Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 36

 La mirada de Rachell que en ese momento era de un hermoso violeta claro, brillaba ante la emoción que la embargaba, mientras los frenéticos latidos de su corazón hacían fiesta, la excitación no la dejó esperar a Samuel y como una niña curiosa corrió al hermoso helicóptero en colores morado y blanco que los esperaba.

No pudo evitar acariciarlo y elevar la cabeza para observar las aspas y no podía controlar la sonrisa.

—¿Te gusta? —preguntó Samuel y sin perder tiempo ni esperar poses en Rachell, le hizo varias fotos.

—Es maravilloso… —Y se mordió la lengua antes de decirle que era primera vez que veía un helicóptero de cerca—. Pero no perdamos más tiempo, debemos seguir con el viaje… —dijo mientras iba hacia el coche—. Ven Samuel, que allí vienen los dueños —dijo al ver que dos hombres salían de la pequeña edificación que parecía ser una central, pero no pudo avanzar mucho porque el brasileño en un movimiento rápido la retuvo por el brazo.

—¿A dónde vas? Ese helicóptero es para nosotros.

—¿Qué? ¡No! Eso sí que no, ahora sí que te has vuelto loco Samuel —dijo y el pánico se instaló en sus ojos—. Yo no me voy a subir a esa cosa, ahí se ve perfecto, volando también, pero sin mí adentro… Le tengo miedo a los aviones.

—Ah no Rachell, deja de ser tan miedica… Pensé que tenías más ovarios.

—Y los tengo pero también quiero seguir manteniéndolos… —Se acercó a él, al ver que los hombres estaban cerca y le habló en voz baja—. ¿Sabes cuántos helicópteros tienen fallos mientras sobre vuelan el gran cañón? Docenas al año… Y yo sinceramente no confío en esos señores, tal vez ni son pilotos certificados.

—Está bien que no confíes en ellos, porque quien va a pilotar soy yo.

—¡Tú! —Soltó una carcajada nerviosa—. ¿Te has vuelto loco? Definitivamente el sol que has tomado en estos días te ha quemado las neuronas.

—Y a ti te ha derretido el valor… Vamos Rachell, quiero que salga a relucir tu sentido de la aventura.

—Aventura una mierda, contigo pilotando esa cosa no me subo, no eres piloto certificado.

—No necesito serlo, pero sé pilotar, sino supiera ni lo intentaría, no voy a exponernos… Recuerda que mi primo tiene una aeronáutica y prácticamente vivíamos en las pistas de controles de vuelo, un helicóptero no es nada comparado con los aviones militares que he pilotado.

—Bueno no quiero comprobarlo, mi sueño es solo ver desde una meseta el atardecer, no hace falta que me mate en el intento…

—Buenas tardes señor Garnett. —Saludaron los hombres llegando.

—Buenas tardes señores, les presento a mi pareja.

—Mucho gusto señorita, Steve Garson —saludó uno de ellos tendiéndole la mano amablemente.

—Un placer, señor Garson.

—Ronald Heinz. —El otro hombre se presentaba ante Rachell.

—Rachell Winstead —dijo sonriendo, pero el nerviosismo se dejaba ver.

—Entonces, ¿está listo señor Garnett? —preguntó con una franca sonrisa Heinz.

—Todo listo —aseguró siguiendo a los hombres que se dirigieron al helicóptero, mientras agarraba a Rachell por una mano y la arrastraba con él.

La chica sentía que el corazón le oprimía la garganta y no la dejaba respirar, sus manos empezaron a sudar demasiado y su vista se tornó borrosa, sumiéndose en una nube de temor que no le dejó ser consciente de nada a su alrededor, completamente aturdida apenas veía la boca de Samuel y de los hombres moverse, pero no podía escucharlos, ni siquiera reaccionó cuando su novio la cargó y la metió dentro del helicóptero.

Los nervios no le dejaban opciones para resistirse, cuando las hélices del helicóptero empezaron a dar vueltas sus oídos empezaron a silbar ante el sonido, pero antes de que pudiese llevarse las manos a los oídos todo quedó en silencio, apenas sintió la vibración del aparato elevarse, se agarró a la barra de al lado y cerró los ojos lo más fuerte que podía e intentaba tragarse los latidos del corazón que retumbaban en su garganta. No podía decir exactamente cuánto tiempo pasó hasta que la voz de Samuel caló en sus oídos.

—Abre los ojos, no seas cobarde… Te lo estás perdiendo. —En ese momento fue consciente de que tenía puesto unos audífonos y que por ahí escuchaba a Samuel.

—Estás loco… Eres un loco de mierda… —chilló y sus manos no dejaban de querer hacer polvo la barra—. ¿Qué he hecho Dios mío?

—Nada, en este momento no estás haciendo nada y si nos estrellamos morirás sin ver lo hermoso que se ve el Gran Cañón desde aquí, y todo porque dejas que el puto miedo te manipule… Abre los ojos Rachell, sino lo haces voy estrellar el helicóptero, no vine hasta aquí para que no apreciaras el paisaje. —Trataba de convencerla de alguna manera.

—¡Dame tiempo! ¡Dame tiempo! —gritó colérica y respiró profundo en varias ocasiones, mientras Samuel se burlaba de ella, algo de lo que no podía ser consciente por estar con los ojos cerrados.

Rachell soltó lentamente el aire por la boca y primero abrió un ojo y luego el otro, para después abrir la boca ante lo que veía, el color terracota reinaba en el paisaje, los desfiladeros de ambos lados y ellos volaban por el medio de la brecha más grande y profunda del planeta, algunas mesetas se imponían más que otras y el sol calaba con sus rayos creando un espectáculo único en el mundo.




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