Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 10

Si la mirada color fuego de Samuel tuviese el mismo poder del elemento, Sean Hardey estaría ardiendo en llamas y él disfrutaría al ver como empezarían a formársele ampollas en el cuerpo hasta reventársele.

Escucharlo suplicar por ayuda, clamando a un Dios que simplemente se burlaría al ignorarlo totalmente, pero eso no sucedía, no tenía tanto poder y al único a quien Dios no había escuchado había sido a él.

 El sospechoso se encontraba sentado frente a él, a su lado derecho la hermana y al lado izquierdo, el abogado que el Estado le había otorgado.

 Interponiéndose entre el fiscal 320 y el imputado por homicidio calificado, se encontraba una mesa de acero inoxidable, la cual estaba sumamente fría, y la puerta era custodiada por un agente de policía.

 Frente a Hardey y de espaldas a Samuel, se hallaba la ventana de expiación, la cual a simple vista era un espejo.

 Samuel se aclaró la garganta y se ajustó un poco el nudo de su corbata roja, tratando con esos movimientos estudiados, controlar sus impulsos y ser totalmente profesional.

A su mirada analítica no se le escapaban las evidencias de ese regalo que le había dado meses atrás a Hardey. La cicatriz aún rojiza en el pómulo izquierdo mostraba que había requerido varios puntos de sutura.

Sabía que interrogar a Hardey sería bastante complejo, estaba seguro de que el imputado ya había aprendido en interrogatorios anteriores lo que intentaría hacer con él.

Conocía las tácticas que usaría, por lo que debía ser más astuto y encontrar la manera de que se fuera de la lengua.

—¿Señor Hardey sabe por qué se encuentra detenido? —preguntó y la voz adusta presentaban al fiscal de sangre fría.

—Sí señor, me han dicho que por delitos menores, pero no sé exactamente cuáles —contestó con una falsa inocencia.

 En Samuel la rabia aumentó, por lo que tuvo que apretar la mandíbula, tratando de retener los impulsos de la pantera que luchaba por salir y obligar al fiscal a seguir inmóvil en su lugar.

El hombre le esquivaba la mirada a Samuel para que no sacara ningún tipo de conclusión.

—Hay más que delitos menores —confesó Samuel con las pausas necesarias entre cada palabra—. Y está en todo su derecho de saberlo, le informo que tiene varias causas abiertas por robo, extorsión y posesión de narcóticos… pero esos sólo son pequeños ítems que adornan su expediente. —Con movimientos seguros abrió la carpeta sacando una foto en la que evitó posar la mirada, y la deslizó sobre la mesa de metal—. ¿Conoce a ésta mujer?

—No tiene que contestar —le aconsejó el abogado defensor.

—Tiene que —exigió Samuel cortante a su colega en frente sin dejarle opciones a protestar.

—No… no la conozco su señoría —respondió dubitativo sin mirar al fiscal a los ojos—. No creo haberla visto antes.

—¿Está seguro? Mírela bien, tiene tiempo suficiente, nadie lo está presionando, vamos, concéntrese —instó de manera amable, cuando en realidad sólo quería sacarle la respuesta a golpes.

Sean miraba la fotografía y Samuel pudo ver como tragaba en seco, y el parpadeo duró más de lo normal. En realidad había cerrado los ojos por segundos, tratando de huir del pasado que evidentemente había reconocido.

 ¡Bingo!  Ahí estaba lo que necesitaba. La mujer al lado del hombre también tenía la mirada fija en la fotografía, pero su semblante se encontraba desconcertado, por lo que decidió atacarla a ella. Quería saber hasta dónde sería capaz la mujer de encubrir a su hermano.

—Señorita Hardey —La voz de Samuel captó la atención de la dama—. ¿Usted reconoce a la persona en la fotografía? ¿Podría decirnos si alguna vez la vio con su hermano? —inquirió con su semblante impasible y fijando su mirada en la mujer, quien una vez más le echó un vistazo a la imagen.

—No, señor… Nunca antes la había visto, mi hermano se ha relacionado con algunas mujeres, después de que dejó a su esposa, él… —hablaba paseando la mirada del fiscal al hermano.

—Son temas familiares, dejémoslo fuera del interrogatorio. A la fiscalía no le interesa las relaciones que el señor Hardey tenga o haya tenido, ni las causas para ello, sólo le interesa saber sobre esta mujer en concreto —dijo estirando la mano y apoyó uno de sus dedos índices sobre la fotografía.

—Está bien señor fiscal —murmuró y bajó su mirada a los dedos de sus manos cruzados sobre la mesa, sin nada más que responder.

—Señorita Hardey, ¿sabe por qué está aquí? —preguntó con profesionalismo, obteniendo una vez más la atención de la mujer.

—Sean, dice que necesita mi testimonio señor fiscal —contestó encarando al fiscal.

—Sí, la fiscalía lo necesita. Su hermano asegura que la madrugada del 20 de octubre de 1995, se encontraba en su casa porque no se sentía bien de salud. Cabe destacar que me ha impresionado la habilidad que tiene para recordar de manera tan precisa, un malestar estomacal de hace 18 años atrás, cuando es algo tan común. —La voz del fiscal manifestaba sutil socarronería en sus palabras.

—No lo recuerdo señor, pero si Hardey lo dice, es así. La verdad eso hace mucho tiempo, mi hermano muchas veces va a visitarme. —Le echó un vistazo de reojo a su hermano y regresó la mirada al hombre de ojos rayados en diferentes tonos de marrón casi hasta un amarillo—, y se queda a dormir en casa, podría decir que he perdido la cuenta de las veces que lo ha hecho desde la fecha que ha mencionado, hasta el día de hoy —dijo con total seguridad. Sin embargo, mostraba cierto nerviosismo que no podía ocultar. Ella sabía que su hermano tarde o temprano terminaría metiéndose en serios problemas. 




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