Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 6

Sábado por la noche. Las puertas del ascensor del piso de Rachell se abrían y Samuel llegaba con botella de tequila en la mano, encontrándose en primer plano a la chica a un una par de pasos de distancia, con esa sonrisa que hacía que los vellos de la nuca se le erizaran.

La excitación se podía sentir en el ambiente ante la primera mirada. Llevaban siete días sin tener sexo e inevitablemente esa noche terminarían gozándola.

Samuel se acercó para besarla, pero ella le llevó el dedo índice a los labios y lo alejó, tomándolo de la mano lo guio al comedor que se encontraba iluminado tenuemente,  frente a él se presentaba una mesa hermosamente dispuesta para una cena.

—¿Has cocinado? —preguntó con la mirada iluminada por la sorpresa.

—Te explico, en este instante tengo sobre mi hombro izquierdo a mi ángel malvado que me dice: dile que sí lo has hecho tú, que eres una excelente cocinera, que te apasiona todo lo que tenga que ver con la cocina. Pero el ángel bueno en el lado derecho me susurra: sólo dile la verdad, porque seguramente reconocerá la sazón del chef del Armani Ristorante. Dime tú, ¿a quién le hago caso? —preguntó llevándose las manos a las caderas a modo de jarra.

—Yo creo que le haremos caso al ángel malvado —dijo con una sonrisa irónica. Se dirigió  a  la cocina y colocó en el congelador la botella de tequila—. Me ilusiona pensar que puedo inspirarte para hacer una cena —farfulló fingiendo estar indignado. 

—Un momento. Aquí la agasajada soy yo y sin embargo te he armado todo esto, es lo que puedes esperar que haga, mientras mis tarjetas estén activas la comida no faltará. Es eso lo importante ¿o no?

Samuel le cogió la cintura con los brazos, pasándolos por el túnel que los de ella le creaban. Él se sentó al borde de la mesa con las piernas separadas y extendidas apoyando los pies en el suelo. En un movimiento sensualmente violento, la obligó a dar un paso y meterse entre sus muslos.

—Que tú estés presente es lo verdaderamente importante —susurró mirándola con avidez, demostrando con sólo ese gesto que se encontraba hambriento de ella.

—Puedo decir que me inspiras para mejores cosas que una cena —musitó Rachell tomando el tibio rostro entre sus manos.

—¡Ya lo sabía! Me ves como mero objeto sexual, sólo te falta meterme en la vitrina de tu vestidor junto a los vibradores que tienes.

A Rachell cualquier explicación se le enredó y no podía hilar palabras. Abrió la boca para reprocharle, pero ante la sonrisa sesgada que él le regalaba se quedó sin argumentos.

Después de varios segundos encontró el valor para aceptar con normalidad que él supiera lo de su colección de vibradores. Sacudió la cabeza de Samuel y con dientes apretados le dijo:

—Eres un entrometido, un cotilla… Son cosas que no pueden verse —De manera juguetona, él se acercó para besarla, pero ella lo dejó mordiendo el aire—. Estás castigado, no habrá beso.

—Eso verdaderamente lo dudo —le advirtió con suficiencia.

—No lo habrá hasta después de la cena, así que ve a sentarte.

Le tomó las manos deshaciendo el agarre, se alejó un paso y Samuel, como un niño bueno hizo caso.

Se dirigió a la cocina en busca de la cena para servir, al regresar, vio que Samuel observaba las velas con gran detenimiento; en su rostro se reflejaba un gesto impenetrable.  

—No te van a quemar. Es una lámpara, ésta es una bombilla eléctrica —le explicó señalando la punta de la lámpara en forma de vela, la que tenía la bombilla bastante característica.

—Me alegra que hayas encontrado la manera de hacer la cena íntima, sin atentar contra mis temores —Sintió su corazón agrandarse.

 Desvió la mirada de la bombilla con forma de vela y la fijó en el par de gemas violetas que lo colmaban de ternura y deseo.

—Todo es posible Samuel, sólo debemos aceptarnos tal y como somos —le dijo con una sonrisa ladeada, acariciándole con enérgica ternura uno de los hombros. Se sentó al lado de él y se dispuso a servir.

—Déjame hacerlo —solicitó Samuel agarrando los utensilios para servirle a ella—. Recuerda que eres la agasajada. Eso sí, no esperes una decoración y si llega a chorrear no vale burlarse —advirtió sonriendo.

—No me burlaré, lo prometo —dijo levantando la mano derecha en señal de juramento y su mirada se fundió con la de él—. Poco Samuel, que estoy a dieta, quiero lucir perfecta sobre la pasarela cuando tenga que salir para agradecer.

—Ya estás perfecta, pero te prometo que esta noche te voy a ayudar a quemar las calorías que ganes con la cena —Le dio su palabra, guiñándole un ojo de manera sagaz y se mordió el labio inferior, provocándola como sólo él sabía hacerlo.   

—Me gusta más esa idea, más que matarme con los abdominales, estoy asistiendo al gimnasio todos los días —le comentó de manera casual y observaba con entusiasmo mientras le servía ensalada italiana con pasta.

—Estará encantado tu amigo Víctor —masculló sin importarle dejar entrever que el instructor no era de su agrado—. Seguro se la pasará viéndote el culo —acotó bajando la mirada a su plato que no tenía ningún tipo de decoración.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.