afecte lo poco que han avanzado en su relación.

—¿Qué ocurre allá adelante?

Elliot alza la mirada, despreocupado. Frunce el ceño al lograr atisbar a Andrómeda discutiendo acaloradamente con un policía.

—Es mi esposa. —Se deslizó hasta la punta del asiento y miró más de cerca—. Deténgase allí, por favor.

Andrómeda está parada frente a la puerta del copiloto. El oficial se negaba a devolverle sus papeles e identificación a menos que fuera a la comisaría con ella y con la niña. No iba a permitir que eso ocurriera porque sabía que la única razón que el hombre tenía era incordiarla. Había colaborado con él y le había dado la oportunidad de corroborar toda la información que le había dado, pero el hombre se negó e incluso llamó a refuerzos.




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