Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 28

Con una lentitud sensual de la cual no era consciente, la pelirroja deslizaba por la pantorrilla una de las medias negras con bordes de encajes, hasta llevarla al muslo donde la prensó al liguero, mientras sonreía feliz y ansiosa. El lugar era ambientado por Pretty Woman, a un volumen moderado porque debía estar atenta al teléfono.

Al terminar con las medias, dio una vuelta delante del espejo de cuerpo entero, observando lo hermoso que se le veía el exclusivo conjunto de lencería, fijando su mirada con detenimiento en ciertas partes de su cuerpo, al menos, las que le preocupaban, por lo que tomó entre sus manos una parte de sus muslos y lo apretó.

—¡Gracias al cielo, cero celulitis! —exclamó emocionada—. Sería inaceptable, Reinhard me patearía el culo, al verme como un queso.

Eligió un vestido cruzado el cual le marcaba provocativamente la cintura y le daba una hermosa forma a sus pechos, sonrió satisfecha y se peinó con los dedos el flequillo, el maquillaje utilizado fue bien sencillo y a prueba de agua, porque lo último que quería era parecer un transformista delante de uno de los hombres más influyentes del continente y cada vez que se lo decía no lo podía creer.

—Definitivamente es tu día de suerte Sophia, mi madre se sentiría orgullosa de mí.

Se encaminó al cajón donde tenía sus joyas, pensando cuál sería la perfecta para combinar, cuando el teléfono del intercomunicador irrumpió, corrió al reproductor de audio y pausó la música.

—Es él, bueno son ellos… —dijo corriendo al teléfono, lo levantó y saludó—. Buenos días.

—Buenos días, señorita Cuthbert, somos los guardaespaldas del señor Garnett.

—Sí… —Se mordió un grito de felicidad, pero no pudo evitar brincar—. En unos minutos bajo. —Tomó el control de la situación, al respirar profundamente para no parecer una adolescente histérica.

—Gracias señorita.

—De nada, pueden esperar en recepción, tomen asiento por favor —dijo y colgó, para marcar rápidamente a la extensión del conserje, el cual atendió casi inmediatamente—. Giacomo, hay unos señores en recepción, no son terroristas, son mis amigos, por favor ofréceles algo.

—Bene… bien. —Se corrigió el italiano—. Gracias por avisar Sophia.

—Gracias a ti. —Colgó y regresó trotando a su habitación, donde eligió unos zarcillos y pulseras, no creyó conveniente ningún tipo de collar. Se montó en sus tacones, los cuales la hicieron lucir más alta y estilizada, se roció un poco de perfume y se miró una vez más al espejo.

Apagó el reproductor y las luces, salió de la habitación y se encaminó a la pequeña sala donde tenía la maleta preparada, la cual agarró y le dio un último vistazo a su pequeño apartamento tipo estudio, del cual salió, cerrando muy bien la puerta, al entrar al ascensor el corazón se le instaló en la garganta, latiendo descontroladamente y sabía que no era miedo, solo era ansiedad.

Cuando las puertas del elevador se abrieron en la planta baja, divisó a dos hombres sentados en el sofá de cuero marrón, a uno lo reconocía de los que andaba con el señor Garnett ese día en el hotel y que le había entregado la tarjeta, al otro… El otro seguro sería uno de los tantos hombres que trabajaban para el magnate.

—Disculpen la demora —dijo para hacerse notar, aunque ya ellos la habían visto y se ponían de pie.

—No hay nada que disculpar señorita, nos acompaña por favor —pidió haciendo un ademán con la mano para que ella los adelantara.

—Sí, enseguida los acompaño, voy dejar las llaves con el conserje. —Agitó sutilmente el manojo de llaves. Ellos asintieron en silencio, por lo que se encaminó y llamó a la puerta de cristal.

 —Giacomo, este fin de semana no voy a estar, por favor está pendiente, estoy segura de que apagué todo, pero por si acaso, aquí tienes las llaves.

—¿Tienes problema con la justicia? Parecen del FBI. —Alargó la mirada hacia los hombres.

—No, son los guardaespaldas de un amigo —dijo sonriendo con complicidad.

—Si así están los guardaespaldas no me quiero imaginar a tu amigo, podrías darle mi número a cualquiera de los dos, aunque prefiero el moreno, la debe tener de a metro —dijo con pillería el chico que tenía muy clara su homosexualidad.

—¡Eres un puto goloso! —Le golpeó el hombro y ambos rieron—. Bien, me voy, ya sabes cuida de mis cosas.

—Con gusto cariño, ahora ve y no pierdas el tiempo… Coge día y noche, día y noche no le des tregua a tu amigo.

—Con las ganas que le tengo, ni que me saque bandera blanca —dijo guiñándole un ojo y se encaminó—. Estoy lista. —Les regaló una sonrisa a los hombres.

La escoltaron hasta un lujoso automóvil que los esperaba en frente del edificio, le abrieron la puerta y subió, se sentía nerviosa, no podía evitarlo, aunque tratase de distraerse observando las calles que conocía de memoria y que eran exactamente igual a todos los días. Gente de un lado a otro con su andar apresurado, atropellándose entre ellos mismos, algunos pedían disculpas otros simplemente no lo hacían, solo seguían con su camino, hablando por teléfono y apurados por llegar a algún sitio, los autos zigzagueando tratando de pasar a otros, sobre todo los taxistas, lo cuales ya tenían gran experiencia en sortear las atestadas calles de Manhattan, muy pocos paseando a sus perros, otros trotando, tal vez con dirección al Central Park.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.