Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 41

Nota: el siguiente capítulo contiene escenas fuertes, contenido violento y sexual: leer bajo tu total responsabilidad. 

 

“La muerte se lleva todo lo que no fue, pero nosotros nos quedamos con lo que tuvimos”

Mario Rojzman

 

El cielo gris daba la sensación de casi besar la tierra y por poco posarse con su tristeza sobre los árboles que se pintaban con los colores del otoño.

Las hojas moribundas se mecían al compás que el viento marcaba, creando un murmullo que acompañaba esa soledad en la cual se encontraba Samuel.

Sentado sobre la fría hierba trataba de perder su mirada en las aguas del río Hudson, pero el velo de su pasado le impedía ver más allá.

La naturaleza con su paradójica belleza, no ayudaba a que el dolor en su pecho se consumiera. Que tanta rabia e impotencia disminuyera. Había perdido la cuenta de los porqués que lo habían acompañado durante tanto tiempo y aunque intentara no reincidir en el doloroso pasado, éste lo torturaba arrastrándolo a ese fatídico momento en que todo cambió.

 

Flash Back.

 

—Um sarda, dois sardas, três sardas, quatro sardas, cinco sardas, seis sardas, sete sardas, oito sardas… —Elizabeth contaba en portugués, una a una las pecas en la nariz de su pequeño hijo Sébastien, quien trataba de contar en el idioma de su madre.

—¿Hoy vendrá papi? —preguntó, ante la falta que empezaba a hacerle su padre, quien poco a poco se había distanciado del hogar, y la única respuesta que le habían dado era que tenía mucho trabajo.

—Sí, no debe tardar —contestó su madre con esa hermosa y tierna sonrisa. Estaba enamorado de ella y lo sabía.

—¿Y le dirás lo de mi hermanito? —curioseó desviando la mirada a la ecografía que estaba pegada en la puerta del frigorífico.

—Será una sorpresa, quiero que lo vea. Así que debes guardar el secreto. ¿Guardaremos el secreto? —pidió y pasó por sus labios la punta de sus dedos índice y pulgar imitando el cierre de su boca y Sébastien sonriente la imitó.

—¿Cuánto tiempo falta para que llegue mi hermano? —preguntó sin poder estar callado por mucho tiempo.

—En unos meses, primero debe crecer un poco, pero aún no sé si será un hermanito o una hermanita —confesó acariciándole el pelo.

—Yo quiero un hermanito, para jugar con él.  —Su madre le hizo una mueca de tristeza de esas que ella le regalaba para que aceptara opciones—. Está bien, si es una hermanita también la voy a querer… ¿se podrá llamar Campeón?

—No —dijo al tiempo que una carcajada hacía eco en la modesta cocina—. Eso no es un nombre.

—Entonces se llamará… —En ese momento vio a su padre atravesar el umbral de la entrada a la cocina y se llevó rápidamente las manos a la boca y se la tapó, para que no saliera ni una sola palabra más, sus ojos hasta el momento más grises que ámbar expresaban la felicidad de ver al hombre llegar y corrió hasta él.

—¿Y eso? ¿No le das un beso a tu padre? —preguntó Henry emocionado al ver a su hijo, después de haber estado dos días fuera de casa.

Sébastien asintió en silencio con energía y se descubrió la boca. Con sus manos libres, pudo abrazar el cuello de su padre y le dio varios besos y cada corta carcajada que él le regalaba demostraba que le gustaba recibir afecto por parte de su hijo, elevándolo del suelo y tomándolo.

—Mami te tiene una sorpresa. —La espontaneidad en el niño era imposible de retener, pero él sabía hasta qué punto delatar el secreto de su madre.

—Y yo le tengo un regalo al niño más listo que cumple años en un par de días, ¿conoces a ese niño? —preguntó mirándolo a los ojos y le dejaba caer otro beso en la mejilla.

—Sí —expuso emocionado—. Ese soy yo.

—Muéstrame cuántos cumples —pidió y el niño rápidamente creó la cifra con los dedos de sus manos—. Bien, muy bien… ahora ve a ver que te trajo papi. —Lo colocó en el suelo y le revolvió el pelo.

—¡Te quiero papi! —dijo emocionado aún sin saber cuál era ese regalo.

—Yo también Sébas. Te quiero hijo —expresó sus sentimientos mirándolo a los ojos—. Ahora ve a buscar tu regalo —dijo con picardía.

Antes de salir corriendo de la cocina en busca de ese regalo de cumpleaños que se había anticipado. Escuchó cuando su madre le preguntaba a su padre “¿Por qué le traes el regalo hoy?” Y él no dio respuesta, sólo se acercó y le dio un beso en los labios al cual ella correspondió.

En la entrada estaba la bicicleta que tanto había deseado, con un gran lazo azul. La felicidad que lo embargó fue tanta que no pudo evitar subirse y conducirla, apenas creyendo que por fin tenía su propia bicicleta y no tenía que esperar a que su amigo Arnold, quisiera prestársela.

Emocionado y con las ilusiones desbordándose condujo hasta la cocina para que sus padres lo vieran, pero al parecer el único feliz era él, porque en el momento en que entró al lugar vio a su padre sentado frente a su madre. Él le agarraba las manos, pero ella rompió el agarre.




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