Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 47

Samuel necesitaba borrar de su cabeza la imagen de Thor y Megan follando en el gimnasio. Aprovechó que estaba vestido para ejercitarse y sólo fue hasta su habitación y buscó una sudadera la cual era en color verde selva con el escudo del CBF (Confederación Brasileña de Fútbol) al lado izquierdo a la altura del pecho bordada en amarillo, con la cremallera en el mismo color. 

Se colocó  la prenda y cerró la cremallera hasta la barbilla. Salió del apartamento, cruzó la calle corriendo y se fue a correr al Central Park. Necesitaba consumir energías en la actividad y no regresar a matar a Thor, era algo que no podía controlar, no podía evitar sentir esa sensación cuando se trataba de Megan.

Rachell se encontraba en medio del cuadrilátero, sentada en el banco de descanso mientras Víctor le vendaba las manos con la mirada fija en sus ojos, y no en lo que hacía, pero vendarle las manos no era algo que requeriría su total atención. Ya lo hacía de manera automática, después de años llevando a cabo la misma actividad.

Ella le esquivaba la mirada  posándola en  como él enrollaba la venda blanca alrededor de la mano izquierda, despertándole los nervios por la manera en que la tocaba.

Era incómodo tener la certeza de los sentimientos que embargaban a su instructor. No consideraba a Víctor una conquista más, él era su amigo.

Necesitaba ocupar sus pensamientos en otra cosa que no fuese el enamoramiento que Víctor sentía por ella, por lo que prefirió susurrar el coro del tema que retumbaba en el lugar. Usaban la música muy alta para atenuar el sonido de las prácticas en el gimnasio.

Recurrir al canto fue lo peor que pudo hacer, porque Víctor la tomó por las manos y prácticamente la obligó a ponerse en pie. Él empezó a bordearla y con gestos de sus manos y su sonrisa espontánea la invitaba a continuar.

Rachell dudó un poco, pero ante el entusiasmo de su entrenador continuó, ya que no veía nada de malo en compartir ese alegre momento con él.

Víctor la bordeó y empezó seguir la voz de Eminen, pero era él, quien quería dedicarle a Rachell ese fragmento del tema.

—Alguna vez has amado a alguien tanto, que apenas puedes respirar cuando estás a su lado. Lo conoces y no sabes cuál de los dos los golpeó, tienes ese sentimiento raro y caliente. Sí, solías sentir esos escalofríos… —Él siguió el tema y Rachell sonreía esperando su momento para seguir con el coro.

Admitía que disfrutaba el momento y que le gustaba compartir con Víctor, porque su manera de rapear era admirable.

A Rachell el coro del tema se le enredó en la garganta y no pudo emular una palabra más, al ver a Samuel parado al lado de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. Su semblante era hermético, pero sus ojos brillaban y ella sabía que era porque intentaba ocultar su cabreo.

Trató de fingir una sonrisa y no evidenciar delante de los presentes, que se encontraba aturdida por el incómodo momento en el que Samuel irrumpía de manera inesperada en el lugar, tomándola por sorpresa mientras compartía tan animadamente con su instructor.

—Disculpa, Víctor —le pidió tiempo al boricua, quien le guiñó un ojo concediéndole amablemente el permiso.

Rachell separó las cuerdas del ring haciéndose espacio y de un salto bajó del cuadrilátero,  corriendo  acortó la distancia que la separaba de Samuel, que la miraba intensamente como si quisiera  atravesarla.

—Hola —saludó, mientras sus pupilas se movían rápidamente sobre el pétreo rostro de su fiscal, buscando desesperadamente alguna evidencia de disgusto en la mirada ámbar.

—Hola —masculló con voz inquebrantable, y en un movimiento estudiado se descruzó de brazos para llevarse las manos a las caderas, adoptando una posición de exigencia.

—¡Qué sorpresa! Nunca esperé que vinieras a verme —le dijo sonriente, pero la verdad era que una extraña sensación de incomodidad le invadía el pecho ante la situación.

—Evidentemente no lo esperabas, y tu amigo Víctor tampoco —Su voz demostró un tono despectivo al nombrar al instructor—. ¿No vas a besarme? O tengo que rapear para que lo hagas —condicionó buscando respuesta en los ojos de Rachell.

 Sentía el pecho a punto de explotar entre el fuego que se le extendía por dentro y los latidos descontrolados de su corazón que retumbaban dolorosamente. Sólo Dios sabía que estaba poniendo demasiado de su parte para no subir al ring de boxeo y hacerle tragar todos los dientes al instructor. Por haberse atrevido a revolotear alrededor de su mujer, sin disimular por un instante las ganas que le tenía. 

—Cuida tus palabras Samuel, no vayas a cagarla —le advirtió indignada y sorprendida—. No he hecho nada malo y no vas a hacerme sentir mal con lo que digas —Se defendió inmediatamente, mirándolo con los ojos muy abiertos.

Él sabía que estaba comportándose como un estúpido inseguro y no podía evitarlo. Era algo que lo hacía actuar espontáneamente y no le permitía conectar el cerebro a la lengua, sobre lo único que tenía poder, era sobre las ganas de destruir al hombre que osaba seducir a Rachell.

—No he dicho que hayas estado haciendo algo malo —murmuró y recorrió fugazmente con su mirada el lugar, encontrándose más de un par de ojos sobre ellos, los cuales trataron de disimular la intrusión—. Sé que ese tipo no es un delincuente, pero eso no lo convierte en santo y te tiene ganas Rach y yo… —Se detuvo de golpe, porque eran palabras que se rehusaban a salir de su boca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.