Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 22

Rachell no podía evitar reír ante los chistes malos, muy malos de su ex, lo que le causaba gracia era la manera como él los contaba, el entusiasmo que ponía al hacerlo. Había prometido ser solo su amigo y tres días después cumplía esa promesa, pasaba mucho tiempo en la boutique y no causaba molestias, por el contrario, ayudaba en muchas cosas, siempre fue un hombre realmente servicial, atento, amable, cualidades que la cautivaron en el pasado y lograron que entre ellos se diera una relación maravillosa, nunca hubo discusiones, ni malos entendidos, la confianza siempre fue el eje que mantuvo la relación, se podría decir que eran el uno para el otro.

Admiraba la belleza en el rubio, su mandíbula imponente que arrancaba suspiros en las mujeres, era de fisionomía atrayente, con unos ojos azules que deslumbraban y una sonrisa franca, además de ese aire de divina arrogancia que poseían los londinenses, pero que no era más que una fachada, porque él era el hombre más amable sobre la tierra, o al menos el que ella conocía.

Aunque se encontraba perdida en el océano que eran los ojos del hombre que tenía enfrente, alguien lanzó un anzuelo rojo, el Lamborghini la tentaba a ir a la superficie, la atraía de manera desmedida, de una manera a la cual no podía resistirse y ahí estaba acercándose a lo que probablemente sería una muerte segura.

 La sonrisa se le congeló y su mirada se fijó en el automóvil de la prestigiosa marca italiana estacionarse en frente, Samuel aparecía de la nada, una semana después llegaba como si nada hubiese pasado, como si no la hubiese relegado, ignorándola completamente, se había propuesto entender la situación por la que pasaba, pero al verlo llegar con su anatomía perfecta, su andar de que era el dueño del universo y vestido de manera informal, el panorama cambiaba completamente y se sentía molesta o dolida, no podía definir en ese momento las emociones que la gobernaban.

Entró e intercambió unas palabras con Oscar, y ella no podía desviar la mirada de él, haciendo partícipe a Richard de su objeto de atención, mientras trataba de mantenerse impasible, no demostrar la ola que arrastraba sus sentimientos, no sentir cómo los latidos de su corazón se acoplaban a los pasos de Samuel Garnett y que la sensación de abismo en su estómago amenazaba con tragársela, ante el descontrol al que involuntariamente la sometía. Empezaba a sospechar que lo qué ese hombre despertaba en ella no era sano, no era para nada normal, porque no entendía cómo podía atacar cuerpo y mente al mismo tiempo.

—Buenos días. —Abrió la puerta sin pedir permiso y saludó como si nada hubiese pasado, como si no hubiese desaparecido por siete malditos días.

—Buenos días —correspondió Richard para hacerse notar, mostrando una sonrisa que reflejaba supremacía, sentía que los últimos días había avanzado con Rachell y no daría marcha atrás, había notado la ausencia del fiscal y de eso había tomado ventaja, no porque apareciera de la nada le iba a dejar el camino libre.

—Rachell, necesito hablar contigo, ¿me acompañas? —pidió con la mano en el pomo y bajo el quicio de la puerta.

—En estos momentos estoy ocupada, te llamaré por la tarde —contestó y prácticamente lo estaba botando, pero era necesario que supiera que no estaría disponible para cuando a él le diese la gana, no dispondría de su tiempo como si ella fuese de su propiedad.

—Más tarde no puede ser —alegó y con largas zancadas entraba a la oficina de la diseñadora. —Permiso. —La tomó por la muñeca obligándola a ponerse en pie ante la mirada atónita de Richard Sturgess.

Rachell se tensó por entera y trató de clavar los pies en el piso, haciéndose lo más pesada posible, con la mirada fija en Samuel, exigiéndole que la soltara, no quería hacerlo con palabras, no delante de su ex novio.

—Ha dicho que en este momento no tiene tiempo para usted, señor Garnett —dijo Richard poniéndose de pie.

—No voy a seguir con el diálogo pobre y gastado de película, señor Sturgess. —Le hizo un ademán de alto con la mano, pidiéndole que no interviniese y en un impulso haló a Rachell hacia él, se hizo de la fuerza necesaria y la cargó, colocándola sobre su hombro.

—Samuel bájame, no soy un saco de papas. —Trató de mantener la compostura, no alterarse porque lo que menos quería era una pelea en su oficina, alguno podría romper el escritorio y no le importaba que se lastimaran, lo que verdaderamente le preocupaba era que no encontraría el mismo diseño de la exclusiva mesa de cristal.

—No puede comportarse como un cavernícola, es una dama… Rachell, no sé cómo te has enredado con un hombre tan ordinario, no es lo que mereces.

—¿Y a usted sí? Que anda ventilando temas que un caballero debería olvidar, y no andar restregándolos en la cara de otros. —Lo aguijoneó con un poco de veneno para callarlo.

—¿De qué hablan? —inquirió Rachell ante las sátiras de Samuel.

—No querrás saberlo, no quiero tirarte al santo del altar —dijo dándose media vuelta y sacándola de la oficina. 

—Me vas a fracturar las costillas, Samuel bájame… ¡Qué vergüenza! Hay clientes… —masculló sintiendo como toda la sangre se le concentraba en la cabeza ante la posición y cerró los ojos porque se estaba mareando.

—Sé que si te bajo no me vas a acompañar —dijo descendiendo por las escaleras, siendo cuidadoso para no lastimarla—. Por la clientela no te preocupes están maravilladas con lo ven, esto a ellas les parece romántico… ¿No eras tú la defensora del romanticismo?




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