Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 19

La noche en el Wesbter Hall había sido maravillosa, se sintió viva, llena de energía y todavía le dolían los pies de todo lo que había bailado con Samuel, un par de piezas con Thor y otra más con Diogo, que al igual que los primos Garnett, era muy espontáneo y debía admitir que era sumamente guapo, cabello negro y con un extraño color de ojos entre verdes y avellana, pero definitivamente entregado a su novia y ella a él.

Esa noche fue una chica acorde con su edad, la cual disfrutaba abiertamente del momento, tal como Samuel le había dicho. Gina era una aventurera, que no dejaba de hablar, razón por la cual se enteró de que era la hija del dueño de un importante canal televisivo del país, le hacía recordar a Sophia, quien no quiso acompañarla, alegando que le dolía el estómago.     

Entrada la madrugada llegaron al apartamento y apenas entraron a la habitación, tuvieron sexo salvaje y desenfrenado, dejándose llevar por la adrenalina que había despertado en ellos las bebidas alcohólicas de las cuales habían disfrutado.

Empezaba a adorar los fines de semana que pasaba en el apartamento con Samuel, sobre todo cuando lo tenía encima, sentado a horcajadas sobre su culo y le daba un reconfortante masaje, esos que la hacían gemir de placer y le quitaban todo el cansancio de encima.

—¿Dónde has aprendido? —preguntó Rachell con los ojos cerrados, viviendo la delicia que le ofrecía Samuel al deslizarle las manos por la espalda.

—¿Quieres la verdad? —preguntó sin dejar de acariciarle con presión exacta los omóplatos.

—Por supuesto —musitó y dejó libre un suspiro.

—Aprendí en la India, una amiga me enseñó….

—¿Te la cogiste? —Rachell no lo dejó continuar al intervenir con su pregunta.

—Con algo tenía que pagarle las clases —contestó sin ningún tapujo, no creía necesario esconderle a Rachell su pasado y mucho menos arrepentirse de lo que en su momento disfrutó.

—¿Has cogido con muchas?, ¿de cuántas nacionalidades? —inquirió sintiéndose como una gata que no podía resistirse a la curiosidad.

—Se han invertido los papeles, se supone que el fiscal soy yo, soy quien debe hacer las preguntas —dijo divertido haciendo un movimiento circular con sus pulgares en lo hoyuelos que tenía en la parte inferior de la espalda, encima del trasero—. Pero para que no tengas dudas, sí he tenido la fortuna de estar con mujeres de muchas nacionalidades.

—Según tu criterio ¿cuál ha sido la peor? —Sin poder evitar sonreír al no dejar de lado el interrogatorio.

—Piensas hacer una encuesta para la revista esta de mujeres ¿cómo es que se llama? —preguntó divertido y sus manos caminaban con destreza por la columna vertebral de la diseñadora.

—Cosmopolitan… No te voy a juzgar, si dices que soy la peor, lo voy a entender, no estoy acostumbrada a adquirir experiencia del primero que se me pase por el frente. —Elevó las piernas, jugueteando con ellas en el aire, mientras Samuel seguía sentado sobre su trasero.

—En realidad eres la mejor, por eso estoy contigo, pero las peores y lo sé porque pasé seis años estudiando allá, son las alemanas.

—Eres un adulador y lo sabes, no puedo ser la mejor, no tengo la experiencia suficiente, pero no quiero hablar de eso ahora, ¿dime por qué dices que las alemanas son las peores? —inquirió con curiosidad.

—A ver señorita Winstead, a mi criterio usted es la mejor y es algo que tampoco voy a discutir, sáquese de la cabeza la idea de que tiene que ser una puta con la mayor de las experiencias para que sea la mejor, prefiero ir descubriéndola poco a poco, enseñarle cómo saciar mis necesidades, así como yo aprendo a conocer sus gustos, no encuentro ninguna satisfacción con alguien que sabe lo mismo que yo. Ahora, regresando al tema, no me gustan las alemanas porque son de palo. —Bajó su cuerpo y lo dejó descansar sobre ella, acercándose al oído le susurró—. No se mueven… Eso sí, son obscenas, les gusta el sado, y mucho, pero no necesito infringir dolor para dar placer… No me gusta hacer daño a las mujeres porque puede que de momento al ser estimuladas y bajo la mirada de un hombre se sientan bien, sientan placer, pero cuando el acto acabe, el dolor permanecerá día y noche… latiendo, no creo que verdaderamente valga la pena, cuando se puede satisfacer de muchas maneras, sin necesidad de llegar a la agresión.

—¿Qué tipo de cosas les gusta hacer? —indagaba, mientras sentía el peso divino de Samuel sobre su espalda y los dedos recorriéndole los costados, como si estuviese contándole las costillas.

—Les gusta que les atreviesen los pezones con alfileres, que las cuelguen ya sea con cadenas o sogas del techo, que les peguen con cinturones, hasta hacerlas sangrar, muchas tienen el cuerpo con marcas de las heridas y cosas peores, de las cuales no te voy a contar.

—¿Y tú has participado en eso? —preguntó sintiendo miedo, hasta ganas de salir corriendo de esa habitación, sus temores cobraron vida y sin poder evitarlo empezó a temblar.

—Tanto como participar no, un día fui con unos compañeros de clase a un club donde practicaban, pero no pude estar mucho tiempo, como te he dicho, no puedo ver como maltratan a las mujeres, mucho menos ser el causante de alguna agresión, aunque sea consentido por la misma mujer, no puedo hacerlo, porque no puedo verlo de esa manera, me afecta.




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