Dulce Renuncia

4

En las horas de la tarde, Hugh lo mandó llamar. Pensando en que a lo mejor el jefe se había enterado de su almuerzo con su hija, él acudió hasta su despacho, pero sólo era para pedirle que lo acompañara a cierto lugar.

Salieron a media tarde en su auto conducido por un silencioso chofer hasta la ciudad de New York. Se reunieron con personas importantes y David tomaba nota y analizaba cifras, a la par que estudiaba el desempeño de los personajes que se reunían con ellos.

Esto le gustaba, le gustaba inmensamente. Cuando ya fue hora de volver, no tuvo necesidad de llegar a la oficina, pues el jefe le ofreció acercarlo en su auto hasta su casa.

El chofer lo acercó lo más posible. Dentro del auto, Hugh iba hablando sin cesar acerca de todo, le relató cómo su padre y su tío habían comprado la patente de unos cuantos productos, y habían empezado a distribuirlos. Luego se dedicaron a expandir el negocio hasta convertirlo en lo que era hoy día. 

—Cualquiera creerá que fue fácil –concluyó Hugh—, ya que estábamos en la época del desarrollo empresarial y todo eso—. Miró a David como si éste fuera un alumno suyo especialmente terco—. No fue fácil, para nada. Aún ahora, tengo que enfrentarme a diario con otras multinacionales que intentan por cualquier medio absorberme.

—No se preocupe –lo tranquilizó David—, no lo conseguirán. Antes, ellos podrían ser los absorbidos.

—No me interesa absorber a nadie –rebatió Hugh—. No estoy a favor del capitalismo caníbal que se está llevando a cabo en el mundo. Claro que hay que crecer y expandirse, pero el poder no puede residir en manos de una sola persona. El poder corrompe—. David asintió, aunque tuvo que reconocer que así era como se llevaban a cabo las transacciones actualmente. 

Hugh respiró profundo y miró por la ventanilla.

—He notado que te has hecho amigo de mi hija—. Esperó una respuesta por parte de David, y le extrañó que el muchacho no dijera nada. Por lo general, los hombres querían hacerle notar lo interesados que estaban en ella, y empezaban a elogiarla con una larga lista de virtudes para ser tomados en serio. Esto sucedía demasiado a menudo, sobre todo desde que ella rompiera su compromiso con su novio. Los caza fortunas habían venido en avalancha, cada uno apostando conocerla mejor que nadie, y todos, siempre, intentaban utilizar esto para acercarse más a él y a su dinero.

A diferencia de todos esos hombres, David no alardeó de haberla defendido ante un hombre enorme y musculoso para defenderla, ni empezó a decir que por ella se haría matar; simplemente guardó silencio.

—Te agradezco de nuevo lo que hiciste por ella esta mañana—. David se limitó a negar con la cabeza. Hugh no lo pudo evitar y se echó a reír—. Me encantará ver el desenlace de todo esto –dijo como para sí, pero David alcanzó a escuchar.

—¿Señor?

—Nada, nada, no me hagas caso.

 

 

Los días empezaron a pasar. Una de las bonitas secretarias había empezado a pasearse más tiempo del necesario por la pequeña oficina de David, y los hombres, por su parte, habían empezado a notar que David estaba repitiendo ropa. 

Las mujeres se decepcionaban porque nunca iba a almorzar con ellas. Los hombres se preguntaban qué había hecho para convertirse en la nueva mascota favorita de Hugh Hamilton. 

Sin embargo, el ambiente laboral era bueno, y los compañeros allí bastante amistosos. Algunos le preguntaban cómo había llegado a trabajar a la compañía y él no dudaba en contarles cómo sus profesores lo habían recomendado para el cargo, y que su sueño era escalar e ir posicionándose mejor.

Se había convertido en una costumbre almorzar con Marissa en su oficina. Él siempre llevaba la comida de su abuela, ella siempre pedía domicilios, y hasta el momento no se había producido ningún rumor acerca de la hija del jefe y el empleado más reciente, afortunadamente.

Aunque de haberse producido, pensaba David, no habría tenido tiempo para detenerse siquiera a escucharlos y mucho menos negarlos. Estaba siempre tan ocupado que constantemente se llevaba trabajo a la casa. Aquello de tener los fines de semana libres era más bien una mentira; siempre tenía papeles y cuentas que revisar. En la oficina pasaba mucho tiempo reunido con Hugh, y ahora, incluso viajaría con él. A China.

H&H tenía en ese país uno de sus más importantes laboratorios, y Hugh iba a hacer uno de sus viajes de rutina, pero esta vez se lo llevaba, tal como había dicho cuando lo contrató, para que fuera sus ojos y sus oídos en ese lugar.

 

Marissa entró en la oficina de su padre. Éste estaba repantigando en uno de los lujosos sofás de su oficina mientras mantenía una teleconferencia con algún socio extranjero.  Al ver a su hija se sentó mejor y dio por terminada la conversación.

—¿Y esa expresión, cariño? –le preguntó.

—¿Es cierto que te vas a China con un grupo de empleados? –Hugh no era tonto, debajo de esa pregunta leyó: ¿Te llevas a David?

—Sip.

—Bien, espero que tengas en cuenta que uno de ellos es nuevo aquí.

Otra vez David.

—Sip.




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