Samuel sabía que llenar la bañera llevaría su tiempo, por lo que prefirió entrar a la ducha y con cuidado se sentó en el suelo manteniendo la misma posición.
El agua empezó a mojarlos mientras él le acariciaba los cabellos y el rostro a Rachell, repartiéndole besos por donde sus manos pasaban, como si intentara borrar las huellas que dejaban sus manos.
—Creo que no volveremos a jugar al tequilazo —expresó sintiéndose un poco culpable por la situación en la que se encontraba Rachell.
—¿Estás loco? Si quiero repetirlo la próxima semana, me encantó, y en la próxima, no pienso perder —dijo sintiendo como poco a poco el agua le ayudaba a salir del ligero aturdimiento en el que se encontraba minutos atrás.
Ella había sido consciente de todo lo que había pasado, de cada palabra dicha, cada mirada, cada caricia y cada decisión tomada. Que no pudiese controlar su lengua era otra cosa, pero había disfrutado el momento que acababan de experimentar como ningún otro.
—Está bien, no dejaré que pierdas… —dijo sonriente y la abrazó, frotándole cariñosamente la espalda.
Así pasaron muchos minutos, mientras el agua tibia los relajaba completamente, sumergiéndolos en un estado de letargo en el cual solo irrumpían sus respiraciones y algún que otro beso que se deban en los hombros.
—Samuel… —murmuró con la barbilla apoyada en uno de los hombros de él.
—¿Pasa algo? ¿Te sientes bien? Creí que te habías quedado dormida —dijo con voz suave, sin deshacer el abrazo.
Por el contrario, al percatarse de que estaba despierta hizo más estrecha la unión entre ambos.
—Yo me siento bien, pero sé que tú no, te he notado un poco aturdido. No conmigo… tal vez es algo con el trabajo... me gustaría ayudarte un poco, pero no sé nada de leyes —murmuró y se removió un poco en busca de comodidad, posándole sus labios en el hombro.
—Aunque supieras, no podrías ayudarme. No es sólo el trabajo, son cosas que me pasan.
En ese momento confiaba en Rachell, porque prácticamente eran uno y creía que sería muy egoísta de su parte no contarle por lo que estaba pasando; ella le estaba dando compañía y a cambio quería saber un poco más de él.
—Con tu madre. Sé que algo pasó con ella y lo siento… lo siento tanto —De manera inevitable los ojos se le llenaron de lágrimas, estar bajo los efectos del alcohol la hacía más vulnerable—. De verdad lo siento, porque se nota que aún la amas —chilló sintiendo como ella misma añoraba ese sentimiento.
—Todos los días de mi vida… Cuando me la arrebataron sólo consiguieron que este amor no conociera límites. Durante mucho tiempo me creí culpable de lo que le pasó. Era lo que todos decían, que había sido mi culpa y tal vez fue así, porque yo no pude sacarla y en el intento sólo logré lastimarla aún más.
La garganta se le inundó y ahogó un sollozo en el hombro de Rachell. Era imposible controlar su dolor cuando lo asaltaban las imágenes del pasado, la impotencia y la desesperación lo invadían sin piedad.
—Quiero ayudarte —Se ofreció al sentir como Samuel temblaba entre sus brazos y una vez más se derrumbaba ante ella.
—No puedes hacerlo —dijo con la garganta ahogada por el llanto.
—Déjame intentarlo —suplicó besándole el hombro y acariciándole con ternura y energía la espalda.
—No puedes hacerlo Rachell. Puede que algún día encuentre el valor para contarte lo que pasó, pero eso no va a cambiar nada… —Él se obligaba a sofocar los sollozos en el hombro de ella—. Nada de lo que haga o diga va a cambiar lo que pasó, así que nadie puede ayudarme. He aprendido a vivir con eso, sé vivir… Puedo hacerlo, pero no porque te cuente voy a olvidar o voy a dejar de sentir.
—Tienes razón, no quiero que olvides. Si amas a tu madre, no pido que dejes de sentir ese amor por ella.
Se disculpó y era la primera vez que hablaba de amor sin que la palabra le causara repulsión, tal vez por la circunstancia en la que se encontraba.
—Puedes llorar todo lo que quieras y quiero que sepas que cuando el sol salga en el horizonte, volveremos a ser los mismos. No tienes que huir avergonzado por lo que sientes, son sentimientos bonitos y de cierta manera envidio eso —susurró con infinita ternura cada palabra, sin dejar de frotarle la espalda, repitiendo ese pacto que él mismo había creado cuando ella se sintió vulnerable en Flagstaff.
Samuel se aferró a Rachell. Era la segunda vez que lloraba con ella. Era la única persona a quien, hasta ahora, le había mostrado verdaderamente sus sentimientos.
No podía entenderse a sí mismo, ¿por qué nunca llegó a ese grado de confianza con sus primos o su tío? Ellos habían sido un apoyo indispensable para él; sin embargo, les escondía su dolor, les escondía su verdad.
Estuvieron el tiempo que necesitó Samuel para recuperar nuevamente el valor, y para que el mareo de Rachell desapareciera completamente. Ambos se ayudaron a secarse y regresaron a la habitación.
La cama estaba hecha un desastre, mojada de tequila, limón, sudores y fluidos. Necesitaría al menos unas cuantas horas para que pudiera recibir sus cuerpos y darles la comodidad que necesitaban.
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Editado: 20.04.2022