Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 25

La angustia no permitió, que Henry Brockman lograra conciliar el sueño y aunque se vio tentado a poner la denuncia, debía pensar con cabeza fría y hacer las cosas a su manera, ya que Morgana tampoco lo apoyó cuando le pidió ir en busca de su hija.

Sabía que bajo el “Deja que Megan haga su vida” estaba el “Me importa una mierda que se estén follando a Megan” y si a ella no le importaba lo que pudiese pasarle a su hija, a él sí, por lo que salió de su casa más temprano que de costumbre. Debía hacer algo cuanto antes, y no permitir que un Garnett le jodiera la vida a su pequeña.

Sólo tenía que buscar a los contactos adecuados para que lo ayudasen a llevar a cabo su plan de quitar del camino a Thor Garnett. Nadie llegaba así como así a burlarse de Henry Brockman, no lo habían hecho antes, mucho menos lograrían su cometido ahora.

Decidió dejar a su chofer, porque debía cubrirse las espaldas y no podía confiar plenamente en las personas del servicio. 

Mientras conducía, se dejaba arrastrar por la fuerza de sus pensamientos. Alejándose cada vez más de su residencia en busca de la solución drástica, permitiendo que las cavilaciones le robaran la concentración, pasó por alto una señal de tráfico que le indicaba un “Stop” y no contó con la rapidez de sus reflejos para frenar a tiempo.

 El chirrido de los neumáticos sucedió al inevitable golpe contra otro vehículo.

Durante varios segundos la vista se le nubló ante el aturdimiento y el susto. El corazón le saltaba en la garganta y sus manos temblorosas se agarraban al volante. Soltó un suspiro de alivio al darse cuenta de que no había sido nada grave.

El coche blanco con el que había colisionado no mostraba un gran impacto. Sin embargo, decidió bajar para constatar al conductor.

Se acercó rápidamente y se llevó una gran sorpresa al darse cuenta de que era conductora. La mujer elevó la cabeza y evidentemente se encontraba aturdida. Abrió rápidamente la puerta para ayudarla a salir.

—Lo siento… disculpe señora, venía distraído, ha sido mi culpa. ¿Se encuentra bien? —preguntó al ver que la mujer no daba ninguna respuesta.

—Sí, estoy bien… estoy bien, sólo que… no puedo perder el tiempo debo llegar al trabajo, no puedo faltar… —Realmente estaba aturdida, apurada y enfadada—, es usted un irresponsable —dijo clavando su mirada azul en la gris de Henry.

—Es que no vi la señal de stop. No es necesario que esperemos a la policía, yo correré con los gastos, me haré cargo del accidente.

—Si no vio la señal, le recomiendo que vaya urgentemente graduarse la vista —acotó con sarcasmo la mujer rubia que aparentaba unos cuarenta años—. Es lo mínimo que puede hacer señor, después de lo que ha hecho. Acepto el trato porque tengo una reunión muy importante.

—Gracias señora. Deme un minuto por favor —pidió dirigiéndose hacia su coche, y buscó en su maletín que se encontraba en el asiento del copiloto una tarjeta de presentación, esas que tanto le gustaba ofrecer para que supieran que era la cara tras el imperio de la publicidad en el continente americano. Con pasos seguros regresó donde la mujer estaba acariciándose la nuca—. ¿Seguro que se encuentra bien?

—Sí, lo que tengo es un poco de tensión acumulada por el trabajo. No ha sido algo que haya ocasionado el accidente —confesó regalándole una sutil sonrisa a Henry, sintiéndose extrañamente atraída por los labios y por la penetrante mirada del hombre. 

—Entonces deberá tomarse un pequeño descanso… aquí tiene — ofreció tendiéndole la tarjeta. La mujer la recibió fijando la mirada en las manos del hombre—. Yo personalmente me encargaré de recomendarle un taller y por supuesto los gastos correrán por mi cuenta —Henry utilizó ese tono seductor innato, percatándose de que la atractiva mujer no llevaba ninguna alianza de matrimonio, pero sí la tuvo porque tenía una ligera sombra que lo dejaba claro.

—Gracias, para que sepa dónde contactarme —informó cogiendo su bolso del interior del coche. Sacó una tarjetera dorada, consiguió una tarjeta y se la entregó a Henry, quien la recibió quien por instinto  leyó.

—Bien, Constance ha sido un placer. La mayoría de las veces los accidentes son fortuitos y pueden traernos experiencias, malas, agradables, placenteras… muchas. ¿No lo cree? —preguntó con una sonrisa tentadora, mirándola con intensidad.

—Estoy completamente de acuerdo Henry —Se tomó el atrevimiento de llamarlo por su nombre, ya que él lo había hecho primero y no quería ocultar que el hombre le parecía realmente interesante—. Debo retomar mi camino, o no llegaré a tiempo a la reunión concertada.

—No quiero seguir retrasándote, sólo dame día, hora y dirección para buscar el coche y enviarlo al taller —Henry siguió tuteándola

—Llámame esta tarde y lo acordaremos.

—Me parece perfecto, una vez más pido disculpas —suplicó mostrándose apenado. 

—No hay nada que disculpar, a veces podemos tener muchas cosas en el cabeza… espero tu llamada —dijo subiendo al coche y para suerte de la mujer encendió a la primera. Al parecer el golpe sólo había sido superficial, una mínima abolladura y arañazo en la pintura.

—Buen día, Constance —deseó ayudándole a cerrar la puerta del vehículo, acercándose seductoramente hacia ella.  




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