Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 23

Después de ocho horas de viaje deteniéndose solo para almorzar, se daba la primera discusión. Rachell alegaba que quería quedarse en un motel de carretera, porque quería que todo fuese exactamente como lo había imaginado y Samuel que se le haría imposible dormir en esas camas, prefería uno cinco estrellas, aprovechando que contaban con uno a poca distancia.

—Perfecto, quien gane elige donde quedarse —terció la chica sacando bandera blanca en medio de la discusión, se encontraba sentada sobre sus talones y descalza, había hecho de su cabello un moño de tomate.

—Está bien ¿y cómo lo decidimos? —preguntó Samuel quien se había quitado la campera de jeans y solo llevaba la camiseta blanca con cuello en forma de V.

—Piedra, papel o tijera —dijo Rachell con toda la seriedad que poseía.

—Piedra, papel… —No pudo continuar ante la carcajada que se atravesó en su garganta.

—¿Tienes miedo de que gane? —inquirió ella sonriendo.

—No, solo es absurdo… elegir un hotel mediante un reto, tan tonto. —Sin dejar de sonreír.

—No es tonto y vuelves a alegar que digo tonterías y te romperé la nariz —soltó una divertida amenaza le golpeaba un hombro.

—Bien hagámoslo, pero seguro que gano —dijo colocando el puño cerrado sobre la palma de su mano.

—Bueno… Piedra, papel o tijera. —Rachell dio inicio al juego. Y ambos mostraron sus armas al mismo tiempo—. Llevo una de tres. —Le hizo saber cuándo ella sacó papel y él piedra—. Piedra, papel o tijera. —Esta vez Rachell sacó piedra y Samuel tijera, otra que le ganaba la chica—. Ya déjalo he ganado yo, son dos de tres.

—No, vamos hasta el final, si gano con esta hacemos la revancha.

—Está bien, es que no te gusta ceder nada…. —Rachell se ponía una vez más en posición de juego—. Piedra, papel o tijera.

—¡Mierda! ¡Demonios! —exclamó Samuel cuando ella sacó tijera y él papel.

—¡Vamos a quedarnos en un motel de carretera! —gritó sintiéndose ganadora y elevando los brazos con energía, celebrando su victoria—. No me mires así que ya no hay revancha.

—¿No tengo opciones? —preguntó, soltando un suspiro y poniendo en marcha el auto para avanzar las pocas cuadras que los distanciaban del motel.

—No, no las tienes. —Le hizo saber con una amplia sonrisa.

Samuel estacionó en el aparcadero que quedaba prácticamente en la vía, bajaron y él fijó su mirada en una de las letras de luces de neón quemada, sintiéndose completamente en desacuerdo, pero no podía hacer nada, había perdido. Mientras Rachell caminaba descalza y eufórica, llevando consigo su cartera en una mano y en la otra los zapatos. Samuel llevaba un bolso que contenía algunas cosas personales y la guitarra que ni loco la dejaría dentro del auto, cuando se la compró en la tienda de Wes Borland y tenía el autógrafo de él esculpido.

Al entrar a la recepción se encontraba sola y Rachell llevó su mano al timbre manual.

—Siempre quise hacer esto —dijo emocionada y una vez más llamaba—. Nos quedan como unos quince hoteles de camino, ¿verdad? O sea, tendré quince oportunidades para hacerlo.

—Nos quedan como unos veinte, pero solo tendrás esta oportunidad para hacerlo, mañana nos quedamos en algo mejor… Mira esto Rachell, es un matadero —dijo en voz baja recorriendo con su mirada el lugar.

—Samuel Garnett, no es para tanto, además recuerda que he ganado.

—Por esta noche —aclaró.

—Por todo el viaje —sentenció y una vez más tocaba el timbre—. Olvidé decirte esa parte. —Se volvió hacia él y soltó media carcajada al ver el involuntario puchero que hacía—. Ya quita esa cara —pidió y se lanzó hacia él, poniéndose de puntillas, le cerró con sus brazos el cuello, mientras Samuel mantenía las manos ocupadas, y lo besó una y otra vez, divertidos toques de labios—. Te prometo que te haré sentir muy bien esta noche, ya verás, que hotel cinco estrellas, ni que hotel cinco estrellas, te vas a sentir en el cielo.

—Creo que está mejorando el lugar —dijo guiñándole un ojo y correspondiendo a los besos de ella.

El sonido de cuando alguien se aclara la garganta reventó la burbuja en la cual se encontraban. Rachell se alejó bruscamente de Samuel, desviando su mirada y regalándole una sonrisa a un hombre obeso, de ojos celestes y que en su juventud cuando tuvo cabello debió ser rubio, el cual les sonreía de manera amable.

—Bienvenidos. —Su tono de voz inspiraba confianza y amabilidad.

—Gracias, ¿señor tendrá disponible alguna habitación matrimonial? —preguntó Rachell acercándose al mostrador.

—Sí señorita, ¿podría ofrecerle la mejor que tengo?

—Bien, sí por favor… Solo por esta noche, es que estamos de camino.

—Entonces solo una noche, el horario abarca hasta medido día —informó y ella asintió entusiasmada—. El pago es por adelantando —dijo casi con pena, como si no le gustara esa parte de su trabajo.

—Sí claro… —dijo Samuel colocando la guitarra y el bolso sobre unas sillas de metal, para buscar en su billetera la tarjeta de crédito.

El hombre con una sonrisa recibía la tarjeta y el documento de identificación de Samuel.




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