Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 8

Rachell sentía el agua tibia llevarse la crema grumosa que habían utilizado para la exfoliación, dejándole a su paso la piel completamente renovada y suave. Después de tanto trabajo era necesario mimarse un poco, por lo que se encontraba en un exclusivo Spa de Manhattan al cual asistía, al menos, una vez por mes, pero esta vez había adelantado la fecha por petición de Sophia. Cuando era para su cuidado nunca escatimaba en gastos; ya la habían depilado, dejándola realmente sensible ante cualquier roce, también le habían hecho una sesión de enfriamiento y oxigenación, su amiga se encontraba en la sauna, pero ella desistió y se decidió por un masaje que la liberase de tanta tensión. 

Al salir de la ducha tomó una toalla con la cual se retiró el exceso de agua y se colocó unas bragas desechables, a la cual le hizo lazos en sus caderas para sostenerla, se colocó la bata y se dirigió al apartado de masajes, donde ya la esperaba Alison, quien la invitó a ocupar la camilla.

Rachell se acostó boca abajo, dejándose envolver por el aroma de las esencias y la relajante melodía, cerró los ojos y sintió como la chica le acomodaba la toalla sobre el trasero, dejó libre un suspiro y se relajó completamente, esperando que las manos de Alison hicieran el trabajo.

Las manos tibias se posaron sobre sus costados y se deslizaron hacia el centro de su espalda con una presión maravillosa, las caricias subieron y se posaron en sus hombros donde con movimientos maestros la transportaban a otro mundo en el cual se sentía flotar y una vez más bajaban por sus costados.

—Me gusta esta nueva técnica Alison —murmuró con los ojos cerrados y sumida en el placer que le prodigaban las caricias—. Me siento flotar.

—No me habías dado la oportunidad de demostrarte lo bueno que puedo ser con mis caricias. —La voz con acento portugués caló en su oído derecho y el tibio aliento la hizo estremecer, pero ante el asombro abrió rápidamente los ojos y se incorporó violentamente.

—¿Qué diablos hace aquí? ¿Cómo es que entra aquí? —preguntó bajándose de la camilla tan rápido como podía, y fue consciente de la mirada incendiaria de Samuel sobre sus pechos, por lo que se dobló y agarró rápidamente la toalla que había caído al suelo, cubriéndose para que no se percatara que los traicioneros de sus pezones se erguían ante la mirada de él—. ¡Alison! —llamó a la joven, pero esta no aparecía—. ¡Alison! —En vista de que nadie llegaba, se dirigió hacia el perchero donde se encontraba colgado el albornoz, pero antes de llegar sintió la mano de Samuel cerrarle la muñeca y tirar de esta, su cuerpo como si fuese una marioneta se estrelló contra el de él y juraba por Dios que el contacto creó una descarga, un chispazo, una explosión radioactiva.

—Shhh no seas tan escandalosa, ¿me tienes miedo? —preguntó mirándola fijamente a los ojos y acariciándole con los nudillos la mejilla—. Aún la sesión de masajes no termina, anda, acuéstate en la camilla y déjame continuar.

—¿Miedo de usted?… Ni que fuese el fin del mundo o la muerte, son a las únicas cosas a las que les temo, ¿no me diga que ahora da masajes como trabajo extra? —preguntó con sarcasmo, armándose de valor y tratando de demostrarle que no la descontrolaba, que ella aún tenía el control de sus emociones.

—Te he dicho que para mí no eres trabajo, eres placer… —hablaba acercándosele más y mirándole los labios, mientras su mano libre se hizo del lazo de la tanga desechable y lentamente lo desató, sintiendo como ella empezaba a temblar.

—Pue… puede. Lárguese y suélteme. —Ya empezaba a enredar las palabras y no sabía lo que decía, ni qué orden les daba, porque del nudo que tenía en la garganta le salían sin control. 

—Puedes dejar de tratarme con distancia… Rachell, ya pedí disculpas por mi actitud.

—¡Vaya! Se arrancó el alma con las manos, se quedó sin lágrimas usted al pedirme disculpas, no… no, ya va, espere no se ponga de rodillas —hablaba burlándose de él—. Lo hizo en un murmullo que solo usted se entendió en medio de un partido de béisbol, créame no le di la mínima convicción a ninguna de sus palabras.

—Bien, como prefieras, siempre he tenido el fetiche de que me digan: ¡Sí señor! ¡Está bien señor! ¡Como usted ordene señor! Mientras estoy cogiendo así que…

—Así que nada ¿estás loco? Eres un enfermo de mierda… Muy seguro estás que vas a cogerme, pues estás muy equivocado.

—¿Qué quieres perder? Te tengo ganas Rachell y muchas... No voy a desistir —hablaba sintiéndose victorioso porque había encontrado la manera de que no fuese tan distante.

—Solo si piensas hacerlo en contra de mi voluntad —dijo con altivez.

—No, tú vas a desearlo tanto como yo.

—Maldito egocéntrico… Largo de aquí —dijo empujándolo, pero no logró moverlo más que un paso—. Voy a gritar. —Amenazó.

Y él no le dejó tiempo porque en un respiro se encontraba sintiendo la lengua de Samuel penetrando en su boca y su cuerpo rozándose contra el de ella, despertando cada nervio al cual no le fue ardua tarea porque su piel se encontraba muy sensible y sentía que iba a explotar, ya no podía aguantar más, él iba a matarla, no ganaba nada con negar que lo deseaba, que lo había deseado cada segundo del tiempo que había permanecido alejado, y sí bien, se iría al infierno por voluntad propia, aún estaba a tiempo de poner sus condiciones.

Por lo que llevó sus manos a las mejillas de él y con fuerza lo alejo, él quería seguir besándola, pero ella no se dejaba y le encantaba sentir sobre sus labios la respiración forzada, ese calor que evaporaba las salivas, esa mirada entre desafiante y lujuriosa.




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