Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 27

La pequeña tienda con decoración texana tenía deslumbrada a Rachell, por lo que no solo se compró ropa interior, sino que se encontraba en el probador mirándose frente al espejo con la vestimenta que según ella, sería perfecta para el viaje y escuchaba atenta la música country de Faith Hill que amenizaba el lugar y que provenía del pequeño radio que tenía la dueña del local en el mostrador.

De alguna manera sé que mi corazón está despertando, como si todas las paredes estuvieran derrumbándose… —En voz muy baja y de manera inconsciente seguía la letra del tema, mientras terminaba de amarrarse la camisa.

Llevaba puesta una minifalda de jeans gastada, deshilachada lo que le daba un toque muy sensual, así como unas botas texanas que le llegaban a las pantorrillas con un taco moderado y espuelas doradas, una blusa a cuadros rojos, negros y blancos, amarrada por debajo del busto, dejando al descubierto su diminuta cintura y su abdomen marcado, para completar el atuendo, un sombrero vaquero, que le daba un poco de rudeza a su peinado de trenzas.

Satisfecha se dio media vuelta y abrió la puerta del vestidor, buscó a Samuel con la mirada y al parecer se preparaba para dejar la ropa botada y no lavar porque tenía varios jeans colgando de uno de sus antebrazos, con cara de culo observaba las prendas y ella no pudo evitar sonreír, porque seguramente nunca había sido el encargado de elegir la ropa, a las tiendas que iba, si era que iba a alguna, lo atenderían.

Adoraba cuando fijaba su mirada en las piezas y el músculo en su mandíbula latía, así como se notaba en la sien, el ceño fruncido, los labios formando una línea recta. No había nada más sexi que su fiscal egocéntrico concentrado.

—¡¿Qué tal?! —preguntó llevándose las manos a la cintura y parándose como si fuesen a fotografiarla.

Samuel en cuanto la vio perdió sentido y jamás podría decir qué movimiento hizo que tumbó el aparador de las camisas.

—¡Carajo! —exclamó ante el estruendo que lo sacó del embobamiento en el que lo sumió Rachell con solo mirarla, decir que se veía perfecta era quedarse corto, que despertó sus más bajas pasiones también, descontrolar cada uno de sus nervios y latidos con solo un vistazo, era algo de cierta manera irracional, y ella lo había logrado, se agachó para tratar de levantar el aparador, mientras sentía las miradas sobre él, bueno, al menos la de la dueña que estaba tras la caja registradora.

Sin embargo, toda su atención era robada por un par de devastadoras piernas que se acercaban y lo único que podía escuchar eran las espuelas que resonaban en su cabeza a cada paso que daba, el corazón lo tenía en la garganta y aunque tragase en seco no podía bajarlo.

La había visto desnuda, había cogido con ella en todas las posiciones que hasta el momento había permitido, no había nada en ese cuerpo que no conociera, podía señalar cada uno de sus lunares con los ojos vendados e increíblemente un poco de ropa la reinventaba para él, lo descontrolaba y lo volvía estúpido, ahora sí se había jodido, ninguna mujer lo había puesto a temblar de la manera en que ella lo hacía. 

—Samuel… —El nombre del chico se le escapaba entre risas, lo primero que hizo al ver el desastre fue llevarse las manos a la cabeza, para después acortar la distancia corriendo y al estar al lado de él no podía con el ataque de risa, tanto que se dejó caer sentada en el suelo y se llevaba las manos al estómago.

Él no podía defenderse estaba descolocado, fuera de lo que era, y sí, en otra situación se hubiese molestado y soltado sapos y culebras, ahora solo se contagió, aunque su risa era contenida y aún no lograba levantar el maldito aparador.

—Rachell, ¡Ya!… Nos van a botar del lugar… La vieja tiene cara de pocos amigos —murmuró entre risas.

—Está bien, me calmo… —Intentaba, pero las carcajadas la interrumpían por lo que respiraba profundo—. Me calmo, me duele el abdomen… ¿Te ha gustado?

—No sé, ¿tú qué crees?; ¿te parece? —Hizo preguntas sarcásticas ante lo que era obvio, por fin lograba poner en pie el aparador y al verle la cara de desagrado a la mujer se agachó una vez más—. Se nos ha jodido el descuento de turistas.

—Llévate esta, se te verán bien los cuadros verdes y blancos. —Le tendió una de las camisas que aún se encontraban en el suelo—. Y esta te las puedes colocar de una, es igual a la mía.

—Yo no uso cuadros, no me gustan y menos de estos colores.

—Se te verá muy bien.

—No me gusta.

—¿Puedes hacerlo por mí? —preguntó poniéndose de pie y doblándose para agarrar una de las camisas con toda la intención de ponerle el culo en la cara a Samuel, quien lo apreció en todo su esplendor, ya que Rachell solo llevaba la tanga de hilo y la minifalda no fue obstáculo alguno.  

Él tragó en seco y los latidos en su miembro cobraron vida, así como el sudor en su nuca.

—Bien, las llevaré, pero no es seguro que me las ponga, ninguna de las dos —enfatizó las últimas palabras, para que ella entendiera que era un “No las usaré”

—Bueno, no sé… Yo lo estuve pensando, me dije: darle el culo a Samuel no debe ser tan grave, ni tan doloroso, será un caballero, será cuidadoso, tal vez si se porta bien… si no es tan mierda como siempre, se gane el premio...  —hablaba cuando él interrumpió.




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