Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 44

El frío se le metía por los pies obligándola a salir del placentero sueño en el que se encontraba, sentía los párpados demasiado pesados como para abrirlos de golpe y su cuerpo extrañaba el calor que el cuerpo de Samuel le daba. No quería salir de la cama para colocarse unos calcetines, sólo quería quedarse ahí y que la pereza la consumiera.

Sintió un ligero movimiento en la cama, y supuso que sería Samuel que estaba a su espalda. Giró sobre su cuerpo y abrió los ojos. Él estaba sentado al borde de la cama, con la mirada hacia el central Park.

Le extrañó en exceso que las persianas no estuviesen cubriendo el ventanal. La habitación se encontraba en penumbra, se había quedado dormida y no se había dado cuenta en qué momento lo había hecho.

Ella se mantuvo en silencio admirando lo hermoso que se veía Samuel iluminado por la luz de la luna que se colaba por el ventanal. Se obligaba a aguantarse las ganas de acariciarlo para no romper el hechizo que la noche creaba en él.

Él colocó sobre la mesita de noche la botella de agua que ella había llevado, dejándola por la mitad y no pudo evitar sentir celos del vital líquido, que aplacaba la sed en él.

En ese momento quería ser la encargada de saciar todas las necesidades en Samuel, así como él saciaba las más primitivas en ella, como esa que empezaba a latir entre sus muslos. Cada latido la instaba a que se acercara y lo instara a que la hiciera sentir una vez más que era perfecto.

En ese momento Samuel abrió el cajón en la mesita de noche y colocó dentro un recipiente que ella no pudo ver, pero sí escuchó el característico sonido que producen las pastillas dentro de un frasco plástico.

No pudo evitar sentir un gran vacío en el estómago y todo indicio de sueño y frío desaparecieron abruptamente.

—Sam. —El nombre de él se le escapó en un murmullo que no pudo retener.

Él inmediatamente giró medio cuerpo y ella pudo ver a media luz que se obligaba a sonreír. Se acostó y la abrazó.

—¿Qué haces despierta? —preguntó y le dio un beso tierno la coronilla.

—¿Y tú qué haces despierto? —Evadió la respuesta con una pregunta y pegaba su cara al pecho de él, aspirando profundamente el olor natural de Samuel mezclado con el gel de baño.

—Tenía sed, ahora vuelve a dormir —le pidió en un susurro y la estrechaba con calidez entre sus brazos.

—Sam —musitó una vez más el nombre de él y con las yemas de sus dedos le acariciaba el pecho.

—Uhm.

—¿Estás bien? —preguntó sin poder evitarlo.

Los latidos del corazón alterado se lo pedían y un escalofrío recorrió su cuerpo causándole un ligero estremecimiento involuntario, al pensar que una vez más su pesadilla podría cobrar vida.

—Mejor que nunca… —mintió descaradamente, pero Rachell era la última persona en el mundo que debía enterarse de los tormentos que lo perseguían—, ¿tienes frío? —Samuel se percató del sutil temblor en el cuerpo de Rachell.

—Sólo un poco, olvidé colocarme los calcetines —acotó y por instinto llevó sus pies a las pantorrillas de Samuel y él soltó una carcajada al sentir los dedos fríos de Rachell. 

—Están helados. —Sin dejar de sonreír, estiró el brazo y agarró el edredón, le dio un par de tirones para sacarlo debajo del cuerpo de la chica y la cubrió—. ¿Mejor así? —preguntó y le dio un beso en la frente.

—Mejor,  todavía siento los dedos dormidos. Espero entren en calor rápido —dijo agarrándose a los costados de Samuel, intercalando sus dedos de las manos entre los espacios de las costillas de él.

—Dame un minuto —pidió él, dejó de abrazarla e hizo a un lado el edredón. Salió de la cama ante la mirada desconcertada de Rachell y se perdió en el vestidor, el cual se iluminó a los segundos y la luz colaba en la habitación. 

Regresó y se subió a la cama por la parte del pie de cama. Se sentó sobre sus talones.

—¿Qué haces? —preguntó ella divertida.

—Seguro que estos calcetines te están grandes, pero al menos ayudaran a que no sientas tanto frío —le hizo saber mostrándole una bola de lana negra. 

Rachell se carcajeó, pero también sintió unas ganas enormes de comérselo a besos. Nada más tierno que su fiscal, hermoso, maravilloso y extraordinario ser que se escondía tras esa cara de pocos amigos. Quien lo viera jamás podría deducir la calidad humana que se escondía tras esa inmutable fachada.

Samuel subió el edredón y se encontró con los pies de Rachell en medio de sus muslos, agarró uno y estaba realmente gélido, lo presionó con sus manos y ella jadeó ante la cálida sensación que erradicaba el frío. Él agarró el otro y los juntó y los hizo descansar sobre su pecho, ella podía sentir los calmados latidos del corazón de Samuel contra la planta de sus pies.

Y él frotaba la parte superior con las manos, agarró uno y lo elevó, empezó a darle tiernos besos en cada una de las yemas de los dedos.

Rachell sentía adoración en cada beso y sin embargo, cierta parte en ella sabía que Samuel hacía todo eso con el único objetivo de que olvidara lo que había visto. Pero lo que él no sabía era que eso sería imposible, así como sería imposible poder controlar el miedo que se despertó en ella al verlo medicándose.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.