Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 5

El oxígeno en los pulmones de Samuel era casi nulo. La sangre en sus venas circulaba con una rapidez de la cual no podía ser consciente, aunque sus pupilas se encontraban considerablemente dilatadas no opacaban la mirada fuego que amenazaba con incinerar los papeles del informe en sus manos. En ese instante trataba de controlar los temblores de su cuerpo y la palidez que se apoderaba de su rostro para no evidenciar su furia.

—¿Esto es todo? —preguntó invadido por la incredulidad y totalmente enfurecido.

—Sí fiscal, esas son todas las evidencias que pudimos recuperar del cuerpo, incluyendo el informe forense con la causa real de la muerte —contestó con profesionalismo.

El hombre de ojos celestes y cabello entrecano, se encontraba algo aturdido ante la actitud perceptiblemente enfadada del fiscal Garnett, con quien había trabajado en varias ocasiones.

—Pues esto no es todo, aún falta. Tal vez no es el grado de tortura al cual fue sometida la víctima, pero eso no podemos determinarlo a fondo, eso es sólo lo que la ciencia nos permite recuperar —le contestó consciente de que había hecho todas los peritajes posible sobre el cuerpo durante ocho días y más de nueve horas diarias junto a su equipo de trabajo.

Desvió la mirada hacia el funcionario William Cooper, quien acompañaba al fiscal, pidiéndole que interviniera y le hiciera entender que había hecho todo lo posible.

—¡Claro que no es el grado de tortura al que fue sometida! —estalló poniéndose de pie, lanzando el caótico informe sobre el escritorio.

Se dirigió a la ventana y el influjo de su respiración le iba a reventar el pecho, las lágrimas de dolor e impotencia le quemaban los ojos, pero no podía dejarse vencer por su fragilidad.

Samuel sintió una mano posarse en su espalda, frotándola con energía. Él cerró los ojos tratando de contener la furia que lo recorría. 

—Garnett, con esto es suficiente, es lo que tenemos y con lo que podemos trabajar. La señora Wagner viene mañana en calidad de testigo protegido. La hospedaremos en un hotel y la vamos a mantener custodiada, ella también cuenta, no solamente el informe, tienes más cartas bajo la manga.

La voz conciliadora de William Cooper intentaba llenarlo de ánimo, pero sus palabras eran también para que comprendiera que no todo estaba perdido.

—Ese informe no refleja el grado total del delito. ¡Jodida impotencia! —gruñó apretando los puños, conteniendo las ganas enardecidas que tenía de estrellarlos contra el cristal de la ventana.

—¡Hombre! Sé que quieres buscar más venganza que hacer cumplir la ley. Sino has olvidado, no lo vas a hacer porque estén encerrados.  Los vamos a encerrar, pasaran los años que el juez dicte y cuando estén por salir, pueden meterse en una pelea. En prisión todo es posible Garnett, yo no quiero a esos hijos de puta fuera, no voy a permitir que sigan haciendo de las suyas. Quiero que te concentres en tu trabajo, deja de ser tan pasional y saca más bien tu profesionalidad, porque así estás metiendo la pata hasta el fondo —aconsejó regalándole un apretón en el hombro.

Samuel soltó un pesado suspiro liberando el aire por la boca. Necesitaba calmarse. Estaba seguro de que Cooper tenía razón y empezaría a prepararse para los fallos, soportar estoicamente las malas noticias y reinventar soluciones.

—Tienes razón Cooper, la estoy cagando. Sé que la estoy cagando… Pero a veces me cuesta tanto controlarme, no quiero que me vean la cara de idiota, que después de tanto esfuerzo no logre hacer nada.

Nada le asustaba más que no lograr hacer justicia. Su madre la merecía y él debía encontrarla. Debía encerrar a los malnacidos que se la arrebataron. 

—Siempre hay algo por hacer, mientras estemos vivos se puede hacer. Ahora mismo vamos a detenerlos, si quieres ir con nosotros debo exigirte que te autocontroles —le advirtió el funcionario policial.

Si Garnett había actuado de esa manera delante del doctor Balmort, no quería imaginarse cómo actuaría delante de los asesinos de su madre.

—No voy a ir. Encargaros vosotros de encerrarlos, iré cuando la señora Wagner esté en la sala de reconocimiento, después iré a interrogarlos. Voy a hacerlos hablar, aunque sé que el hecho de que confiesen les ayudará en la pena, es la única salida que tengo.

—Si confiesan, todo será más rápido. Ahora no perdamos el tiempo —Le palmeó la espalda y se dirigió al escritorio donde el doctor aún lo miraba un poco desconcertado.

—¿Todo bien? —preguntó, mientras se ponía de pie y se ajustaba las gafas de aumento sobre el tabique.

—Muy bien doctor, ya sabe lo pasional que es el fiscal 320. Le gusta lo que hace y sólo busca la perfección, por algo lo tienen en la sección de homicidios, sino fuera gracias a esa pasión, habrían unos cuantos asesinos sueltos —dijo Cooper con una sonrisa, tratando de salvarle el culo a Samuel.

—Disculpe mi comportamiento doctor, por un momento olvidé que somos del mismo equipo, y que usted hace su trabajo minuciosamente. Aún no me adapto completamente al trabajo después de mis vacaciones —Sonrió levemente, para ganarse una vez más el respeto del hombre.

—Entiendo perfectamente fiscal, no se preocupe. Estoy seguro de que con el resultado encontrará la manera de encerrarlos el tiempo que merecen —dijo tendiéndole la mano—. Siempre estaremos para servirle.




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