Dulces Mentiras, Amargas Verdades: Decisiones (libro 3)

CAPÍTULO 49

Las puertas del ascensor que daban acceso directo al apartamento de Rachell, se abrieron y Sophia entró, encontrándose con un montón de hojas arrugadas en la alfombra divisando detrás del sofá la cabellera negra de su amiga.

—¿Qué haces ahí? —preguntó al ver a Rachell sentada en la alfombra con las piernas cruzadas y el block de diseños en las manos con un boceto a medias.

—Te dije que estaba buscando un poco de inspiración, pero no importa el lugar que elija, no logro crear un maldito diseño —dijo totalmente frustrada.

—Es que te estás presionando demasiado, ya te lo he dicho —Sophia dejó caer su bolso sobre el sofá y se sentó sobre sus talones frente a Rachell—. Estoy segura que esta noche lograremos algo.

—Eso espero Sophie, hoy he tenido una dieta a base de bebidas energéticas para no dormir esta noche. Me faltan tan sólo tres diseños para terminar la colección y ahora todo es más difícil.

—Tranquila Rach, mañana cuando pasemos por el taller y veas los primeros diseños confeccionados seguro sabrás, que todo esto vale la pena, de verdad que son maravillosos.

—Sólo lo dices porque eres mi amiga y no quieres herir mis sentimientos —dijo haciendo un puchero, como si fuese una niña.

—No, no seas tonta… en serio digo que cada prenda que has diseñado es magnífica. Sé que estás nerviosa, no es para menos después de lo que pasó en el Fashion Week, pero debes encontrar una vez más esa seguridad que te caracteriza —La alentó con un fuerte abrazo.

—Es que éste no es mi campo, nunca en mis planes estuvo diseñar lencería…

—Recuerda que siempre te he dicho que para todo hay una primera vez, y debes lanzarte con todo… a todo riesgo —instó Sophia.

—A todo riesgo —repitió Rachell tratando de convencerse a sí misma y rompió el abrazo.

—Como por ejemplo lo que voy a hacer ahora —le advirtió colocándole las manos sobre los hombros a Rachell y la miró a los ojos—.Voy comer a todo riesgo porque tengo tanta hambre que me comería a mí misma —Guiñó un ojo y se puso de pie.

—¡Ay por Dios! —exclamó Rachell alarmada y colocó sobre la alfombra el block de dibujo y el lápiz, justo al lado donde estaban algunos de sus utensilios de proyecto—. Olvidé cocinar, Sophie lo siento, no te he guardado cena —Se puso de pie como si fuese un muelle.

—No te preocupes, así preparo lo que quiera —Se puso de pie e inició su andar hacia la cocina—. Porque verdaderamente, prefiero cocinar y no comer lo que preparas. Gracias al cielo decidiste ser diseñadora de modas y no chef, porque ahí sí que te mueres pobre.

—¿Estás insinuando que no sé cocinar?  —inquirió llevándose las manos a las caderas y con la incredulidad bailando en su rostro.

—Cocinar sabes —aceptó Sophia mientras rebuscaba en el frigorífico y Rachell acortaba la distancia que ella había puesto entre ambas—. Sólo que se te da fatal —dijo conteniendo la carcajada, pero se le escapaban risitas.

Rachell abrió y cerró la boca, sintiéndose ofendida por las críticas a sus dotes culinarios. Pero ella no era de las que se dejaba vencer.

—Pues para tu información no cocino tan mal… A Samuel le gusta lo que cocino  —le comunicó con supremacía—. Es un hombre y ellos tienen los gustos más exigentes…

Rachell trataba de dar una conclusión precisa de los gustos de Samuel y decirle que no sólo a él le gustaba su comida, sino que también a Thor, pero la carcajada de su amiga irrumpió estrepitosamente en el apartamento.

—El fiscal está enamorado… ese que se come un muerto sazonado por ti y te dirá que le sabe a gloria —Se detuvo ante las carcajadas que no podía retener—. Todo lo que provenga de ti es como manjar de los dioses para él.

Rachell se llevó la mano a la cabeza y se rascó la coronilla, ante el golpe bajo de su amiga,  y no pudo evitar recordar que Samuel había vomitado el día que ella había hecho la cena para él y Thor, sólo Dios y él sabía si las otras veces también le había hecho daño los alimentos preparados por ella.

—¿Enserio lo hago tan mal? —indagó en un hilo de voz, sintiéndose en ese momento completa y totalmente incapaz de poder alimentar a alguien—. Yo me como lo que cocino.

—Pero evitas hacerlo… sin embargo, no es algo que no se pueda arreglar con un poco de práctica —Sophia eligió unos espárragos—. Tu problema es que odias pisar la cocina mientras deberías ponerle amor a todo lo que haces. No te limites únicamente a ponerle amor al diseño y a follar con el fiscal —le aconsejó mientras lavaba los tallos verdes.

—Es que yo no quiero ser un ama de casa, no me gusta —dijo en su defensa.

—Que sepas cocinar no te convierte en una ama de casa, ven aquí. —le pidió haciéndole un gesto con una de sus manos para que se acercara—. Enciende la vitro y en una sartén pon a calentar aceite de oliva, pero muy poco —le pidió mientras escurría los espárragos.

Rachell obedeció e hizo al pie de la letra lo que Sophia le había pedido, ella sabía que era un desastre en la cocina no hacía falta que se lo recordaran, más de una vez se lo gritaron y se juró nunca cocinar para nadie más. Estúpida que quiso intentarlo con Samuel.

Sophia colocó los espárragos en la sartén y los dejó cocinar, mientras les daba vuelta para que se cocieran por todos lados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.