Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 32

William Cooper se encontraba en su oficina, disfrutando de un café ruso, ese bien cargado con su chorrito de güisqui, para entrar en calor y despertarse completamente, mientras se ponía al día con las noticias en el New York Times.

Un becario llamó a la puerta y él le hizo un ademán para que el joven pasara.

—Buenos días detective, le han enviado el informe de la morgue con el caso de Elizabeth Garnett. —Le entregó la carpeta.

Cooper se puso de pie para recibirla, evidenciando que realmente le interesaba la correspondencia.

—Gracias Mark, déjame solo por favor.

—Sí señor, si necesita algo, ya sabe estoy…

—Sí hombre, ya sé que estás disponible, pero deja de parecer puta en quincena, deja de ofrecerte para todo que después te agarran el número, necesitamos hombres con las pelotas bien cargadas, ser el becario no te convierte en menos de los que están allá afuera, estás capacitado para hacer el mismo trabajo —aconsejó con su manera ruda de ser, pero que lo hacía para que el chico aprendiera de una vez por todas, porque ya le había dicho de manera más aceptable que no fuese tan sumiso y parecía no entender. 

—Sí señor —dijo y salió casi despavorido de la oficina.

Cooper solo negó con la cabeza, el chico era inteligente, pero muy cobarde. Dejó de lado lo del becario y se fue a la correspondencia en sus manos, rasgó la etiqueta de información clasificada y sacó la carpeta del sobre, al tiempo que con una mano se colocaba los lentes de aumento.

Abrió la carpeta y se saltó todo el protocolo del saludo, se fue directamente a lo que le interesaba, un resumen realizado por los dos, firmado por el especialista de Nueva York y que trabajaba para la unidad policial y el de Las Vegas, que Garnett había mandado a buscar.

Era un informe parcial de la reconstrucción del cuerpo de Elizabeth Garnett, el cual formaba parte de la segunda fase, de las tres que tenían previstas realizar.

Leía atentamente lo que enunciaba y apenas llevaba la mitad cuando se dejó caer sentando en su sillón, sintiendo una gran presión apoderarse de su pecho y que aumentaba a cada párrafo.

—¡Dios bendito! —exclamó horrorizado.

No podía entender a Garnett, ¿cómo había soportado eso? ¿Cómo aún después de tantos años se lo guardaba? Él mismo buscaría a esos hijos de puta y podría regalarle las cabezas en bandeja de plata y evitarse todo el proceso de llevarlos a juicio.

Solo podía imaginar a su hijo mayor que contaba con nueve años en una situación como esa, presenciando tal atrocidad que lo dejaría marcado de por vida y él corazón le taladraba el pecho.

Ahora podía entender la actitud de Garnett al salir corriendo de la sala de conferencias, comprendía ese miedo y dolor que vio en sus ojos el día de la exhumación del cadáver, no era una simple obsesión, no solo era hacer justicia por su madre, lo necesita para poder superar ese episodio de su vida en el que se encontraba estancado.

Revisó a grandes rasgos las fotografías forenses de cómo se encontraba la reconstrucción del cadáver y leyó la conclusión donde informaban que en diez días le enviarían la última fase, que lo encontrado hasta el momento solo era a lo que podían llegar con más facilidad y según lo que les podía ofrecer el estado de la estructura ósea, también le dejaban claro que habría lesiones imposibles de recuperar en el proceso, pero con lo encontrado hasta ahora, tenían para seguir trabajando sobre el caso. 

Cooper lanzó la carpeta sobre el escritorio y fue consciente del temblor en sus manos y ese gran nudo en su garganta, Dios lo librara de pasar por semejante situación porque enloquecería, su perfil psicológico se iría a la mierda, pero no descansaría hasta mandarlos al infierno.

Sin poder más, las lágrimas inundaron los ojos azules y antes de que se derramaran se las secó, respiró profundo en varias oportunidades, para calmarse, no debía dejar que un caso lo afectara de esa manera, pero no podía evitarlo, porque tenía la versión de los hechos de Garnett y era lo que hasta el momento le cuadraba con el informe forense.

Sin pensarlo, solo arrastrado por una necesidad que no podía comprender, por esa misma que no lograba desligarse del caso, agarró el teléfono y marcó a su casa.

—Hola cariño —saludó a su esposa que contestaba la llamada—. ¿Cómo estás? ¿Y los niños?

—Estoy bien, Dilan acaba de quedarse dormido, ¿cómo has llegado al trabajo?

—Bien, poniéndome al día con un caso, recuerdas, el de Garnett.

—Sí claro, el del fiscal, el que dice que no está hecho para domingos familiares.

—El mismo… ¿Cariño, Willy está cerca? —preguntó tratando de que su voz no evidenciara las emociones.

—Está metido de cabeza en el X-box ¡Willy! —informó a su esposo lo que el niño hacía y lo llamó—. ¡Tu padre al teléfono!

—Hola papi —saludó el niño evidenciando que había corrido para ponerse al teléfono.

—Hola campeón, me dice tu mami que estás jugando al X-Box… ¿Vamos ganando?

—Aún no puedo superar tu puntuación papi —decía emocionado.

—Bueno, esta tarde cuando llegue te confiaré unos trucos, te quiero hijo.




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