Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 45

"Retener es creer que solo existe el pasado, dejar ir es saber que hay un futuro".

– Daphne Rose Kingma.

Siente como si hubiesen sido siglos y no horas las que había estado lejos de ella. Como si su alma se hubiese despertado de un gran letargo y necesitase una alta dosis de su ser. 

Andrómeda cierra sus ojos y corresponde su gesto con la misma dulzura y afecto que él.

—Nos vimos en la mañana, pero también te eché mucho de menos. Por eso quise esperarte aquí afuera. ¿Te encuentras bien?

Se aparta un poco de ella. Acaricia su rostro y luego su vientre.

—Me encuentro bien. ¿Tú cómo te encuentras? No deberías esperar aquí afuera con ese vestido. El viento está frío— se quita su abrigo y la cubre.

—Quería que vieras mi vestido. ¿Qué te parece? He subido un poco de peso.

—Me encanta —afirma. Andrómeda sonrió y él no pudo evitar besarla y perderse en el sabor de sus labios—. Toda tú me encantas —musitó contra su boca. La encarceló entre sus brazos y la atrajo hacia sí con cuidado pero lleno de anhelo—. No te expongas al peligro, ¿de acuerdo?

—Es solo un viento frío, Elliot. ¿Seguro te encuentras bien? —Trata de alejarse un poco para verlo. Él no se lo permite.

 Elliot la tiene aprisionada entre sus brazos, oliendo su cabello, sintiendo su piel pegada a la suya y embriagándose de su presencia.

—Estoy bien. Solamente quiero que lo prometas Andrómeda. 

—De acuerdo, lo prometo.
 
Elliot sujeta su barbilla y vuelve a besarla. Esta vez, con más ferocidad y deseo.

Andrómeda le devuelve el beso con más ahínco. Se detiene al recordar que tiene algo importante qué decirle.

 Él la mira interrogante por su repentina interrupción.

—Elliot, tengo algo importante qué decirte.

Agacha la mirada. No tiene idea de cómo empezar a decirle, tampoco sabe cómo se lo tomará. Sin embargo, siente que está haciendo lo correcto por él, por Elisabeth y por el bebé que yace en su vientre.

—¿Qué ocurre? ¿Ya está toda tu familia dentro?

—Sí, pero—

—Entonces vayamos. No quiero parecer un gruñón, pero mientras más rápido termine esta reunión, mejor —sujetó su cintura y le sonrió—. Solo quiero estar contigo.

—Debo decirte esto antes. Es—

—Puedes decírmelo mientras entramos.

—Elliot, espera, es importante. 

Elliot abre la puerta e ingresa a la casa sin darle oportunidad de que termine su frase.

Al entrar a la sala, todos los reciben con jovialidad. La madre de Andrómeda llora de emoción al verlos. Sus hermanos, Harry, Roger y Horus, trataban, en vano, de no llorar. Andrómeda le pregunta a su hermano Roger dónde se encuentra Serena. Este le dice que está en una consulta y que pronto vendrá. Eso no la tranquiliza. Sus nervios empeoran al oír el timbre de la puerta.

—Yo abro —dicen Andrómeda y Elliot al unísono. 

Elliot se dirige a la puerta antes de que ella lo haga. Andrómeda trata de detenerlo, pero es en vano. 

Al abrir la puerta, el semblante jovial de Elliot se desvanece.

—Hola— susurra su madre al verlo, cohibida.

—Miren a quienes me encontré de camino aquí —comenta Serena, quien se encontraba a su lado—. ¿No nos invitas a pasar, Elliot? 

Él no pronuncia ni una sola palabra. Solamente le echa un vistazo a Andrómeda. Esta lo mira apenada, como tratando de decirle con la mirada «intenté decírtelo».

Endurece su gesto. Se hace a un lado y deja pasar a Serena, a su madre y al resto de su familia materna. La abuela de Elliot observa la situación, preocupada. Andrómeda le había comunicado de sus intenciones y ella le había advertido que no era una buena idea. Se negó rotundamente y la mujer aun así lo hizo. No negaría que una parte de ella quería volver a ver a su hija. Sin embargo, sería mucho más difícil para Elliot aceptarlo, más aún cuando Elisabeth estaba bajo el mismo techo.


Toda la familia materna de Elliot ingresa a la sala. Miran el lugar con nostalgia.Han sido muchos años los que han pasado desde la última vez que habían estado allí y casi nada había cambiado. 

 No tardan en saludar a la abuela, quien había sido por años la cabeza de familia y que había decidido dejarlos para cuidar de sus dos pequeños nietos.

—Andrómeda, me da gusto verte —Sarah la abraza. Ella le corresponde, conmovida. Siente que todas aquellas personas también formaban parte de su familia y por eso las ha invitado—. Gracias por todo.

—No tienes nada que agradecerme, Sarah. 

Su esposo aún está de pie al lado de la puerta, sin ninguna señal en su rostro de lo que esté pasando por su cabeza. 

—Es hora de la cena, pasemos todos al comedor, la abuela y yo hemos preparado un pollo delicioso. 

Sarah observa a su madre, nerviosa. Hace mucho que no se tratan y su relación no es la mejor de todas después de lo ocurrido. Ninguna se atreve a acercarse. Mantienen una distancia prudente.

—¡Papá!— escuchar a Elisabeth le había helado la sangre. Apenas corrió hasta él la abrazó y no dejó que se soltase, no quería que la viera. 

Los ojos de Sarah se abrieron desmesurados, llenos de ilusión y lágrimas. Intenta dar un paso, pero la mirada colérica de Elliot alerta a Andrómeda y esta posa su mano en el hombro de Sarah, recordándole que aún no es el momento oportuno.

—Vayan al comedor, yo los seguiré luego —le dice Andrómeda a Sarah. Tanto ella como el resto de la familia lo hacen.

Apenas se marchan, Elliot toma de la mano a Elisabeth, serio.

—Elisabeth y yo subiremos a su alcoba y veremos una película.

Andrómeda suspira, cansina. El ambiente se vuelve cada vez más tenso. Elliot está enojado y lo comprende. No le dio oportunidad de explicarle. Sin embargo, nunca imaginó que se mostraría tan cerrado, a tal punto de no querer asistir a la cena.

—Sé que debí decírtelo antes…

—No quiero hablar de esto, Andrómeda. No ahora. Vamos, Elisabeth.




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