Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 29

Rachell en un intento por adoptar una posición más cómoda, encontrándose en medio del sueño, sintió el calor que el cuerpo pegado al de ella le daba. Habría saltado de la cama, si el perfume de Samuel no le hubiese hecho saber que era él a quien tenía detrás, que cómo su mano derecha le agarraba al pecho izquierdo. No sabía qué pensar. Era algo que no esperaba, no suponía que debía ser la reacción de él.

De lo que sí estaba totalmente segura, era que no quería enfrentarlo por el momento. No estaba preparada para dar explicaciones, apenas intentaba asimilar que todo se le había ido a la mierda.

Con mucho cuidado retiró la mano y se incorporó, apenas volvió medio cuerpo y lo vio dormido, despertando en ella esa sensación de ternura y deseo que él provocaba.

Las ganas de llorar subieron a su garganta y la solución más inteligente sería largarse en ese preciso momento, llevándose ese recuerdo de él. Al menos hasta que encontrase el valor para hacerse a la idea del duro juicio que estaba segura, Samuel le haría.

Por razones de menos peso, había dudado de ella y la había herido gritándole a la cara lo que pensaba. En ese entonces tenía cómo defenderse, porque no sentía en el pecho la intensidad de la angustia que la invadía en el instante. No se había involucrado hasta tal punto con él. Apenas estaban conociéndose y a esta altura la conocía más de lo permitido.

Se levantó de la cama y cogió los zapatos que estaban tirados en el suelo, con pasos silenciosos se dirigió a la puerta y desde ahí le dedicó una última mirada. Abrió y salió, en la sala estaba Oscar dormido en el sofá con el televisor encendido. 

Tratando de no despertarlo, cogió su bolso y el móvil que se encontraban en la mesa de centro, evitando hasta respirar para que Oscar no la sintiera.

Con total éxito abandonó el apartamento. Al entrar en el ascensor se puso los zapatos y llamó a un taxi, pero la línea estaba ocupada; sin embargo, no era razón para que desistiera de marcharse del lugar.

Al llegar a la planta baja, con toda la vergüenza del mundo, porque eran las cuatros menos diez de la madrugada, llamó a conserjería para que le hicieran el favor de abrir. Para ella era más seguro esperar afuera a que pasara un taxi disponible.

Samuel despertó encontrándose solo en la cama, apenas se desprendió del aturdimiento, se levantó rápidamente, su intuición lo mantenía alerta, sin coger la chaqueta ni mucho menos calzarse se dirigió a la sala donde Oscar seguía dormido. Con su mirada recorrió rápidamente el apartamento y no vio las cosas de Rachell que estaban encima de la mesa.

Sin avisar a Oscar salió del apartamento, corrió hasta el ascensor y desgraciadamente la paciencia no era una de sus virtudes, por lo que no pudo evitar maldecir un par de veces al ascensor que no aparecía. Estaba a punto de desistir y bajar por las escaleras, cuando en ese momento el timbre de llegada lo alertó. Entró y marcó planta baja. Para él era el ascensor más lento al que alguna vez hubiese subido o tal vez los segundos empezaban a hacerse eternos.

Cuando por fin las puertas se abrieron, corrió hasta la salida y a través de los paneles de cristal  vio a Rachell sentada en la acera. Sintió que algo muy pesado lo abandonaba.

El conserje apenas regresaba a  su cama cuando alguien más osó por llamar.

—Disculpe puede abrirme —pidió Samuel, apenas el hombre se asomaba con la puerta a medio abrir, al mantener pasada la cadena de seguridad.

El hombre asintió en silencio. Cerró la puerta y segundos después Samuel escuchaba que abrían la puerta. Corrió a la salida y Rachell escuchó también cuando las puertas principales del edificio se abrían. Volvió medio cuerpo y vio al chico correr hacia ella.

Rachell no podía comprender esa ansiedad por alejarse de él. No quería hablarle, ni siquiera mirarlo. Por lo que inmediatamente se puso de pie y empezó a caminar tan rápido como podía.

—¡Rachell párate ahí! —ordenó Samuel sin detenerse, pero ella no atendía a la petición de él.

En su cabeza se forjaba la cobarde idea de correr, pero antes de que pudiese intentarlo Samuel la sostuvo por el brazo a la altura del codo.

—¿Por qué huyes? —preguntó con la voz agitada y sentía el aire frío quemarle los pulmones y sofocarle la garganta.

—No estoy huyendo —dijo al fin rindiéndose y dejando que él la girara para mirarlo a la cara—. Sólo voy a volver a mi apartamento.

Nunca en su vida había sentido esa dificultad para hablar o mirar a alguien y estaba mirando a la cara de Samuel, pero le evitaba los ojos. Y al mismo tiempo se alentaba a parecer normal y no sentirse avergonzada, ni mucho menos intimidada por él. Necesitaba recuperar su orgullo a como diese lugar, para estar preparada y contraatacar si era preciso. 

—¿A esta hora?  ¿Y caminado? —preguntó elevando una de las cejas con vacilación.

—En realidad no iba a regresar caminando. Estoy esperando un taxi —dijo ladeando la cabeza hacia la calle y fijando la mirada en la luz de la lámpara de la farola al otro lado, agarró una bocanada de aire y se infundió valor para mirar una vez más a Samuel.

Y no encontraba palabras, no había un tema de conversación, no uno que ella pudiese entablar porque sólo quería borrar el maldito instante en el que ese vídeo la expuso de la peor manera y ante todo el mundo.




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