Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 8

Samuel entraba al hotel Stanford en compañía de dos oficiales de la policía, mientras el corazón le latía frenéticamente, al saber que después de tanto tiempo vería nuevamente a la señora Illona.

Ella había sido su ángel salvador, sin su ayuda él no estaría donde está, y una vez más estaba dispuesta a auxiliarlo.

Era la única persona con la que contaba, la única que podía creer en su palabra, porque sabía en cierta medida por lo que había pasado, no había sido un accidente como lo habían explicado el cuerpo de bomberos y la policía.

Los oficiales apostados en la puerta de la habitación hicieron el cambio de turno con los que llegaban con él. Uno de ellos llamó a la puerta.

—¿Quién es? —La voz de la señora al otro lado de la puerta era temerosa.

No estaba preparada para todo el proceso de investigación y colaboración policial, por eso, había decidido ser él mismo quien la pusiera al tanto.

—Buenos días señora Wagner, soy Samuel Garnett,  asistente 320° al Fiscal General del distrito. El caso con el cual usted desea colaborar está a mi cargo. Estoy en compañía de dos oficiales… —No terminaba de hablar cuando la puerta de la habitación se abrió y la mirada dorada se fijó en la señora Wagner.

Los años habían pasado por ella, surcándole el rostro con arrugas y sus cabellos se habían cubierto casi en su totalidad con hebras plateadas, así como su estatura se había visto afectada, o era él que ya era un hombre y no el niño al que ella cuidaba. 

Podría jurar que lo había reconocido, la sorpresa en su rostro fue evidente, pero prefirió callar y hacer un gesto para que entrara.

Samuel dio un paso dentro de la habitación y cerró la puerta dejando fuera a los oficiales.

—Usted primero, por favor —pidió señalándole la pequeña sala de estar de la habitación.

—Tome asiento —ofreció al ver que ella sólo se había quedado mirándolo, tal vez le resultaba familiar. 

—Gracias —susurró la anciana que se sentaba con la lentitud y dificultad que los años le daban al cuerpo.

—¿Me dijo su apellido? —preguntó mirándolo a los ojos y en los de ella brillaba la curiosidad y algo más que Samuel no logró definir.

—Garnett —afirmó.

—¡Santo Dios! —exclamó llevándose las manos a la boca para tratar de contener su emoción—. Sébastien, tal vez no me recuerdes…  —La mujer empezó a titubear presa de la sorpresa que la asaltaba.

—Samuel… —intervino con voz pausada, corrigiendo a la dama.

—Creo que estoy confundida, perdone señor fiscal… Todo éste caso me ha afectado un poco, estoy algo nerviosa —dijo tratando de disculparse, pensando que tanto el parecido como el apellido, sólo eran coincidencias.

—No está confundida y sí la recuerdo, no podría olvidar que su tarta de arándanos es la mejor que he comido en toda mi vida — confesó mientras luchaba con tantas emociones anidándoseles en el pecho, sabiendo que ni siquiera podía controlar el temblor en sus manos. 

—¿Cómo es posible? —preguntó en un murmullo, mientras observaba con insistencia al chico—. ¿Por qué nunca más recibí noticias de ti? 

—Gracias a la llamada que hizo al número que estaba en la libreta, vinieron a buscarme y me llevaron a Brasil. —Samuel empezaba a sentir las lágrimas arderle al borde de los ojos, porque inevitablemente la señora Illona lo acercaba a su pasado, ella lo conocía, la única que verdaderamente lo conocía, al menos al niño que auxilió—. No pude agradecerle en ese entonces —murmuró un poco apenado y bajó la mirada donde jugueteaba con sus manos temblorosas en busca de un poco de serenidad.

—Pequeño, estabas tan consternado… —Se levantó y se puso de cuclillas delante de Samuel, posándole una de las manos en la mejilla, tratando de consolarlo—. No podías hablar, estabas demasiado asustado.

Le recordó por qué no le había agradecido y él no tenía que sentirse culpable de una situación, que sin duda, los había marcado a ambos.

—No pude hacerlo en mucho tiempo —le confesó con la voz quebrada y las lágrimas le rodaron por las mejillas. Cerró los ojos tratando de contenerlas—. Lo único que me tranquilizaba un poco era su voz mientras me cantaba… No he dejado de pensar en lo que pasó esa noche. Usted sabe señora Wagner que no fue un accidente, mi vida la he empeñado en hacer justicia, porque mi madre merece justicia. Estudié todo lo que pude, me esforcé día y noche para llegar a este punto, pero no puedo hacerlo solo, necesito de su ayuda… ¿Usted los vio? —preguntó abriendo los ojos que se encontraban ahogados en lágrimas, el mentón y los labios le temblaban sin control.

—Sí, eran tres… los vi salir corriendo y entrar a un coche… —La mujer dejó libre un lamento y cerró los ojos—.Tuve miedo de salir, también soy culpable… no lo hice hasta que vi el fuego y los vecinos intentado ayudar… perdóname Sébastien —suplicó con la voz cortada por la culpa con la que había cargado durante muchos años. 

Samuel empezó a negar con la cabeza y apretaba los labios contendiendo el llanto.

—No fue su culpa, usted sólo intentaba resguardarse.

—Yo me asomé por la ventana porque escuché unos ruidos, también escuché los gritos, pero preferí pensar que era alguna discusión con tu padre… Fui una cobarde —se lamentó cubriéndose el rostro con las manos.




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