Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 39

Una excelente sesión de sexo, una fumada post orgásmica y perderse en la mirada de Rachell, eran la combinación perfecta para relajarse completamente después de un extenuante día de trabajo en el cual muchas emociones se vieron afectadas.

Se encontraban frente a frente. Rachell con las piernas por encima de los muslos de Samuel y él con la espalda pegada a la cabecera, mientras jugaba con el humo del cigarrillo. Al hacer una cascada irlandesa, fijaba su mirada con agudeza en los ojos de ella, tratando de descubrir qué era ese algo que escondía en su mirada, algo de lo que tal vez ni siquiera ella era consciente.

Era algo que no cualquiera podía ver. No al menos que se desviviera por querer entenderla. Estaba ahí, a simple vista, pero hermosamente oculto en el color de sus ojos.

—¿Cómo lo haces? —preguntó ella al ver lo que hacía Samuel con el humo del cigarrillo.

—Con práctica. —Tendió la mano y como un niño curioso le agarró uno de los pezones y se lo pellizcó suavemente. Ella le devolvió el ataque en una de las tetillas—. ¿No te gusta qué lo haga?

—Sólo que es fascinante… No me molesta que lo hagas, me da igual si fumas. Aunque no sé qué sientes al hacerlo después de que follemos.

—Se siente bien, complementa la tranquilidad que produce el éxtasis. Un cigarro es necesario mientras el ritmo cardiaco reduce la velocidad. —Le dio una nueva calada, retuvo el humo el tiempo que quiso y después elevó la cabeza para soltarlo lentamente—. Tal vez es la misma necesidad que sientes tú por hablar después de follar, se te suelta más la lengua. —Le guiñó un ojo con travesura.

—¿Estás queriendo decir que hablo demasiado? Está bien no lo haré más, ahora me voy a dormir.  

—¿Acaso he dicho que no me gusta? —inquirió y le tomó con la mano libre la barbilla—. Me gusta que lo hagas, me gusta escucharte y como se ve tu cuerpo después de haber recibido mis besos y caricias,  lo traslucido de mi sudor en tu piel, así que vamos ¡habla! —La instó con energía y ella no pudo evitar reír.

—Un momento —dijo y se abalanzó sobre la mesita de noche y cogió su teléfono móvil. Giró medio cuerpo y se dejó caer acostada sobre uno de los muslos de Samuel, con su cara tan cerca de su polla que podía percibir fácilmente el olor mezclado de los fluidos de los dos—. Voy a twittear algo.

—¿Ahora? —No pudo evitar el asombro en su pregunta—. ¿En serio? No me jodas Rach.

—Solo serán unos segundos —dijo y enfocó el teléfono a un palmo de su cara, justo al lado izquierdo del bajo vientre de Samuel, casi en la cadera y le hizo un close up con la cámara a un par de lunares que tenía, unos solitarios hermosos y muy marcados.

—Ahora te ha dado por ponerme en la red, cuando no es el culo, es el mágnum 500… ¿acaso me estás promocionando en una red de trata de personas? —Le tomó el rostro con la mano libre para que lo mirara a los ojos.

—No te he fotografiado el… Deja ya lo de la magnum sólo fue un decir, no era para que te lo creyeras —hablaba mientras posteaba su pequeña obra de arte.

—Pero me lo he creído, ya no puedo cambiarlo. Es tu culpa por bautizarlo. —Le dio una última bocanada a su cigarrillo, retuvo el humo y lo apagó en el cenicero que se encontraba sobre la mesa de al lado. Acunó el rostro de Rachell entre sus manos y se dobló, pegó su boca  a la de ella y le soltó el humo, dejándolo dentro de la boca femenina, que no supo retenerlo, para expulsarlo luego.

No le dio un ataque de tos, sólo sintió la calidez del humo en su boca y el ligero sabor a nicotina.

—Necesito práctica para eso, si no avisas antes… —Intentaba hablar, pero él intervino.

—No me gusta avisar, para qué ponerte sobre aviso. Las mejores cosas de la vida nos toman por sorpresa... —Le acarició una de las mejillas con los nudillos, mientras que con la mano que había apagado el cigarrillo, cogía el iPhone, porque la curiosidad lo estaba matando y no quería perder tiempo para enterarse qué era lo que Rachell había posteado en la red.

Entró a su cuenta personal y ella lo había nombrado por lo que dio rápidamente con la imagen  y aunque intentó no sonreír, no pudo evitarlo al ver el anunciado.  “Mi pequeña obra de arte”

Su incontrolable instinto lo llevó a acercarse a ella y depositarle un beso en la frente y otro en la punta de la nariz. 

—Ahora es mi turno —murmuró contra los labios de Rachell. Activo la cámara de su teléfono móvil y enfocó únicamente el ombligo de su mujer y lo capturó en una fotografía.

—Déjame verla antes —pidió Rachell.

—No… nada de eso —dijo con encantadora determinación y se dispuso a postearlo, sin olvidar nombrarla a ella.

Rachell cogió su teléfono y revisó rápidamente. Su orgullo llegó al punto más alto, casi le daba la sensación de que explotaría de felicidad al leer el enunciado de la fotografía. “Quien no se pierda en el ombligo de ésta mujer, es porque no sabe nada de arte”

Giró sobre su cuerpo y no pudo resistirse a darle un beso en los lunares a su fiscal; él le colocó la mano en la cabeza para alejarla mientras una carcajada varonil hacía eco la habitación.

—No lo hagas —pidió tratando de controlar el escalofrío que lo recorrió todo y le erizó cada vello.




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