Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 22

Adrenalina pura recorría el cuerpo de Samuel y no encontraba la manera de drenarla. Tenía que mantenerse impasible y ser completamente objetivo, cuando lo único que quería era sacarle a golpes las  palabras que Sean Hardey, Bruce Borden y Brad Borden, no dejaban salir.

Se mantenían en un silencio que provocaba que su sangre se espesara, poniendo al límite su paciencia. Creían que el hecho de no mirarse o no hablar les evitaría que él los acorralara hasta las últimas instancias. Sabía que sólo era cuestión de tiempo. Contaba con pruebas de que sí se conocían. Solamente quería que ellos se lo confirmaran y que dejaran de jugar a los malditos desmemoriados.

—Señor Bruce Borden, mire al señor Sean Hardey, usted dice no conocerlo, ¿está seguro de esa respuesta? —inquirió con voz parca. Aunque quería tratarlos como las ratas que eran, debía mantener el protocolo como fiscal.

Bruce Borden de cabellos claros, piel clara aunque curtida por el poco cuidado con que la trataba y ojos color topacio, desvió la mirada a Sean Hardey quien lo encaró. De eso se trataba el proceso de careo, ponerlo uno frente al otro y que alguno cometiera el mínimo error.

—No recuerdo conocerlo, nunca mantuve una amistad con este hombre como su señoría indica  —dijo con su voz adusta, tratando de ocultar ese nerviosismo que el temblor de sus manos delataba.

—Yo no he hecho ninguna acusación señor Borden. Ese no es mi trabajo, sólo lanzo suposiciones, las cuales toman fuerza. Porque ahora me informa que cree no conocer al señor Hardey, pero en el interrogatorio pasado lo desmintió totalmente.

—Han pasado muchos años desde el incidente del cual me inculpan, y no sé cuántas personas he conocido. Yo sólo digo que me están confundiendo con alguien más —argumentó con la mirada vacilante sobre la actitud pétrea del interrogante.

—Si hemos llegado hasta aquí, es porque no hay confusiones señor Borden. Su identificación y más allá de eso está la prueba de ADN que no deja dudas de que usted es hermano del señor Brad Borden. Supongo que sabe lo que es el ADN y los resultados que podemos obtener —advirtió para que se dejara de estupideces y afrontara la situación; que aceptara que lo tenía agarrado por los huevos y no iba a soltarlo.

—No estoy negando mi parentesco, sé que somos hermanos, sólo niego de los hechos que se me acusan —alegó con un rápido parpadeo.

 —Yo no me lo estoy  inventando. Ojalá fuera así, pero hay pruebas —informó con la mirada fija en cada mínimo gesto que se asomaba en el rostro de Bruce Borden.

Samuel deslizó su mirada inocua, pero al mismo tiempo segura hacia el otro Borden.

—¿Qué tiene usted que decir al respecto señor Brad Borden? —inquirió, mostrándose relajado, tratando de dejar la ansiedad de lado y disfrutar del momento.

—Nada señor fiscal, mi hermano le ha dicho la verdad, no conocemos a este señor —dijo ladeando la cabeza hacia Hardey.

—¿Y usted señor Sean Hardey? —hizo la pregunta y controlaba sus estribos, pasando ligeramente su lengua por la parte interna de su mejilla izquierda.

—Si ellos no me conocen yo mucho menos… sólo quiero irme a mi casa, esta detención es absurda —rebatió con un tono de voz imperioso y Samuel sabía que se debía a los consejos del abogado que se encargaba de defenderlo.

Esas palabras despertaron a la Pantera, pero Samuel inspiró profundo, movió la silla y se levantó con energía, tratando de controlar sus impulsos por golpearlos.

—Bien, ustedes no quieren colaborar y eso únicamente está agravando la situación… —Se dirigió a uno de los extremos del salón de interrogatorio y le quitó el mando que tenía el oficial que se encargaría de reproducir un video. Él no quería designarle esa actividad a nadie más, ansiaba ser el verdugo de esos hijos de puta.

Sin decir una sola palabra la pantalla en el lado lateral izquierdo se encendió, mostrando un vídeo donde estaban los hombres conversando en una esquina; aunque no contasen con el audio, la reproducción de la cámara de seguridad de la calle decía más que cualquier cosa.  

—Bien, ahora ¿quién no conoce a quién? —preguntó dejando que el vídeo corriera, acercándose de nuevo a la mesa y apoyando las palmas de las manos sobre el acero inoxidable, que como de costumbre se encontraba frío, igual a la mirada que él le dedicaba a los sospechosos—. Están obstaculizando a la ley y eso aumenta la pena. Aunque aún están a tiempo de hablar y si lo hacen, lo tomaré en cuenta, podrían ahorrarse varios años de prisión. Sino haremos las cosas por las malas. Yo sé que estaban ahí. Aún no me dicen que estuvieran en esa casa, pero yo sé que sí estaban —Paseaba su mirada brillante por la ira de uno a otro, intimidándoles a ver si de esa manera soltaban prenda—. Sus ojos y sus sonrisas me lo dicen. —Puso finalmente su mirada en Sean, que sonreía satírico ante la acusación del fiscal.

—¿Mis ojos se lo dicen? —inquirió mirando a Samuel directamente a los ojos.

Samuel se abalanzó sobre la mesa y se acercó más al hombre, sin desviarle la mirada y la dejó a escasos centímetros del rostro del asesino. Encontrando el valor para vencer sus más grandes demonios.

—Todo me lo dice —aseguró con dientes apretados—. ¿Qué le sucedió a Elizabeth Garnett? —preguntó con un tono amenazador, sin alejarse un solo centímetro del maldito que se le burlaba en su cara—. Quiero que me diga la verdad, ahora mismo —exigió apoyando con decisión uno de sus dedos índice sobre la mesa de acero inoxidable—. ¿Qué hacía ahí? Si no la asesinó ¿qué hacía ahí?




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