Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 30

Sophia despertaba poco a poco, y el dolor en la nuca la traía a la realidad. No pudo evitar soltar un jadeo y tocarse la zona dolorida, intentado darse un masaje que menguara el entumecimiento.

Mentalmente se alentaba a que la próxima vez que tuviese algún encuentro con Reinhard iba a tener a mano cualquier tipo de relajante muscular, porque después de tener sexo y experimentar los orgasmos que el hombre le ayudaba a alcanzar, era seguro el bendito dolor en la nuca. La primera vez pensó que sería alguna mala postura, pero había comprobado que era esa manera de ella al arquearse al momento de sentir que su alma abandonaba el cuerpo.

Elevó el torso y el dolor se intensificó e involuntariamente el ceño se le frunció y un nuevo jadeo se le escapó. Movió de un lado a otro la cabeza, tratando de relajar los músculos, mientras los ventanales le mostraban la ciudad a pleno día.

Volvió la mirada al frente y pudo ver todas sus cosas sobre uno de los sofás, estaba su ropa perfectamente doblaba, los zapatos sobre la alfombra frente al sofá y en la mesa de centro su bolso.

Se encontraba sola en la inmensa habitación y se llenaba de la sensación de infinidad que los cristales que hacían de pared le daban. Salió de la cama y se dirigió hasta donde se encontraba su bolso. Buscó su móvil y apenas tenía batería para una llamada. Revisó y tenía siete llamadas perdidas de Rachell.

No pudo evitar que la angustia la asaltara, unido a la culpabilidad.

—Mi amiga, en su peor momento y yo pasándolo bomba, follando toda la noche… Definitivamente soy la peor amiga ¡soy una cabrona! —Se recriminó en voz baja y caminaba de regreso a la cama en la cual se sentó al borde, con la mirada a la Gran Manzana.

Remarcó a Rachell y pedía al cielo que la batería le alcanzara para comunicarse y saber cómo se encontraba. Después de dos intentos le escuchaba la voz y sabía que la había despertado.

—Loca ¿cómo estás? —preguntó y en su voz vibraba la culpa.

—Bien, estaba dormida… —reveló al otro lado Rachell, tratando de quitarse la pierna de Samuel de encima.

—Siento haberte despertado, seguro no habías dormido en toda la noche, ¿estás con Oscar? —preguntó y observaba sus rodillas enrojecidas, sabía que se debía a una de las tantas posiciones que había adoptado durante la madrugada.

—No, ya estoy en mi apartamento… No te preocupes yo dormí toda la noche. Oscar me preparó una tila y dormí, te estuve llamando ¿dónde estás metida? ¿Estás bien? —indagó y en el preciso momento volvía a llenarse de preocupación por Sophia.

—Sí, estoy bien —Se limitó sólo a decir eso. No iba a confesarle que había pasado la noche con Reinhard, mientras que ella seguramente había estado llorando por la putada que el hijo de puta de Brockman le había hecho—. Samuel fue a buscarte, ¿cómo se portó?

—Como no me lo esperaba, pero después te cuento sobre eso —dijo repasando con uno de sus dedos índices los labios de Samuel y posándolo en el centro de los labios para que guardara silencio. Él acababa de despertarse y ella se perdía encantada en la mirada casi transparente de él.  El color de sus ojos esa mañana era miel con vetas amarillas como las de un felino.

En ese momento Sophia sintió el peso de Reinhard en la cama y cerró los ojos suplicando al cielo que no le diese por hablar; no obstante, no pudo contener el suspiro que revoloteó en su pecho y terminó escapándose cuando él empezó a besarle los hombros y una de las manos se deslizaba por su abdomen hacia el sur de su cuerpo.

«¡Dios! ¿Con qué se alimenta este hombre?» se preguntó mentalmente y no podía mantener las piernas cerradas, cuando Reinhard se destacaba con los dedos.

—Te tengo que dejar, no tengo batería, pero en un rato te llamo de nuevo, ¿Rach segura que estás bien? —Sophia sabía que sería imposible seguir conversando cuando la excitación iba en aumento.

Rachell, sin soltar el teléfono se sentaba a horcajadas encima de Samuel. Apoyó las manos en el pecho de él y el aparato lo aseguró entre el hombro y la cabeza al ladearla. Empezó una sensual danza con su pelvis de atrás hacia adelante, dándole los buenos días al dormilón que se acoplaba entre sus pliegues, pero que empezaba a calentarse con la fricción que ella le daba.

Nada más excitante que la gran sonrisa de él ante la osadía de ella y empezaba a acariciarle los muslos, tomando participación en la aventura. 

—No te preocupes Sophie, te aseguro que estoy bien, esperaré tu llamada —le informó y elevó la cabeza cerrando los ojos para sentir plenamente los latidos de esa erección que estaba provocando.

—Te quiero —chilló Sophia al otro lado, y se mordía el labio inferior para contener el jadeo que Reinhard le arrancaba, al deslizar sus dedos entre sus pliegues que empezaban a humedecerse.  

—Yo también, loca —No podía contener la sonrisa de satisfacción que se apoderaba de sus labios, al sentir cómo las manos de Samuel se apoderaban de sus pechos. 

Ambas finalizaron la llamada al mismo tiempo y lanzaron los teléfonos donde no pudiesen estorbar, para darse a la tarea de vivir a pleno el placer de la mano de los hombres Garnett.

Reinhard y Sophia después de un reconfortante baño, cubrían sus cuerpos con sus ropas. La chica desistió de ponerse las medias al percatarse de que estaban manchadas a consecuencia de habérselas dejado puestas la noche anterior mientras tenía sexo. Las enrolló y las guardó en su bolso. Rebuscó para empolvarse un poco la cara porque odiaba tener la cara lavada y exponer más las pecas. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.