"No trates de vivir mejor, vive para mejorar".
《...》
Él lo sabía.
Todo ese tiempo, él fue consciente de su enfermedad, aquellas noches en las que lloraba por no poder ser capaz de decírselo, esos días en los que su mente y su corazón le reprochaban su silencio, habían sido solo una flagelación para ella misma y su conciencia, pues él ya lo sabía todo.
Sale del despacho y baja las escaleras, ausente. Su mente se halla desconectada, ni siquiera puede pensar en algo coherente, solamente emite acciones mecánicamente. Toma un taxi y murmura una dirección. Ni siquiera logra escucharse a sí misma, simplemente se aísla en sus propios pensamientos.
Cuando se da cuenta, lo primero que ve ante sus ojos es la casa de los Nicols. No entiende por qué sintió el impulso de ir a ese lugar, pero un alivio instantáneo la recorre al estar allí. Tampoco es capaz de ir con su familia.
No quiere estar sola.
No tiene dónde ir.
Mary, quien se encuentra en el jardín, logra divisarla
—¿Andrómeda?. Preciosa, ¿qué haces aquí? ¿Qué ocurrió con Elliot? ¿Te encuentras bien?
La sola pregunta logra que salga de su estado de asimilación. Rompe en llanto, volviendo a caer en la dura realidad. Se abalanza sobre Mary y rompe en llanto.
—Mary, cariño, ¿quién está…? ¡Dios mío, Andrómeda! Vamos, levántate corazón, esto le hace mal al bebé ¿Pero qué te ha hecho mi hijo? Dios santo…— Sarah toma su mano y la atrae hacia ella para que ingrese a la casa.
Sarah se encarga de llevarla a la habitación. Le pide que se dé un baño para que se calme y le presta una muda de ropa.
Mientras más piensa las cosas, todo comienza a cobrar sentido. Luego del accidente en aquella velada, Elliot se había vuelto muy atento con ella, hasta cuidadoso, incluso había desarrollado una extraña amistad con Serena. Si calculaba su estado gestacional notaba que, para ese entonces, ella ya se encontraba embarazada y que por rutina tuvieron que haberle practicado unos exámenes.
¿Cómo no lo había pensado antes?
¿Él se había enterado de su enfermedad y al mismo tiempo de su estado?
Era lo más probable.
Sarah ingresa a la habitación, notando de inmediato la mirada vacía y triste de Andrómeda. Deja el té sobre la mesa de noche y sonríe.
—Debes esperar a que enfríe un poco.
—Gracias. Lamento haber venido aquí de esta forma.
—Tranquila. Estoy encantada de que estés aquí ¿Puedo…? —miró su vientre. Andrómeda asintió. Sarah posó con cuidado su mano. Lo acarició, anhelante.
—Crecerá grande y sano, como su padre.
El rostro de Andrómeda se descompuso al escucharla. Un enorme nudo se instaló en su garganta.
—Sarah…, ¿podemos hablar?
—Por supuesto.
Andrómeda tragó grueso. No quería llorar más, pero estaba sensible y dolida. No estaba segura de poder soportarlo todo.
— Elisabeth ha descubierto que Elliot no es su padre.
Sarah dejó de acariciar su vientre.
—¿Qué?
—Elliot y yo estábamos discutiendo y ella escuchó todo. Fue mi culpa. No debí presionarlo, no debí orillarlo a esto…—musita, lamentándose. Agacha la mirada y cubre su vientre. Las palabras de Elliot siguen resonando en su mente, la aturden y la hieren sin piedad.
«¿Cómo puedes hablar de mí cuando tú eres mucho peor? Te he dado el tiempo suficiente, te he esperado…»
—Si existe un culpable de todo esto, esa soy yo, no tienes por qué castigarte de esa manera.
—No. Tenías razón, nunca tuve que acelerar las cosas. Toda mi vida me sentí presionada por todos los que me rodeaban y al final…, terminé siendo como ellos. Tuve que haberle dado su espacio como él lleva haciéndolo conmigo…
—Estoy segura de que todo se resolverá querida, a veces las cosas pasan porque tienen que pasar, solo adelantaste algo que ya estaba destinado a ocurrir, él te ama, estoy segura de que—
—Te equivocas, Sarah —le interrumpe—. Elliot no me ama, tal vez me aprecie o haya aprendido a tolerarme, pero ninguno de esos sentimientos se acercan al amor.
Sarah toma su mano. La observa con ternura. Andrómeda siempre le ha parecido una joven demasiado ingenua en temas románticos. Sabe que tiene mucho que aprender de las relaciones, sobre todo estando con un hombre con el carácter de su hijo.
—Elliot siempre ha sido un joven muy hermético. Su única prioridad son sus seres amados. Es un excelente padre, ama a su hermana, y estoy segura de que también ama a esa pequeña criatura que viene en camino… Y te ama a ti, querida. Los matrimonios no son fáciles y siempre habrá discrepancias, pero no digas que no te ama —declaró—. Elliot nunca pudo experimentar lo que era vivir en una familia feliz, donde sus padres desayunaran con él sin una pelea entre ellos. Admito que la mayor parte es mi culpa por haber permitido que su padre se encargara de toda su crianza y luego hacerme a un lado… —se lamenta, llorosa—. Yo era tan joven, Andrómeda. Fui una irresponsable, lo sé. Pero tenía miedo. Su padre me golpeaba. Ya no pude soportarlo…
—Hiciste lo mejor que pudiste al criarlo, eras una niña que todavía le faltaba mucho por aprender y los constantes desprecios de tu esposo solo empeoraron la situación. Elliot lo sabe, no está enojado por eso, lo está porque decidiste dejarlos —Sarah agachó la mirada, avergonzada—. Él te quiere. Por esa razón creí que lo mejor era que te enfrentara. En cambio, las cosas conmigo…, son completamente diferentes. Siempre he sabido que los pensamientos y las ideologías de Elliot no cambiarían de la noche a la mañana. Fui paciente porque realmente vi que él se esforzaba en cambiar… Creí que era por mí…—su voz se quebró—. Pero no fue así, contrario a lo que él siente por usted, los sentimientos que dice tener por mí son una farsa.
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Editado: 26.03.2022