Marissa vio entrar a David a las oficinas de H&H y sonrió feliz.
Inmediatamente deshizo su sonrisa. ¿Feliz de qué?
A ver, niña, contrólate. Dijo la Marissa sensata.
Verlo no tenía por qué hacerla feliz; nop, nop. Es más, cuando él pasara por su lado, y le sonriera como siempre hacía cuando la saludaba, ella simplemente haría un movimiento de cabeza. No tenía por qué estar exponiendo su dignidad tan gratuitamente. Pero entonces él pasó por su lado y esa boca desobediente ya se estaba ensanchando en una sonrisa de bienvenida, y su cerebro estaba inventándose un discursito para iniciar una conversación.
No hubo oportunidad, David hizo un enormemente envidiable movimiento de cabeza como saludo, y pasó de largo. Ni una sonrisa. Ni un “Buenos días”.
Al medio día fue lo mismo. Animada ante la idea de que a lo mejor tenía mucho que hacer, o que de pronto en China las cosas no habían ido como esperaban, y por lo tanto no la había tratado como siempre, fue a buscarlo a su oficina a almorzar, como todos los días, pero él ya no estaba. Iba de salida con un grupo de empleados que iban hablando acerca de lo que escogerían para almorzar.
A la distancia, Viktor la miró con una sonrisita bobalicona que le hizo desear gruñirle. Recibió el domicilio que ya había pedido, y almorzó sola en su oficina, machacando con los dientes lo que se metía a la boca.
Al día siguiente fue lo mismo, pero esta vez lo descubrió mirándola en un momento que él creía no estaba siendo observado. ¿Qué le pasaba?
En la noche lo esperó en su auto a la salida del edificio. Le tuvo que hacer un cambio de luces y hacer sonar la bocina para que se detuviera. Bajó el vidrio de la ventanilla para hacerse oír.
—¿Podemos hablar? –le preguntó en voz un poco alta para hacerse oír por encima del ruido de la calle.
—Lo siento, no puedo demorarme…
—David, no seas grosero. Llevas evadiéndome desde que regresaste de China y creo que merezco una explicación, así que sube.
Un poquito mandona, se dijo David, pero sonrió en su interior. Ella era así.
—Marissa, de verdad no creo…
—Ah, recuerdas mi nombre. Creía que lo habías olvidado—. Ella se bajó del auto y se situó al frente suyo.
—Conduce tú, creo que debemos hablar.
—No sé de qué –evadió él.
—No te hagas el tonto. ¿Por qué… por qué me eludes?
—Este no es el lugar para hablar—. Ella se alzó de hombros.
—Tan bueno como cualquier otro. Y con eso estás admitiendo que sí hay algo que hablar—. David la miró fijamente. Había oscurecido ya, y tal vez no era aconsejable que los dos estuviesen aquí hablando como si tal cosa, pero de algún modo, estaba seguro de que ella seguiría con el tema hasta machacarlo.
—Ok, ¿quieres saberlo? —dijo—. Creo que no me conviene tu amistad—. Hizo un gesto como si eso lo aclarara todo. Marissa, en cambio, se mostró terriblemente confundida.
—¡¡Hey!! -gritó- Nunca nadie dijo eso de mí, ni en mis años más locos de la universidad. Soy una buena influencia y tú un tonto si crees que me voy a tragar ese cuento. Inténtalo de nuevo.
—Pues esa es la verdad. Tuve la fortuna de entrar en la empresa de tu padre a trabajar, Marissa, y fue una cuestión de sudor y esfuerzo, no de tráfico de influencias, y no quiero que por razones estúpidas como un malentendido pierda lo que estoy luchando por conseguir.
—¿De qué rayos hablas tú?
—¿Me vas a negar que fuiste a hablar con tu papá para que me diera un adelanto de mi sueldo para que me fuera a comprar ropa?
—¿Es eso? –David endureció el rostro muy enojado.
—Bien. Eso es una respuesta en sí—. La rodeó y siguió caminando. Marissa lo alcanzó.
—¿Te molestaste por eso? –preguntó ella mientras caminaba un paso atrás de él—. No tiene nada de malo. David, te hice un favor.
—¡Pues no me gustan ese tipo de favores! –exclamó él deteniéndose bruscamente y girándose a mirarla—, y no pienso ser tu juguete, porque no me quiero ni imaginar de qué serás capaz cuando te canses de ser mi amiguita—. Ahora fue el turno de Marissa de enojarse.
—¡No me hables como si fuera una caprichosa niña rica!
—¿Y no lo eres?
—¡No! Y no vas a lograr hacerme sentir culpable por haber hecho algo por ayudarte. Tú necesitabas ese adelanto, y yo podía proporcionártelo, mi padre podía; no veo por qué te enojas.
—¡No quiero favores especiales! –contestó David—. ¡No quiero tratamientos especiales! No quiero que la gente empiece a especular acerca de las razones de mis éxitos o mis fracasos. Si de veras quieres ayudarme, por favor, ¡no vuelvas a influir en ningún aspecto de mi trabajo!
—Dime una cosa –dijo Marissa entre dientes poniéndose otra vez en su camino e impidiendo que él avanzara—. ¿Qué hubieras hecho tú?
—¿Qué?
—Si fuera yo la empleada, la que no tenía qué ponerse para venir a trabajar, y en tu mano estuviera el poder de ayudarme, ¿qué habrías hecho tú?
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Editado: 03.01.2022