Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 7

En la sucursal del grupo EMX en Nueva York se encontraba todo el personal ultimando los detalles para la visita trimestral de Reinhard Garnett, en la cual se reuniría con los altos mandos que deberían presentarles los informes que mostrasen resultados positivos para el grupo.

Todo estaba listo, excepto el administrador financiero que no aparecía por ningún lado, una vez más su oficina se encontraba vacía, algo que últimamente pasaba muy a menudo.

—¿Dónde carajos está Thor? —preguntó Diogo al asistente del rubio.

—No lo sé, dijo que regresaría en un par de horas.

—Sabe que viene el dueño y se pierde —acotó marcando en su móvil el número de Thor.

—Bueno, el dueño es su padre… —murmuró sardónico el chico.

—Eso lo sé, pero debe ser responsable… —Pausó la conversación con Chad y se dirigió al rubio que lo atendía—. No me digas que estás esperando al señor de los helados —dijo con sarcasmo, que se convirtió en exasperación—. Mierda Thor, ¿por qué no estás en el grupo?

—Estoy con Megan… Aproveché las horas libres de la universidad, ¿ha pasado algo? —La voz del chico evidenciaba su despreocupación.

—Pasa, que tu padre llegó hace una hora al Palace y puede tal vez en una hora más esté aquí, esperando la reunión que tú tienes que presentarle.

—¡Mierda! Lo había olvidado… Olvidé eso… Diogo sálvame el culo, ve preparando todo que ya voy para allá. —Suplicó sintiéndose en apuros.

—Bueno, termina rápido, suelta ese polvo y te vienes —dijo colgando sin darle tiempo a ninguna respuesta. Él estaba al tanto de la relación de Thor con Megan, ellos eran muy unidos y le guardaba el secreto, pero no podía creer que solo fuesen novios de manos sudadas, por lo que pensaba que sus desapariciones por las tardes no tenían más destino que un hotel—. Lo malo es que Thor no recuerda que su padre es el dueño y mucho menos que hoy vendría. —Le hizo saber Diogo a Chad.

El brasileño se encaminó a la sala de reuniones para verificar cómo iba todo, y esperar que a su amigo se le diese por llegar.

 

Rachell colgó el teléfono mientras observaba a Sophia, quien le hacía un mohín con la boca, evidenciando que no le agradaba la idea, pero no podía negarse.

—Mírale el lado positivo, así evitarás a Susan que tiene cita para hoy, una vez más le mandó a ajustar al vestido —dijo Rachell para entusiasmarla.

—¿Una vez más? Te juro que yo terminaría por vaciarla pichándola con miles de alfileres, la dejaría como un muñeco vudú, ya deberías decirle que, o deja la estúpida dieta o que venga cuando ya falte una semana para la recepción, porque de tanto ajustarle se terminará arruinando la tela y, para que te la envíen desde la India nuevamente, será un gran proceso del que seguramente no podrás cobrarle el cincuenta por ciento restante y perderás tu trabajo y parte del costo de la tela, ¡no la soporto! —Se exasperó sin poder evitarlo, odiaba los caprichos y estupideces de algunas clientas.

—Esta vez se lo diré… Ahora ve a prepararte para que lleves el vestido.

—Ya ni me arreglo, si el estúpido del recepcionista me salió gay —murmuró bajando la mirada.

Rachell soltó una carcajada al recordar que un par de noches atrás habían ido a un local nocturno y lo vieron besándose con otro hombre, ella tuvo que retenerle la quijada a su pobre amiga para que no le cayera al suelo ante la impresión. Sophia siempre se fijaba en hombres equivocados, pero admiraba que nunca perdía el entusiasmo, ni la seguridad.

—Y yo que tenía unas ganas de coger con él, me van a salir telas de araña.

—¡No seas exagerada! —reprochó divertida mostrándose de muy buen humor esa tarde.

—Tú lo dices porque estás acostumbrada a pasar meses solo en compañía de tus vibradores, yo no, jamás se comparan con un hombre, con las palabras ronquitas en el oído, las caricias, los besos... Las miradas y un buen culo al cual aferrarse, me voy más a lo físico, la imaginación no me da para tanto.

—Eres una perra Sophia —dijo Rachell sonriendo y golpeándole un hombro de manera juguetona.

—Con pedigrí —se enorgulleció dándose media vuelta y se encaminó contoneando las caderas con descaro—. ¿Te gusta como muevo mi cola? —inquirió con picardía

—Ponlo en práctica hoy, quien quita y encuentres a un perro en celo —dijo y se fue a buscar un portatrajes para guardar el vestido que Sophia debía entregar.

 

Reinhard apenas se instaló, descansó quince minutos, se duchó y se colocó un traje del diseñador italiano Carlo Pignatelli, el cual le sacaba el lado más elegante y absoluto al hombre, sus energías se encontraban en su punto más alto, además de encontrarse feliz, porque vería a sus hijos, porque a Samuel lo consideraba como tal, les daría la sorpresa, había decidido pasar el fin de semana con ellos, se les iba a instalar en el apartamento, sabía que tal vez no les iba a agradar la idea, pero tendrían que aceptarlo.

Agarró su portafolio del sofá marrón y azul marino que adornaba la sala de estar de la habitación, que se encontraba en una de las torres del hotel Palace, al salir, dos de sus guardaespaldas lo esperaban en la puerta, se encaminó por el pasillo siendo seguido por sus hombres de confianza, esos que siempre lo resguardaban y que lo acompañaban en todos sus viajes de negocios.




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